Revista En Femenino

Las nuevas masculinidades y la paternidad del siglo XXI

Por Mamikanguro @MamiKanguro

Estamos frente a una nueva era donde los roles tradicionales de la mujer y el varón no están tan claros ni demarcados como en la época de nuestros padres y abuelos. Es un nuevo desafío. Se trata de acompañarnos, de cooperar, de ayudarnos, sin imposiciones de roles. ¿Qué sabés sobre las nuevas masculinidades? Enterate de todo en esta nota.

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La masculinidad es la construcción cultural de género que designa el rol de los varones en la sociedad.

Se entiende por masculinidad un conjunto de características asociadas al rol tradicional del varón. Algunos ejemplos de esas características son la fuerza, la valentía, la virilidad, el triunfo, la competición, la seguridad o el no mostrar afectividad. De manera que a lo largo de la historia, y todavía hoy día, los varones han sufrido una gran presión social para responder con comportamientos asociados a esos atributos.
En 1991, el psicólogo Aaron Kipnis planteó la necesidad de encontrar una nueva forma de masculinidad capaz de vivir en armonía con la feminidad.30 31 32

Según el psicólogo Antonio Boscán Leal, la búsqueda de nuevas masculinidades está asociada a la posibilidad de pensar un acompañamiento o una cooperación a los procesos de liberación de las mujeres. Estas nuevas masculinidades han establecido una brecha entre aquellos roles estereotipados históricamente y la posibilidad de establecer relaciones igualitarias entre varones, mujeres y otras identidades sexuales:

Ciertos estudios confirman la existencia, en diferentes sociedades e incluso en una misma sociedad, de múltiples masculinidades. Ahora bien, algunos investigadores sociales encontraron, como un factor común en la mayoría de los grupos sociales por ellos estudiados, una misma tendencia a exaltar un modelo de masculinidad por encima de otros existentes, el cual se busca imponer de forma hegemónica a todos los varones pertenecientes al grupo. También establecieron que en la constitución de tales modelos hegemónicos intervienen factores de diferentes órdenes: políticos, económicos, sociales y culturales

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Desde hace algunas décadas, varones preocupados por la imposición de relaciones de dominación sobre las mujeres a partir del patriarcado, se han comenzado a organizar para acompañar a las mujeres en sus luchas. Dichos colectivos de «Varones Antipatriarcales» hacen aportes a las críticas al capitalismo a partir de matrices de pensamiento alternativas al mandato patriarcal del varón.

Para la masculinidad patriarcal los varones deben ser machistas o, en caso contrario, se trataría de varones afeminados, débiles, indefinidos, maricones o blandos, sin embargo, según Antonio Boscán Leal, muchos de estos nuevos grupos de varones que rechazan la masculinidad patriarcal hegemónica, no proponen un movimiento que los vuelva pasivos frente a las mujeres o los demás varones, ni una feminización negativa del rol del varón en la sociedad, sino que lo que propician es una superación del machismo tradicional para que se los habilite a asumir actitudes emocionales que los conecten con la ternura y les permita vivir una sexualidad sensible y amorosa sin por eso dejar de ser masculinos.

Nuevas masculinidades: la igualdad de género construida desde los hombres

El padre era casi siempre un desconocido, no se era totalmente espontáneo delante de él. Esto, considerando un modelo más reciente y no primitivo. Hoy el hombre está más cerca de todos sus seres queridos. La mujer también empezó a existir por sí misma ampliando su rol de madre y esposa, el hombre incorporó cualidades femeninas y la mujer cualidades masculinas.

La nueva masculinidad necesita en conjunto su amabilidad con la fuerza de antes, aquella que antiguamente lo empujaba a defensas de territorios o ataques de conquista, el coraje y la capacidad de abstenerse de lo emocional para dirigir con eficacia.

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¿Pero de qué hablamos cuando decimos nuevas masculinidades? Al hablar de nuevas masculinidades estamos hablando de lo que significa “ser hombre”. No se puede olvidar que los hombres han sido formados en un contexto de desigualdad donde su papel tiene que ser el ser fuertes, aguerridos, violentos, autoritarios, diligentes cabezas de familia…ignorando todo lo que se culturalmente está asociado a la feminidad. El resultado es perpetuar el orden social en base a relaciones de poder asimétricas que garantiza la posición social dominante de los hombres, y la posición social subordinada de las mujeres.

Trabajar otra forma de entender los que significa “ser hombre” es intentar cambiar las actitudes y prácticas de los hombres de manera individual y colectiva para conseguir una sociedad igualitaria y el equilibrio entre hombres y mujeres en las relaciones personales, familiares, en las comunidades instituciones y entre las propias naciones. Esto no es un trabajo sencillo, pues requiere deconstruir en poco tiempo lo que durante siglos nos han venido contando.

No hay nuevos hombres. Los que hay ahora los ha habido siempre pero han estado invisibilizados. Ahora afloran otras maneras de ser hombre

La construcción identitaria masculina influenciada por visiones hegemónicas tradicionales (dada por la vinculación patriarcal, hombre proveedor, exitoso pú- blicamente y distante emocionalmente), es superada por transformaciones que se desprenden de cambios en las condiciones de reproducción material de la vida. Los entrevistados presentan significaciones positivas con relación a la participación como padre en la crianza de los hijos/as, equidad de género y apertura emocional.

