Según dicen, cuando una historia llega a manos de un editor, tienes 3 párrafos, si se trata de un relato, o 3 páginas, si es una novela, para convencerlo de que tu texto merece la pena. Has trabajado duro, has empleado mucho tiempo en componer esa historia y, cuando llega el momento de presentarla a examen, resulta que el tribunal sólo va a dedicarle 3 párrafos o 3 páginas.
Puede que lo consideres frustrante y que te revuelvas contra ello, pero puedo asegurarte algo: nada va a cambiar. De modo que la mejor estrategia que puedes adoptar es la de no sólo escribir una novela increíble, sino componer los 3 mejores párrafos o páginas iniciales que tu talento sea capaz de crear.
Esta entrada puede ayudarte en esa tarea.
Arenas movedizas
El símil que utiliza James Scott Bell en su libro 27 Fiction Writing Blunders – And How Not To Make Them! para explicar en qué se convierte una primera página mal escrita es algo más que visual, es una realidad.
Enredar al lector entre palabras que no consiguen meterlo en la historia es lo mismo que arrojarlo a una poza de arenas movedizas en la que se hundirá sin remedio. Y dos de los elementos que transforman el principio de un texto en arenas movedizas son la exposición y el pasado de los personajes.
Exposición
Un escritor utiliza la exposición para explicar el contexto, es decir, la situación en la que se encuentran los personajes en un momento determinado. Y no está mal que lo haga. No vamos a excomulgar porque sí los párrafos de exposición que aparezcan toda novela. La exposición es un recurso más, una herramienta que está ahí para que se utilice, pero para que se utilice con habilidad.
Empezar una historia con largos párrafos de exposición y pretender que el lector se quede allí, frente a la página, leyendo toda esa información que sin duda es necesaria, pero no en ese preciso instante, es invitarlo a que abra la puerta de salida de tu novela. Aunque probablemente habrá utilizado la de emergencia y para cuando te des cuenta ya estará muy lejos.
El pasado de los personajes
Vale, de acuerdo. Te han enseñado que construir bien un personaje antes de sacarlo a escena es fundamental si quieres que parezca humano y el lector empatice con él. Así que has trabajado duro e incluso has seguido la recomendación de escribir una biografía de tu protagonista para conocerlo a fondo y, sobre todo, porque te han dicho que en su pasado se encuentran muchas de las respuestas que plantean la personalidad y naturaleza del personaje.
Está bien. Muy bien. Y seguro que todo ese trabajo previo te resultará muy útil cuando estés escribiendo la novela. Sin embargo, usarlo para empezarla es pegarle un tiro en la sien a tu propia historia. Te lo aseguro, ningún lector necesita que le cuentes la vida del protagonista según abre el libro. Lo que el lector necesita es acción.
Es frecuente que los escritores crean que sin todos esos datos, el lector no sabrá ubicarse ni entenderá lo que se le va a contar. Es tan frecuente, de hecho, que pese a lo mucho que le adviertan de que comete un error, el escritor principiante tardará mucho tiempo en darse cuenta de que quien le así le alecciona tiene razón.
El lector entra en la historia a través de un personaje activo, un personaje que está moviéndose, haciendo algo, es decir, un personaje en acción. Un personaje que esté enfrentándose a un reto, a un problema, a un conflicto o cambio. Si le das eso, el lector entrará en tu novela dispuesto a quedarse.
Y el problema que tanto la exposición como narrar el pasado de los personajes plantean en el inicio de una novela es, precisamente, la falta de acción.
Cómo solucionar este error
Es muy fácil. Seguro que ya conoces la respuesta. Sí, la solución se encuentra en la palabra acción. Empieza tu novela con acción.
Así que, tal y como aconseja James Scott Bell, empieza siempre tu historia con algo que esté ocurriendo en el momento presente. Y una buena manera de asegurarte de que lo haces es mirar a los tiempos verbales que has utilizado en esos primeros párrafos. Subraya todos los:
Había visto…
Había llegado…
Elena había llorando a su marido todos aquellos años, y ahora él volvía…
El policía se había retirado después de que aquella rehén muriera por su culpa.
Mi padre había enseñado en aquella escuela durante veinte años.
El pluscuamperfecto se utiliza para referirnos a una acción ocurrida en el pasado y anterior a otra acción que también sucede en el pasado. De modo el uso del pluscuamperfecto de indicativo en nuestros párrafos iniciales es prueba indudable de que estamos introduciendo parte del pasado de nuestro personaje.
Así que borra todos esos había. Obliga a tu personaje a entrar en acción y luego ya tendrás tiempo de explicar el pasado. O, en palabras del propio James Scott Bell:
Actúa primero, explica después.
James Scott Bell
Diálogo: tu mejor amigo
Vuelve a tu texto y subraya todas las partes en que encuentres exposición o párrafos en los que se narra el pasado del personaje (recuerda, “había…”).
Ahora, borra todo aquello que no sea absolutamente imprescindible, todo aquello que el lector no necesite conocer en este preciso instante.
Después, trabaja con el material que quede intentando transformarlo en diálogo. Un diálogo en el que has de introducir tensión y conflicto. Si no lo haces así, volverás a la exposición, sólo que esta vez en boca de un personaje.
Seguiremos hablando del problema de las primeras páginas y de cómo transformarlas en un auténtico gancho que atrape al lector. Pero eso lo dejamos para una próxima entrada.
Si te ha gustado ésta y crees que puede resultar útil a otras personas, te agradecería que me ayudaras a darla a conocer en las redes sociales. Gracias
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Créditos: 27 Fiction Writing Blunders – And How Not To Make Them!, James Scott Bell
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