¿A qué obedece ese brillo en la mirada? Bueno, a qué obedecía. Puede que ese día, antes de la entrevista o la intervención televisiva o lo que quiera que fuera el evento al que corresponde esta imagen, Monzó se pimplara un par de vasos de bourbon. Id a saber: confeso amante de la buena "be-vida", jamás tuvo el mínimo reparo en reconocer su costumbre en lo referente a las bebidas espirituosas, sobre las que no escatimaba comentario alguno en sus escritos, si la ocasión lo precisaba. Para los que vamos siguiendo sus andanzas, pues Monzó encarna a la perfección ese perfil a la vez militante y crítico, queda bastante claro que, últimamente, el escritor, que debe rondar la sesentena, ha sido apercibido acerca de su estado de salud, cuestión que suele llevar aparejado el clásico consejo médico de alejarse de muchas cosas. Tabaco, bebida, comidas grasas o copiosas, estupefacientes sin receta, malos hábitos de sueño, ya sabéis. Y parece que Monzó les hace caso. Y parece que eso ha afectado a su brillantez. Por lo menos, la verbal. Monzó ha perdido su mojo. Habla más pausado, habla sin saltar de un tema a otro, sin atropellar al interlocutor, sin que su tono de voz ya nos haga imaginar su clásico derroche facial de tics. O eso me parece.El caso es que vengo de aburrirme ayer de lo lindo en una cena de empresa. Sí; de lo lindo, y simplemente porque, años que uno tiene y temor a los controles policiales que suelen proliferar en noches como esta en Barcelona, decidí limitar de forma drástica mi consumo de alcohol, que venía siendo mi manera de sobrellevar estos eventos. El resultado fue un desastre absoluto, una especie de incomprensible actitud de no estar para muchas tonterías, y una reflexión que se me solapa con muchas cuestiones. Como acordarme del famoso personaje de cierto añejo capítulo de Friends, un tipo al que apelaban el divertido porque eso era lo que era bajo los efectos del alcohol, pero que aparecía en una fiesta hecho un absoluto aburrimiento y explicando que esa persona que era antes lo era porque era alcohólico. Como hacerme eco de todos esos famosos mitos que, aparte de afectar a escritores de los 60 y los 70 como Burroughs o Hunter S. Thompson, se extendían hacia mitos como Poe, del que se hablaba (hasta concretar en cuales en concreto de sus cuentos) que escribía bajo los efectos de los opiáceos. Y no hablaré de música en relación a ello.Pero el remate ha sido cierta coletilla en cierto mail de hoy. Pasar página respecto a DFW. Ese escritor. Para mí, Foster Wallace no es ese sino este. Tal es su cercanía y tal es el interés y el sentido de la comprensión que me acerca a su obra. No a toda su obra. O tenemos alguna necesidad de ver a nuestros amigos en todas las facetas de su vida. Dicen, escriben, que DFW acusó cómo el abandono del Nardil, medicamento que usaba para la depresión, afectó a lo brillante de su obra. Que era extrañamente receptivo a las críticas y que su afán de perfección, su obsesión por gustar y mantener el nivel que era consciente de ser capaz de alcanzar, pesaban como una losa en una personalidad que era complicada. No voy a especular con fechas ni con eventuales reencarnaciones, aunque no puedo, a estas alturas, descartar nada. Pero ese espíritu insano, turbio, obseso y vitalista es todo un testigo que, junto a otros miles, me gustaría tomar. Aunque puede ser que ni el planteamiento de este post sea del todo cierto. Pues estamos bien.
¿A qué obedece ese brillo en la mirada? Bueno, a qué obedecía. Puede que ese día, antes de la entrevista o la intervención televisiva o lo que quiera que fuera el evento al que corresponde esta imagen, Monzó se pimplara un par de vasos de bourbon. Id a saber: confeso amante de la buena "be-vida", jamás tuvo el mínimo reparo en reconocer su costumbre en lo referente a las bebidas espirituosas, sobre las que no escatimaba comentario alguno en sus escritos, si la ocasión lo precisaba. Para los que vamos siguiendo sus andanzas, pues Monzó encarna a la perfección ese perfil a la vez militante y crítico, queda bastante claro que, últimamente, el escritor, que debe rondar la sesentena, ha sido apercibido acerca de su estado de salud, cuestión que suele llevar aparejado el clásico consejo médico de alejarse de muchas cosas. Tabaco, bebida, comidas grasas o copiosas, estupefacientes sin receta, malos hábitos de sueño, ya sabéis. Y parece que Monzó les hace caso. Y parece que eso ha afectado a su brillantez. Por lo menos, la verbal. Monzó ha perdido su mojo. Habla más pausado, habla sin saltar de un tema a otro, sin atropellar al interlocutor, sin que su tono de voz ya nos haga imaginar su clásico derroche facial de tics. O eso me parece.El caso es que vengo de aburrirme ayer de lo lindo en una cena de empresa. Sí; de lo lindo, y simplemente porque, años que uno tiene y temor a los controles policiales que suelen proliferar en noches como esta en Barcelona, decidí limitar de forma drástica mi consumo de alcohol, que venía siendo mi manera de sobrellevar estos eventos. El resultado fue un desastre absoluto, una especie de incomprensible actitud de no estar para muchas tonterías, y una reflexión que se me solapa con muchas cuestiones. Como acordarme del famoso personaje de cierto añejo capítulo de Friends, un tipo al que apelaban el divertido porque eso era lo que era bajo los efectos del alcohol, pero que aparecía en una fiesta hecho un absoluto aburrimiento y explicando que esa persona que era antes lo era porque era alcohólico. Como hacerme eco de todos esos famosos mitos que, aparte de afectar a escritores de los 60 y los 70 como Burroughs o Hunter S. Thompson, se extendían hacia mitos como Poe, del que se hablaba (hasta concretar en cuales en concreto de sus cuentos) que escribía bajo los efectos de los opiáceos. Y no hablaré de música en relación a ello.Pero el remate ha sido cierta coletilla en cierto mail de hoy. Pasar página respecto a DFW. Ese escritor. Para mí, Foster Wallace no es ese sino este. Tal es su cercanía y tal es el interés y el sentido de la comprensión que me acerca a su obra. No a toda su obra. O tenemos alguna necesidad de ver a nuestros amigos en todas las facetas de su vida. Dicen, escriben, que DFW acusó cómo el abandono del Nardil, medicamento que usaba para la depresión, afectó a lo brillante de su obra. Que era extrañamente receptivo a las críticas y que su afán de perfección, su obsesión por gustar y mantener el nivel que era consciente de ser capaz de alcanzar, pesaban como una losa en una personalidad que era complicada. No voy a especular con fechas ni con eventuales reencarnaciones, aunque no puedo, a estas alturas, descartar nada. Pero ese espíritu insano, turbio, obseso y vitalista es todo un testigo que, junto a otros miles, me gustaría tomar. Aunque puede ser que ni el planteamiento de este post sea del todo cierto. Pues estamos bien.