El cielo sobre el terreno de juego anda encapotado y pequeñas gotas van calando a los jugadores que luchan con nobleza por el control del balón.
Cuando apenas quedan unos minutos para acabar, un agente de la seguridad del campo, atravesando el césped, se llega ante el colegiado y le dice algo al oído; el de negro se acerca diligente al palco donde habita un señorón elegante que se fuma un Cohíba. La afición grita indignada. El presidente del club comunica no sé qué órdenes al del pito, después le entrega un papel doblado que este repasa gracias a unas gafas de farmacia que guarda con las tarjetas.