Por José Luis Lanao
Los espectros del Piazzale Loreto son como muertos vivientes que amenazan siempre con volver. El 29 de abril de 1945, en la hermosa glorieta de Milán, se colgaban bocabajo de una marquesina los cadáveres de Mussolini, su amante Clara Petacci, y un grupo de jerarcas fascistas. Las fotos te estremecen. Pero más terribles son las imágenes en movimiento, tomadas cuando los cadáveres todavía están tirados en el suelo como un montón confuso de harapos ensangrentados, en el centro de una multitud que los rodea y siempre parece a punto de aplastarlos, pero que retrocede, se ondula, se espesa según va llegando más gente a la plaza, en el centro de una desolación de edificios bombardeados.
La gente observa los cadáveres con asombro. Hay quien sonríe, quien saluda a la cámara, quien se adelanta para pisotear o patear el cadáver. Es un día de sol radiante en Lombardía. El cadáver de Mussolini se reconoce por su cabeza enorme, su cara como una máscara tumefacta de carne con la boca y los ojos abiertos. Unos segundos después los muertos ya no están amontonados en el suelo sino colgando del techo de la gasolinera, como reses en un matadero, sumidos en la estadística monstruosa de los millones de muertos en la guerra y en la marea de destrucción que ese hombre ejecutado el día antes había contribuido a desatar.
Un siglo justo después de la Marcha sobre Roma que llevó al poder a Mussolini, los herederos más desvergonzados de su tiranía acaban de ganar las elecciones en Italia, y su victoria, con un aire gradual de normalidad de sus aberraciones políticas, favorecen y se aprovechan de una difusa propensión a juzgar con una cierta benevolencia el régimen fascista italiano. Son las primeras heces del posfascismo. Hay quien piensa que definirlos como “posfascistas” es afirmar que lo que proponen estos partidos es el regreso a las manos en alto, la estética de la esvástica y la visión violenta de la política. Pero caricaturizar lo que ocurre es otorgarle el extraño privilegio de no tomarlos en serio. La realidad es que los anclajes de estos movimientos extremos se basan en concepciones políticas elaboradas. Sus líderes no son títeres, ni representantes de un peligro provisional. Su fuerza aumenta a medida que penetran en las instituciones, como hemos visto con Bolsonaro y Trump, pues se hacen cada vez más influyentes en el corazón mismo del sistema.
La polarización afectiva es la que más enfanga la vida colectiva. Lo saben muy bien Javier Milei, José Luis Espert y Patricia Bulrrich; algunos ejemplos de este posfascismo de extrema derecha y de derecha extrema, tan bien abonados en la política argentina. En Europa se despliega un contramodelo iliberal de regresión democrática y restauración de las antiguas jerarquías, abanderado por Viktor Orbán, quien reclama a pecho descubierto el legado del nazi Miklós Horthy, regente de Hungría entre 1920 y 1944. Arropado por la italiana Georgia Meloni, calificada por “Le Monde” como, “líder de un movimiento posfascista en un país fundador de la Unión Europea”, y por Mateusz Morawiecki, premier en Polonia. Acompañan Estonia, Letonia y Eslovaquia, el Frente Nacional de Marie Le Pen, el Partido de la Libertad en Austria, los Demócratas de Suecia, Vox en España, el Partido de la Libertad en Países Bajos, Alternativa por Alemania, etc.
Probablemente, al día de hoy, sea el mayor movimiento global que se está produciendo en el planeta. Algunos ya están en el poder. Otros sabrán esperar, pacientemente, para llegar o regresar a él. Hace tiempo que se han bajado de la marquesina de Piazzele Loreto. Visitaron el infierno y han vuelto. Son las primeras heces del posfascismo.
Logroño, España, 3 de marzo de 2023.
José Luis Lanao - Periodista. Colabora en Página/12, Revista Haroldo, Revista La [email protected] Eñe y El Litoral de Santa Fe. Ex periodista de “El Correo”, Grupo Vocento y Cadena Cope en España. Jugador de Vélez Sarsfield, clubes de España, y Campeón Mundial Juvenil Tokio 1979.