Fotografías por Antonio Andrés
Si algo lleva Bernardo Parrilla a gala, queda claro que son dos cosas. Su música y sus raíces. Tan inherentes como impregnadas la una de la otra. Marchenero y músico casi desde la cuna, Bernardo despliega su sonido como quien traza el mapa de sus vivencias. A base de plasmar cada huella del camino en un sonido, una canción. El Teatro Municipal de Arahal acogió la presentación de su primer disco. Calle Olmedo (Blue Asteroid, 2022), la calle de la infancia de Bernardo es, en ese giro de inspiración tan machadiano, su primera producción bajo su propio nombre y apellido, sus propias composiciones y su propio quinteto.
Un quinteto que ha formado a base de rodearse de próceres. El primero, indiscutiblemente, el maestro Guillermo McGill en batería, una de las figuras más importantes de la escena jazzística nacional desde sus orígenes. ¿Con quién no ha tocado Guillermo McGill? Chano Domínguez, Wynton Marsalis, Barry Harris, Gonzalo Rubalcaba, Joe Pass, Morente, Jorge Pardo…por mencionar a algunos. La música que McGill genera desde una batería pocos pueden generarla.
En piano, el alcalareño Álvaro Gandul (Rozalén, Raimundo Amador, Kiko Veneno…¡hasta con B.B King ha girado!), virtuoso en todos los palos, bien hablemos de blues, bien hablemos de jazz virando hacia lo latino o lo flamenco, como en esta ocasión, o bien hablemos de cualquier género al que le quepan unas teclas. Amparo Lagares a la voz, una cantaora de escuela sevillano-gaditana a la que no le cuesta adaptarse a una samba o a una balada jazzy. Y Daniel Abad, un contrabajista que deja su swing en compases tan diferentes como los de Juana Gaitán, Radio Huachaca, Mansilla y los Espías o Astola. Al frente de todos ellos, obviamente, Bernardo Parrilla alternando flauta travesera y saxofón para completar este quinteto de lujo.
En directo es donde a un disco se le pueden descubrir las costuras, si las hubiere. Pero Calle Olmedo camina, flamenco y latino, con el tumbao de los guapos, que diría Rubén Blades. Rico en mezcolanza y dinámicas se presenta como un potaje jazzista flamenco que no se priva de asomarse más de una vez a los aires del cono sur. Arrancaron con la caribeña Providencia, la descarga de alegría por tanguillos de la luz de infancia de esa Calle Olmedo y otro homenaje a las raíces, esta vez a su padre, con Barrio de la Bovedilla. Viento y sal es una soleá por bulería, una pieza honda, una nana inspirada por la película Adú y la tragedia del Mediterráneo, ese mar cruelmente convertido en cementerio. Las bulerías incandescentes de Fuego preludiaron la suavidad del balanceo de Sweet Juana, una samba híbrida. Caminando y su irregular 7/8 anticiparon la despedida que se consumó con un bis inédito. Llamémoslo provisionalmente El Tororo por su simpático estribillo por alegrías que requirió de la colaboración vocal de un público, ya cautivado, que rindió su aplauso y reconocimiento a la formación.
Pero creo que la siguiente es una observación conveniente que uno, como paisano del protagonista, se puede permitir para terminar esta crónica en este espacio de opinión que no conoce de censuras. Tener a un músico de la talla de Bernardo (o la propia Bejazz, de la que también forma parte) en tu censo, dejando huella paseando el acento y la tierra con orgullo por el mundo, con una calle de tu pueblo por bandera hasta en el título de su primera producción… y no ser el primero que ponga a disposición un escenario para el estreno de su disco… tiene delito. O que no haya otro espacio que una nave multiusos, con la misma cuestionable calidad de sonido para albergar un concierto que para una exposición de automóviles o la feria de la tapa.
En definitiva, las raíces del marchenero Bernardo Parrilla y su calle Olmedo valoradas antes en el extranjero (Arahal, próximamente Priego de Córdoba y ojalá muchos más lugares…) que en Marchena, donde a la música en directo dicen que la han visto, tísica y viuda, pudrirse por las esquinas. Que no sea por sus músicos.
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