Las palmeras salvajes - William Faulkner

Publicado el 14 marzo 2016 por Elpajaroverde
El amor. O la idea del amor. Esa idea romántica, sobrehumana casi, febril. El amor y la fuerza que este evoca. La fuerza que atraviesa todo impedimento, que se alza contra todo obstáculo, y cuanto más se complique todo en torno a esa fuerza, mejor; ello será señal de lo fuerte que es nuestro amor, de lo poderoso, de lo verdadero y auténtico. El amor y la tonta ingenuidad de los enamorados, como si la mera idea del amor fuera una patente de corso para atracar seguros y confiados en un final feliz.
"...porque la segunda vez que te vi supe que era verdad lo que había leído en libros y lo que nunca creí; que el amor y dolor son una sola cosa y que el valor del amor es la suma de lo que se paga por él y cada vez que se consigue barato uno se está engañando."
En la tonta ingenuidad de los enamorados también debió de creer William Faulkner (no en los enamorados sino en su tonta ingenuidad, no en el supuesto poder de esta sino en la engañosa trampa que ella misma tiende) cuando acometió la escritura de su novela "Las palmeras salvajes", no en vano en ella nos cuenta la historia de una pareja que lo sacrificó todo por amor, alejándose del mundo incluso, tentando sus confines, para perecer luego (la fe ciega en el amor, no la pareja) en la más absoluta desesperanza. Claro que reducir  a esta sola idea esta novela sería una tonta ingenuidad pero en este caso por mi parte. 

Portada de Las palmeras salvajes

"Las palmeras salvajes" engloba en realidad dos novelas, la llamémosla principal por corresponderse con la idea primigenia de este libro que tenía Faulkner al iniciar su escritura y que responde al mismo título, y El viejo, que debe el suyo al nombre popular con el que se conoce al Mississippi, río que baña la tierra natal del autor y que tuvo notable influencia en gran parte de su obra. Ambas se dividen en cinco capítulos que se intercalan entre sí y aparentemente no tienen nada en común: no son coetáneas, no comparten personajes, no se trata de tramas cruzadas,... Sin embargo, a medida que el lector va avanzando en su lectura irá encontrando similitudes, o tal vez sentidos opuestos, como las dos caras de una misma moneda ambas igual de necesarias para dar forma, cuerpo y sentido al redondo metal. Reconozco que fue esta digamos peculiar estructura lo que hizo que me tomara esta lectura como un reto personal y convirtió esta novela en para mí la primera de un escritor con el que llevaba largo tiempo con ganas de estrenarme (y también, por qué no decirlo con cierto temor y ante todo respeto). ¿El resultado? Ampliamente satisfactorio y gratamente victorioso. ¿Mi periplo hasta alcanzar este? Anhelante, tortuoso y fascinante. Pero no adelantemos acontecimientos. Empecemos por el principio.
Lo primero que leemos (al menos yo en esta edición de Edhasa) es el prólogo de Juan Benet. Comienza comentando cómo surgió en Faulkner la necesidad de ir escribiendo El viejo como contrapunto a Las palmeras salvajes, lo cual me pareció muy interesante además de útil e ilustrador para el lector. Entra ya a profundizar en el análisis de la relación entre ambas novelas, y aunque me ha seguido pareciendo igual de interesante, considero que hubiera sido más certero colocar estas consideraciones al término de la novela. El último tramo del prólogo, con todos mis respetos a Juan Benet y desde mi más modesta y humilde opinión, lo he encontrado, como se suele decir coloquialmente, infumable.
Le sigue a este prólogo un primer capítulo absolutamente fascinante y cautivador, ante el cual no me ha quedado más remedio que maravillarme y caer rendida ante los pies del señor Faulkner, pero ya os he dicho que mi tránsito por este libro entre otras cosas ha sido también tortuoso. Le seguirá a este capítulo el primero de El viejo. Si en Las palmeras salvajes se nos cuenta la frustrada historia de amor entre Harry Wilbourne y Carlota Rittenmeyer (tales son los nombres de los integrantes de la pareja que os he presentado al inicio de esta reseña), en su contrarréplica se nos narra la historia de un penado al que la catástrofe ocasionada por un río Mississippi desbordado le ofrece la oportunidad de vivir en libertad. Casi perezco ahogada víctima del inclemente curso de las aguas del temible río. Me ha costado entrar en esta otra historia. Con Harry y Carlota también he sufrido algún pequeño altibajo, no lo niego, pero con el viejo y el penado he tardado más en conectar. Pero llego, y a tiempo pienso todavía para captar lo que el escritor estadounidense quiso armar entre ambas historias, la historia única que quiso contar.

