Las prohibiciones, cuando hay una ratonera en la casa… toda la granja corre peligro.
En el post del pasado 30 de mayo hablaba de los supuestos delitos de apología, tan de moda en los últimos tiempos y, en especial, desde que las redes sociales han cambiado nuestra manera de ver el mundo y de comunicarnos. No era un post aislado, aunque creo que nunca había hablado directamente de apología, pero digo que no era aislado porque era un artículo más sobre prohibiciones, una más de tantas que nos rodea últimamente (y de las que hablo a menudo) donde cada día aparecen nuevas limitaciones a nuestras libertades. Después de escribir el post de ayer seguí meditando sobre este asunto y recordé la vieja parábola de la granja que tenía guardada por algún sitio. Hablando de las prohibiciones, creo que lo ilustra a la perfección, y no porque la parábola hable directamente de las prohibiciones, que no lo hace, pero sí que habla de las amenazas y de los intereses partidarios y eso, se quiera o no, está íntimamente relacionado con lo que quiero comentar. De hecho creo que ya he comentado algo de eso en el blog en alguna ocasión.
¿Cómo nos manipulan con las prohibiciones?
Es evidente que todos podemos reaccionar a alguna de las motivaciones antes expuestas, pero no en todos los casos. Uno puede estar de acuerdo con la prohibición de ir a más de 120 porque le aterroriza conducir, pero al mismo tiempo puede ser un fumador empedernido al que le moleste que le prohiban fumar en su bar de toda la vida. Pues de eso se aprovecha el poder legislativo, de la diversidad de la fauna humana y de su manera bastante generalizada de reaccionar antes las prohibiciones donde siempre, siempre, hay dos bandos, los que están de acuerdo y los que no. No importa cuál sea la prohibición, siempre habrá partidarios y detractores (yo suelo estar casi siempre en la parte de los detractores).
Pero si cuando a mí no me molesta o no me veo amenazado por una prohibición, la tolero, cuando hay otra que me molesta o que veo injusta, aquellos a los que les resulte indiferente no harán nada tampoco por evitarla. De ese modo se puede conseguir desde arriba ir cerrando el círculo poco a poco. Con lo dicho hasta aquí, creo que la parábola de la granja que transcribo a continuación, se entenderá mucho mejor:
Un ratón mirando por un agujero de la pared ve al granjero y a su mujer, de la hacienda donde vive, abriendo un paquete. Rápidamente pensó: «¡Hummm! qué rico, ¿qué comida puede haber allí?» Quedó aterrorizado cuando descubrió que era una trampa para ratones. Salió corriendo, con el corazón palpitando —a millón— del susto, hacia el solar de la casa a advertírselo a todos: «¡Hay una ratonera en la casa… una ratoneraaa!». La gallina que estaba buscando sus lombrices en la tierra, cacareó y le dijo: «Discúlpeme señor ratón: entiendo que sea un gran problema para usted, pero a mí no se me mueve ni una pluma, no me perjudica en nada, no me incomoda, ni me molesta!» El ratón se fue preocupado hasta donde estaba el cordero y le dijo: «¡Señor cordero hay una ratonera en la casa!» El cordero baló y le contestó: «Meeeee parece que para mí no es. ¡Discúlpeme, señor Ratón, pero no veo nada que pueda hacer! ¡Quédese tranquilo, usted está en mis pensamientos!» Entonces el ratón fue gritando hasta donde estaba la vaca. ¡Hay una ratonera, señora vaca hay una ratonera en la casa! La vaca mugió y le respondió: «Muuuuuucho no me va a hacer ¿Estoy en peligro por casualidad? Pienso que no…» Entonces el ratón se volvió a la casa, cabizbajo y abatido, para encarar solo el problema de la trampa mortal. Aquella misma noche, cuando todo estaba en silencio, se escuchó un fuerte ruido, como el de una ratonera agarrando a su víctima. Ante el barullo, la mujer corrió a ver qué había en la ratonera. Pero, en la oscuridad, no vio que la trampa había agarrado la cola de una víbora venenosa. La víbora la mordió, y la mujer pegó un grito: «Aaaay. Me picó una culebra». Y se desmayó. El granjero llamó al médico. Cuando vino el doctor, le tomó la temperatura a la mujer, encontró que tenía fiebre alta, y le recomendó una sopa de gallina. Porque todo el mundo sabe que para alimentar a alguien que tiene calentura, nada mejor que un nutritivo caldo de gallina. El hombre entonces agarró un cuchillo y fue a buscar al principal ingrediente. El granjero la llamó: «Ven gallinita que voy a hacer una sopita». Como la enfermedad de la mujer continuaba y estaba grave, aun después del consomé, amigos y vecinos vinieron a ver a la enferma. Para alimentarlos, el hombre decidió hacer un guiso de cordero. El granjero lo llamó: «Ven corderito, ven que voy a hacer un guisito». Tras la comilona de «ovejo», la mujer no mejoró y se murió. Mucha gente fue al funeral. Entonces el granjero en agradecimiento decidió sacrificar a la vaca para darle de comer a todo el pueblo. «Ven vaquita que quiero hacer una asado». La vaca espetó: «Noooo que a mí no me han invitado». Entonces el granjero le contestó: «¿Cómo que no te han invitado? Si eres el plato principal». La moraleja de la historia reza: La próxima vez que oigas decir que alguien está confrontando un problema, recuerda que cuando hay una ratonera en la casa… ¡toda la granja corre peligro! ¿Se dieron cuenta, quién se salvó?Recomiendo leer mi artículo: