"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 2: Curiosidad

Por Jmbigas @jmbigas
"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 1: La Decisión


Uno de los aspectos que más temía tras tomar la decisión de ingresar temporalmente en una Residencia, era la de tener que enfrentarme a la curiosidad irrefrenable de los abuelitos y abuelitas sobre mi vida. Pensaba que me preguntarían a qué había dedicado la vida, en qué había trabajado, si había triunfado o no, a qué dedicaba el tiempo libre, a qué países había viajado y qué experiencias había obtenido de ello, y así hasta el infinito. Mi sorpresa fue darme cuenta de que nadie se interesó en mis vivencias, más allá de alguna curiosidad puntual y casi de pura cortesía, sobre el origen del incidente que me había llevado a ingresar allí. En la mesa del comedor me esforcé en tratar de introducir temas de conversación relacionados con esos asuntos (viajes, países, experiencias profesionales,...), que me parecen de interés casi general. Y lo que obtuve a cambio fue una casi total indiferencia y un desinterés más que evidente, que me desmotivó para seguir intentándolo. La única forma de que los abuelitos que se sentaban en el comedor en la misma mesa que yo, salieran de su abulia, era comentar algo ligeramente despectivo con el Real Madrid, o insinuar que Zapatero no lo había hecho todo mal. Entonces sí, te podían saltar a la yugular. Intenté comprender el fenómeno, y llegué a una conclusión bastante cruel, pero me temo que más que realista. En el proceso de hacerse mayores y envejecer, hay diversos estadios. Cuando uno se jubila, o al menos se retira de la actividad que ha llenado su vida (o que la ha sustituido, en algunos casos), aparecen habitualmente incentivos para hacer aquellas cosas que nunca se tuvo ocasión de hacer. Vemos jubilados que desarrollan actividades que siempre les interesaron (o no) pero que no pudieron llevar adelante, coincidiendo con su actividad diaria, básicamente nutritiva. Algunos trabajan con sus habilidades musicales, otros se matriculan en la Universidad para completar aquellos estudios que nunca tuvieron ocasión de seguir, y así hasta el infinito. Esos jubilados se convierten en personas infinitamente curiosas, que preguntan mucho y que disfrutan de todo lo que acaban averiguando. Son conscientes de que información es poder y que, de una u otra forma, aunque sólo sea como realización personal, podrán rentabilizar todo aquello que sean capaces de aprender, o de lo que se acaben enterando, fruto de su curiosidad. Algunos se dedican a labores solidarias, tratando de devolver a la sociedad lo que esta les ha dado a lo largo de toda su vida. Muchos aprenden informática u otras disciplinas que nunca formaron parte de sus vidas activas. Algunos forman parte de coros y orquestas, para desarrollar esas habilidades musicales que siempre pensaron tener pero nunca pudieron desarrollar. Algunos empiezan (empezamos) a escribir, tratando de hacer algo diferente que resulte interesante para los demás y les aleje de la indiferencia hacia nosotros. En esa fase, no dejan de preguntar continuamente, tratando de averiguar lo que los demás no están muy dispuestos a compartir. Inquieren sobre la existencia de novias y novios a nietos y nietas, hasta la saciedad. Preguntan sobre su trabajo, si ganan dinero, si ahorran, sobre cómo lo gastan. Preguntan y no paran de opinar sobre la vida de los demás. Todo ello es muy bonito y cierto (a fuer de sinceros, a veces incluso pesado y cargante), pero temporal. A medida que se va envejeciendo más, se acaba llegando a un punto de no retorno, al punto en que se bajan los brazos y uno se abandona a la corriente embravecida del río, que finaliza en las cataratas, cuyo rumor ya se escucha en lontananza, donde se acabará despeñando. Sospecho que la gran mayoría de residentes están ya en esa fase. Un estado en que cesa la curiosidad, porque son conscientes de que ya no importa lo que puedan averiguar, les será imposible utilizarlo para darse importancia en cualquier conversación social (que ya no existe para ellos o, de existir, la pueden seguir con dificultad). Una situación en que ya no existe voluntad de aprendizaje o de estudio, porque saben que ya no podrán rentabilizar ni mercadear con lo aprendido, de ninguna manera. Por lo que pude ver, la casi totalidad de los residentes permanentes estaban ya en esta situación, llamémosla terminal. Despeñándose por la pendiente en un trineo sin frenos, con el único horizonte de un punto final. Para algunos (sobre todo, algunas) el único tema de conversación que les interesa es su familia, sus hijos e hijas, sus nietos y nietas; en resumen, todo aquello que quedará en esta tierra cuando ellos (ellas) finalmente desaparezcan. Es una situación curiosa, porque no se habla nunca del futuro. Y es que el futuro ya está escrito para ellos, como dicta el rumor de la catarata. Y el pasado es un mosaico de recuerdos que, casi, sólo sirven para justificar que no se ha aparecido en la Residencia desde la nada, sino como última etapa de un proceso vital en el que, ciertamente, pasaron cosas. Para ellos (ellas) la Residencia es, sin duda, la última etapa. Y todos, o casi todos, ya han bajado los brazos. Todo ello teniendo en cuenta que el porcentaje de residentes con capacidad para mantener, aunque sea mínimamente, una conversación inteligente, es tristemente muy limitado. Por ejemplo, resultaba prácticamente imposible mantener una conversación sobre temas sensibles, tales como política o religión. Creo entender que la razón para ello es que los residentes permanentes ya lo tienen todo claro en esos aspectos, y están totalmente convencidos de que no existen argumentos humanos que les pudieran llevar a modificar sus posiciones, que han consolidado durante toda su vida. Me gustaría recordar aquí lo que decía Serrat en una canción: "Bienaventurados los que - lo tienen claro porque - de ellos será el Reino de los Ciegos". Como toda regla, evidentemente había alguna excepción. Quisiera recordar aquí a  esa señora ya muy mayor, que fumaba a menudo en el porche de entrada, junto a la silla de ruedas donde vegetaba su hermano. Con ella tuve alguna conversación interesante (como relataré en algún otro capítulo), entre cigarrillos, sentados en el banco que allí había. Otra cosa me encontré entre los residentes temporales, ingresados para hacer frente a contratiempos puntuales. Personas habitualmente más jóvenes, que visualizan (y anhelan) cómo será su vida cuando puedan volver a ella al abandonar la Residencia. Para ellos (como para mí, por cierto), la Residencia no es más que una etapa pero, desde luego, no la última. Existe una frase popular que reza: "Mientras hay vida, hay esperanza". Yo añadiría otra, que nos suministra una lección de mejor aprovechamiento: "Mientras hay curiosidad y voluntad de aprender, hay vida". Si conocéis a algún anciano o anciana (un padre, un abuelo, un conocido,...) que, a pesar de mantener más o menos sus facultades, manifiesta una total indiferencia por lo que le rodea, no siente curiosidad alguna para preguntar, ya no tiene voluntad de aprender, tened claro que ya ha bajado los brazos y avanza irremisiblemente hacia la catarata por la que se acabará despeñando, más bien pronto que tarde. Cuando alguien abandona la curiosidad, deja de tener voluntad de seguir viviendo, y de alguna forma ya empezó a morir.

"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 3: Primer Día