El calor de las 12 y media aprieta en el rostro. Uno siente como si estuviera metiendo la cabeza en un horno precalentado a 180 grados para hacer una torta.
El centro de Maracaibo, como siempre, es un infierno que la basílica de La Chinita no parece afectar.
No es sólo el calor lo que produce esa sensación de averno. La suciedad, la basura amontonada en grandes montañas por doquier. El ruido. El tráfico, esa manera arbitraria de conducir y conducirse el maracucho tras el volante. Las cornetas, los frenazos. Las mentadas de madre. El olor a mortecina y cloacas obstruidas. Si el infierno existe, sus coordenadas están por los alrededores de Las Pulgas en Maracaibo.
No obstante, el centro tiene un cierto encanto que atrae, divierte, da risa.
Un hombre con un racimo de escobas al hombro, recorre la acera entre los desordenados tarantines de buhoneros que colman las…
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