No fui un buen estudiante, he de reconocerlo. Confieso. El color rojo asomaba abundantemente en mis notas. Esta circunstancia propició que aprendiera las nociones básicas y fundamentales de mi peculiar y autodidacta psicología familiar o casera. Escoger, de entre todos los posibles, el momento más apropiado para entregarle las notas a mi padre. Recuerdo con horror, también lo reconozco, los exámenes de septiembre. Aquellas noches de cafetera, cigarrillos y tetris. Una partida más y me pongo a estudiar, me prometía, me repetía, y raramente cumplía. También recuerdo esos Mundiales entre libros, en los que un Bolivia contra Bélgica se imponía, por goleada, a la Alemania de Bismarck, aquel canciller con la sonoridad de un complejo artefacto de Ikea. A pesar de estos recuerdos, en mi memoria el colegio permanece como un lugar y como un tiempo especial, privilegiado, deslumbrante en muchos momentos. Lo pasé muy bien en el colegio, muy bien, e igual de bien en mis años de Bachillerato (Unificado Polivalente) y C.O.U. Los recuerdo como muy buenos años, vividos intensamente. Hasta Quinto de E.G.B. estudié en un colegio próximo a mi casa, en el López Diéguez, donde también estuvo varias décadas antes Pablo García Baena. Cómo para dudar de los beneficios de la enseñanza pública (y lo digo por el poeta, claro). En Sexto comencé mi periplo en los Salesianos. Ahora me doy cuenta que nunca he sido creyente, que jamás he sentido eso que llaman fe, pero reconozco sin pudor que todos los 31 de enero y los 24 de mayo recuerdo a Juan Bosco y a María Auxiliadora y que aún me sé, de principio a fin, el Rendidos a tus plantas. Defensor, como soy, de la enseñanza pública y de la laicidad como concepto, jamás he escondido mi pasado en los Salesianos. Es más, considero que en gran medida aquellos años han sido fundamentales en la construcción del hombre que hoy soy. Ya no sé si eso se sitúa en el deber o en el haber del colegio.Mi amigos de aquel tiempo siguen siendo mis amigos, como si formáramos parte de una familia creada y establecida más allá de nuestras propias casas. De aquel tiempo conservo mi pasión por el cine, por la música, por la lectura, que me inculcaron como si se trataran de juegos. También mi pasión por el fútbol. Conservo imágenes... sigue leyendo en el El Día de Córdoba
No fui un buen estudiante, he de reconocerlo. Confieso. El color rojo asomaba abundantemente en mis notas. Esta circunstancia propició que aprendiera las nociones básicas y fundamentales de mi peculiar y autodidacta psicología familiar o casera. Escoger, de entre todos los posibles, el momento más apropiado para entregarle las notas a mi padre. Recuerdo con horror, también lo reconozco, los exámenes de septiembre. Aquellas noches de cafetera, cigarrillos y tetris. Una partida más y me pongo a estudiar, me prometía, me repetía, y raramente cumplía. También recuerdo esos Mundiales entre libros, en los que un Bolivia contra Bélgica se imponía, por goleada, a la Alemania de Bismarck, aquel canciller con la sonoridad de un complejo artefacto de Ikea. A pesar de estos recuerdos, en mi memoria el colegio permanece como un lugar y como un tiempo especial, privilegiado, deslumbrante en muchos momentos. Lo pasé muy bien en el colegio, muy bien, e igual de bien en mis años de Bachillerato (Unificado Polivalente) y C.O.U. Los recuerdo como muy buenos años, vividos intensamente. Hasta Quinto de E.G.B. estudié en un colegio próximo a mi casa, en el López Diéguez, donde también estuvo varias décadas antes Pablo García Baena. Cómo para dudar de los beneficios de la enseñanza pública (y lo digo por el poeta, claro). En Sexto comencé mi periplo en los Salesianos. Ahora me doy cuenta que nunca he sido creyente, que jamás he sentido eso que llaman fe, pero reconozco sin pudor que todos los 31 de enero y los 24 de mayo recuerdo a Juan Bosco y a María Auxiliadora y que aún me sé, de principio a fin, el Rendidos a tus plantas. Defensor, como soy, de la enseñanza pública y de la laicidad como concepto, jamás he escondido mi pasado en los Salesianos. Es más, considero que en gran medida aquellos años han sido fundamentales en la construcción del hombre que hoy soy. Ya no sé si eso se sitúa en el deber o en el haber del colegio.Mi amigos de aquel tiempo siguen siendo mis amigos, como si formáramos parte de una familia creada y establecida más allá de nuestras propias casas. De aquel tiempo conservo mi pasión por el cine, por la música, por la lectura, que me inculcaron como si se trataran de juegos. También mi pasión por el fútbol. Conservo imágenes... sigue leyendo en el El Día de Córdoba