Los aparatos partidistas son, por lo general, reacios a regalar su cuota de poder. Llevan tiempo siendo los auténticos protagonistas de este sistema político; nombran candidatos, dirigen los procedimientos electorales, deciden en las votaciones parlamentarias y eligen los jueces para los tribunales superiores. Ante esta tesitura, es comprensible que cualquier movimiento, de aparente apertura hacia la sociedad, sea analizado, al menos, con cierta cautela.
En cualquier caso, ¿es positivo que el PSOE haya decidido celebrar primarias abiertas? En principio sí, aunque un análisis riguroso nos exige profundizar más. Primero de todo, ¿en qué consiste este proceso? Sencillamente en que algunos candidatos del PSOE, podrán ser elegidos no solo por sus afiliados, sino también por aquellas personas, mayores de 16 años, que decidan participar. Ahora bien, siempre y cuando firmen un compromiso con los valores progresistas y realicen una “aportación simbólica” de 2 euros.
Esta estrategia de marketing político está siendo alabada por la mayoría de miembros del PSOE, pero ¿qué beneficios aporta? Con esto no quiero decir que no sea gratificante para los simpatizantes del PSOE poder escoger su candidato. Sin embargo, se está vendiendo como algo casi vanguardista, lo que inevitablemente genera unas altas expectativas. ¿Qué cambios pueden haber? ¿El poder del PSOE como partido va a verse mermado? En realidad no, aunque también es posible que sus simpatizantes no deseen tal cosa, por lo que reformularé la pregunta: ¿este gesto puede contribuir a empoderar a la ciudadanía? Ahí está la clave.
Para responder a esa pregunta, es necesario observar ciertas características que dotan a los partidos de un poder quizás excesivo. Uno de estos mecanismos es la consabida disciplina de voto que cada partido impone a sus diputados. Un hecho que limita algo muy importante: el debate en el Parlamento. Si cada grupo político tiene decidido su voto antes de cada sesión, ¿para qué sirve el debate? Sin él es complicado encontrar la mejor solución a algún problema. Entonces, ¿cuál es el criterio por el que se rigen?, ¿los distintos grupos adoptan sus decisiones teniendo en mente a la ciudadanía o a los intereses de su partido? Entiéndase que estas críticas no se dirigen solo hacia el PSOE.
Esta disciplina de voto se mantiene, aparte de por las sanciones, principalmente por el temor que suscita no repetir en las próximas elecciones. Las cúpulas partidistas, cuya influencia en la confección de las listas electorales es innegable, suelen decidir qué debe votar el grupo político en cuestión. La correlación de estos elementos supone un inconveniente, ya que los partidos internamente realizan las listas de las personas que concurren a las elecciones, pero después de éstas ese acto privado adquiere repercusiones públicas. ¿Y por qué esto es un inconveniente? Porque estas personas, aunque refrendadas por la ciudadanía, deben el puesto a su partido. Además, nada ata a los teóricos representantes políticos con sus teóricos representados, puesto que la propia Constitución, en su artículo 67, prohíbe el mandato imperativo. Una prohibición que parece no impedir, al partido, ejercer otros mecanismos de control sobre sus diputados.
Por esas razones, para que una reforma sea verdaderamente transformadora, debería permitir a la gente elegir algo “más” que el candidato a la presidencia del Gobierno, ya que esto es poco menos que un avance simbólico. Si se pretende empoderar a la ciudadanía, deben acometerse reformas profundas. Por ejemplo, podría permitirse que los simpatizantes de un partido seleccionaran (entre los afiliados) a las personas que conformaran la lista de su circunscripción. De esta manera, sería la ciudadanía quien determinara si un diputado vuelve a entrar en lista. ¿Qué se ganaría con esto? La creación de un auténtico mecanismo de rendición de cuentas ante la gente y no ante el partido, con todo lo que eso supone. Hay que considerar que en las elecciones solo se permite elegir sobre listas ya hechas.
Unas primarias como las que plantea el PSOE, no trastocarían en absoluto el escenario aquí descrito. Se trata, en esencia, de un acto publicitario que no sobrepasa el umbral de la apariencia. Pese a esta crítica, no pretendo sugerir que sea una mala iniciativa, de hecho, dada su relativa facilidad, debería ser una fórmula habitual en todos los partidos. No obstante, debe quedar patente que no es una idea transformadora, y que en nada acerca a la democracia. No lo hace porque el partido (una vez concluidas las elecciones) seguiría ejerciendo el mismo poder, sin variaciones, ya que este entramado no significa concesión material alguna, por parte del aparato partidista, hacia la ciudadanía.
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