Steampunk Gear: Vintage Ox Leather Gladstone Bag. Fotografía de davidd

El río es un símil estupendo para hablar no solo de este libro sino también de mi experiencia con él. La metáfora de la vida entendida como un río, o incluso yendo más allá el río como la fuerza motora de nuestra vida. Volvemos otra vez a la fuerza del amor. El amor conduce la historia de Harry y Carlota  que rompieron con las cadenas pre-establecidas para salvaguardar su amor. Trabajo, propiedades, estabilidad, seguridad,... todo ello ata y mata al amor. El penado en cambio (ni él ni ninguno de los personajes de su historia tiene nombre propio), rechazará la libertad que el destino le ha regalado y añorará los grilletes que le mantenían encadenado a lo seguro, lo conocido. Dos hombres en dos historias con dos anhelos opuestos. Digo hombres, sí, porque suya es la historia que se cuenta. Historia narrada en tercera persona pero bajo el prisma de los protagonistas masculinos. Hombre también es el autor. Y la mujer, sin embargo, aunque carente de voz propia se alza en protagonista indiscutible. La mujer es el río, la mujer es la fuerza. Los ojos amarillos de Carlota, su mirada escrutadora. Carlota arrolladora, Carlota indómita.
"Él descubrió que no sabía casi nada del procedimiento adecuado, fuera de imaginaciones e hipótesis porque en su ignorancia creía que había un secreto para la ejecución feliz de esa cosa, no una fórmula secreta sino una especie de magia blanca: una palabra o algún infinitesimal y trivial movimiento de la mano como el que abre un cajón o un tablero secreto. Hasta pensó preguntárselo a ella porque estaba seguro que debía saberlo, tan cierto como que no se vería perdida en nada que ella emprendiera, no sólo a causa de su absoluta coordinación sino porque aun en este corto tiempo había llegado a comprender esa intuitiva e infalible destreza de todas las mujeres en la práctica de los asuntos del amor."
El río que en una historia desborda, arrolla, arrastra, en la otra se vuelve ferrocarril, gélido frío, lluvia incesante, calor asfixiante, viento incansable que azota esas palmeras salvajes. Más conexiones hay entre las dos historias pero ya que he criticado el prólogo de este libro no caeré en lo que pienso que sería el mismo error. Más guiños entre ambas habrá que los que yo he captado que seguro algún lector más avezado o una relectura por mi parte sacarían a la luz. Pareciese que ambas historias  siguiesen cursos opuestos y sin embargo son ríos gemelos, reflejo uno del otro. ¿Cómo hallar el equilibrio entre seguridad y libertad? ¿Cómo mantener el amor una vez castrada su esencia? ¿Cómo confiar en el premio al riesgo de nuestras decisiones si la salvaje naturaleza se empeña en ser inclemente con nosotros? (Léase por naturaleza todo aquello que somos incapaces de controlar)
"Era más que un aflojamiento de coyunturas y de músculos, era el derrumbamiento del cuerpo entero como se derrumba el agua sin dique,..."

symetree. Fotografía de Loco Steve

A punto estuvo ese agua sin dique de derrumbarme, sí, a punto he estado de dejarme derrumbar, de tirar la toalla con esta lectura. No lo hice y no sabéis cuanto lo agradezco. Faulkner te lanza... (no, salvavidas no, no te lo pone tan fácil) Faulkner te manda olas, de cresta magnífica, en forma de frases, de párrafos reveladores, alentadores. Y yo me dejo llevar por esas olas arriba y abajo, me agarro a lo que encuentro y emerjo de ellas despeinada, rasguñada y cubierta de barro. Suficiente, lo imperdonable hubiese sido salir limpia y seca. Y sé desde que me encuentro por primera vez al borde del abismo que continuaré hasta el final aunque tal vez no tenga nada que venir a ofreceros, y sé también desde antes de llegar a ese final que sí tendré algo que contaros (solo espero que vuestro paso por esta reseña haya sido menos accidentado que el mío por esta novela). Supe algo más aun antes de terminar este libro, y era que tenía que leer algo más de William Faulkner. Decisión no sé si arriesgada por mi parte o si acaso será premiada, pero en este caso la naturaleza se ha avenido a ponerse a mi favor (tal vez antes de lo esperado y recomendado) y se ha manifestado en forma de lectura conjunta. Qué podía hacer sino seguir el curso de la corriente que hasta mí llegaba. Los que me seguís habitualmente por aquí o por las redes sociales ya estaréis al tanto de la lectura conjunta de "Mientras agonizo" que ha organizado Carmen Forján, los que no, os podréis imaginar igualmente el nombre del autor de esta otra novela. Parece que el señor Faulkner y yo no tardaremos en volver a encontrarnos.
Sé una última cosa, con una certeza asombrosamente presuntuosa por venir de una lectura en la que se pone permanentemente en juego las ataduras autoimpuestas, la utilidad de los sacrificios heroicos y la futilidad de nuestras decisiones, una lectura en la que se hace aguas siendo imposible pisar tierra firme. Preguntadme de qué color son las aguas del Mississippi, mi respuesta será categórica: color amarillo. Amarillo como la tierra enfangada, amarillo como la promesa del amanecer que contemplan los ingenuos amantes, amarillo como los ojos y la mirada de Carlota Rittenmeyer. Una única certeza ante un río salvaje que no sabemos en dónde nos va a arrojar. Un espejismo de poder y control una vez terminada la riada y llegada la calma.
"Entre la pena y la nada elijo la pena."

ojo de alguien, no recuerdo. Fotografía de Alberto Perdomo


Ficha del libro:
Título: Las palmeras salvajes
Autor: William Faulkner
Editorial: Edhasa
Año de publicación: 2004 (1939)
Nº de páginas: 384