Ellos conciben como imprescindible su figura paterna en la construcción de sus propios referentes

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identificatorios, más allá de alguna ausencia de expresiones afectivas (gestuales) de sus progenitores. La identidad del varón es condicionada por el acceso de la mujer al trabajo y los procesos de autonomía femenina, que repercuten en la exclusividad del asignado cultural de desarrollo laboral, el cual es representado como una oportunidad de crecimiento personal y bienestar familiar que demanda mayor complementariedad doméstica, ejercicio compartido de roles parentales, crianza compartida y redistribución de sus tiempos. Perspectiva que se opone al asignado cultural de obligada distancia paternal, asociación lineal al poder y proveeduría del padre frente al término conyugal. Por lo tanto, se reafirma la parentalidad como proceso en construcción y cambio constante, cuya práctica es afectada por las condiciones de contexto que influyen en la forma de vinculación parental y en las representaciones emergentes de “subjetividad social” que superan lo atribuido como natural, deconstruyendo los roles de género, para luego volver a construirlos desde la equidad, el bien común, el interés superior del niño/a y los derechos fundamentales. Implica ir en contra del sentido de propiedad de los hijos/ as, con cierta exclusividad de crianza materna y asimetrías parentales; elementos internalizados culturalmente mediante la socialización femenina en perjuicio de la figura paterna. El modelo dominante de masculinidad con sus imaginarios estereotipados en lo simbólico es cuestionado, supone alejarse de su raigambre mitológica de instinto materno, cuyo asignado cultural impone una pauta excluyente de masculinidad que considera al varón incapaz para cuidar al niño/a y una feminidad que atribuye a la mujer competencias idóneas y naturalizadas, lo cual incentiva la práctica machista de desapego y contribuye a la obstaculización paterno-filial. Esta situación se radicaliza en la separación de la díada parental que es condicionada por normas legales estructurantes, propias de la tradición cultural que regula el tipo de custodia y vínculo parental permitido e impuesto en Chile, la cual lleva a la desvalorización del rol de padre, al distanciamiento obligado y la desparentalización involuntaria de la figura masculina; violentando de esta manera la necesidad afectiva del niño/a y el derecho jurídico al vínculo con ambos padres.

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La paternidad ha sido representada como una experiencia significativa, construida en el vínculo con sus hijos/as, en la trascendencia de su rol, en el compromiso afectivo, en el involucramiento activo en funciones parentales y acompañamiento en los procesos de desarrollo psicológico y emocional del niño/a, desde un sentido de responsabilidad moral. Las representaciones subjetivas de responsabilidad parental grafican y confirman que durante la relación de pareja al padre se le exige y valida en la complementariedad de roles y en la cercanía emocional de vínculo con sus hijos/as.

Demanda social que una vez terminada la relación de pareja, en un escenario de disputas por conflictos mal manejados es extinguida por una de las partes que la excluye cuando debiera garantizarla, legitimando la tuición monoparental, reproduciendo el alejamiento del padre, la sobreexplotación del rol materno e imágenes carenciadas de figura paterna en los niños/as.

Por lo tanto, el término de la relación de pareja es sentido como un acontecimiento que les arrebató la cotidianidad con sus hijos/as y por tanto, se torna extremadamente difícil de llevar a cabo el concepto de parentalidad competente de Arés 2004 en Ramírez, (2011).

En consecuencia, más allá de la concepción social que entiende al padre como prescindible y secundario en la crianza (con el riesgo de producir padres ausentes y desentendidos de su función), se evidencia en los discursos, imaginarios sociales de alta valoración y trascendencia respecto de su vinculación afectiva con sus hijos/ as, en un contexto que combina lo jurídico y lo prescrito socialmente.

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La deconstrucción/construcción de roles de géneros debe ser orientada a terminar con la distancia impuesta a la figura paterna sobre el niño/a y a contrarrestar la dominación naturalizada mediante lo simbólico. Un progenitor que unilateralmente impide el vínculo entre el niño/a y el otro padre, ejerce abuso y vulnera sus derechos. La distancia impuesta anula su rol e impone el ostracismo a su figura, para luego ser borrada toda imagen paterna en la identidad del niño/a. No hay ningún fundamento que justifique moralmente “olvidarse” del niño/a y erradamente centrarse en el conflicto. Esto es abuso, maltrato infantil. El eje de la parentalidad debe basarse en la calidad de las relaciones padres-hijos/ as y no en las relaciones de los cónyuges separados. Las relaciones de producción configuran un conflicto importante entre el tiempo demandado para hacer frente a la competitividad requerida en el imaginario de éxito capitalista y el tiempo necesario para compartir con los hijos/as, con la familia; lo que trae frustración pero también una demanda emergente de redistribución de responsabilidades en materia de crianza. Resulta imperativo el pleno reconocimiento del hijo/a como sujeto de derecho, “derecho a preservar el vínculo con ambos padres”, Declaración de Langedac (1999). Los padres deben contar con igualdad de status, derechos, responsabilidades y tiempos de convivencia en la crianza de sus hijos/as, garantizando lazos paternofiliales más seguros post separación o divorcio.

La crianza es una oportunidad de desarrollo para ambos padres: para el varón será una oportunidad de desarrollar una paternidad activa y vínculo emocional con sus hijos/as a través de nuevas funciones que superan arcaicos asignados culturales propios del patriarcado y para la mujer el ejercicio equitativo de roles de género y la posibilidad de diversificar su acción cotidiana en busca de una sociedad más justa y sustentadora de los derechos fundamentales de las personas.

Textos consultados:


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