La película en blanco y negro debería advertirnos sobre la sensación extemporánea que provoca esta adaptación ambientada en el México actual. La referencia a tarjetas de crédito y a Internet, la presencia de una pantalla LCD en el living del hogar, el ejercicio de cierta libertad sexual trasladan a Emma (aquí rebautizada Emilia) al nuevo milenio, pero las actuaciones marcadamente coreografiadas y una escenografía démodée atrasan nuestras pantallas grandes a los años ¿’60 o ’70? del pasado siglo XX.
Quizás este largometraje haya sido pensado para rendirle honores a una obra que ya superó los 150 años. Quizás se trate de un pronunciamiento sobre la vigencia del prototipo femenino que Flaubert reveló sin proponérselo, para posterior provecho del psicoanálisis. Al margen de posibles especulaciones, no queda muy claro qué aporta esta nueva versión cinematográfica.
Algunos espectadores sentimos ternura cuando descubrimos a Vladimir Cruz detrás del saxofonista Nicolás (el recuerdo de Fresa y chocolate nos embarga enseguida). En cambio, nuestra memoria nos juega en contra cuando la sola mención de títulos como Principio y fin, La reina de la noche, El coronel no tiene quien le escriba y Profundo carmesí evocan un Ripstein que lamentablemente no reencontramos en Las razones del corazón.