A nosotros,
que creímos ser el centro del universo,
nunca nos despertaron
a mitad de la noche las bombas,
ni las patadas en la puerta en la madrugada,
jamás lloramos la muerte de un ser querido
muerto ante los cañones de los fusiles al alba.
Nunca fuimos nadie,
ni lloramos por nada,
a lo sumo,
nuestras lágrimas desbordadas
fueron ante una pantalla panorámica,
sufriendo el drama de Escarlata O'Hara.
Nosotros,
nunca supimos lo que es una mala primavera.
A nosotros,
nunca nos ladró un perro hambriento,
disputando un mendrugo de pan caído en el suelo.
Nosotros
que nunca supimos del dolor,
que causa hambre en nuestra panza,
siempre la tuvimos harta.
Nunca vimos llorar a nuestra madre,
por no tener una rebanada de pan
para darnos de merendar...
¿Qué sabemos del hambre que no admitía espera,
porque lo que no desayunabas por la mañana,
tampoco lo cenabas a la luz de la luna?
Nosotros,
que no supimos del miedo al látigo,
o a los golpes de los fusiles en nuestra puerta,
ni de colas interminables
ante las puertas de los penales,
de los «vivas a la libertad»
de los fusilados en los paredones,
sin un dios en el cielo
que secase las lágrimas de los perdedores
de todas las batallas,
porque no tenían dios,
o esos dioses
se había puesto del lado de los traidores.
Nosotros,
Que nos enseñaron de la a «a» la «zeta»,
mientras cambiábamos nuestros dientes de leche,
sin que nunca nos faltase un tazón en la mesa,
ni un capricho en nuestra colegial cartera.
Nosotros,
que antes de abrir la boca,
teníamos la camisa nueva puesta.
¿Qué sabemos de pan apolillado
con rancia manteca como sabroso relleno?
Nos creímos el centro del universo,
siendo que nunca luchamos por nada,
ni siquiera
cuando les quitaron el pan de la boca a nuestros hijos.
Ellos,
que cuando tenían la risa en los labios,
soñando Libertad, Igualdad y Fraternidad,
sentados en los primeros pupitres
de unas escuelas que comenzaban a andar,
los despertaron los tiros
de una guerra criminal,
que unos militares traidores,
y a fuerza de golpes,
bombas y cañones,
les robaron la infancia y la leche,
antes de cambiar los dientes.
Ellos,
que cambiaron el lapicero
por el azadón,
que sufrieron la patada en la puerta,
el desconsuelo en el alma,
la rabia ahogada,
por las lágrimas contenidas
al escuchar los tiros
que se llevaban las vidas de sus padres,
mientras agarrados a las faldas de sus madres,
secaban sus lágrimas
sin un dios al que poder rezar.
Ellos,
que siendo chiquillos,
sufrieron las peores primaveras,
con hambre, penas y mil temores,
remontaron el vuelo
alzando el puño contra dictadores ladrones,
pidiendo Libertad, Igualdad y Fraternidad
frente a los torturadores.
Ellos,
que salieron a la calle
defendiendo nuestras pensiones,
que no las suyas,
se han ido,
solos y en silencio,
con el criterio miserable:
«de tanto tienes tanto vales»,
cribados entre ricos y pobres,
seguros privados a los hospitales.
Si tienes seguro vives,
de lo contrario…
mueres solo,
sin una lágrima que te consuele…
A ellos van estas lágrimas,
por ellos va este grito
que no pudieron dar ellos.
©Paco Arenas 14 de junio de 2020 -Autor de Magdalenas sin azúcar, novela recomendada por catedráticos de literatura e historia.©Tiempos de clausura (mi nuevo libro de poemas)