Aunque no existe un acuerdo entre los historiadores a la hora de datar el origen de Oviedo, se suele aceptar el año 761 como el punto de arranque de la ciudad, ýa que fue el momento en el que se supone que los monjes Máximo y Fromestano se asentaron en una colina en lo que hoy es el casco antiguo de la ciudad. De todas formas, otros autores, como Fernandez-Buelta y Hevia, hablan de un Oviedo de fundación romana anterior al S. VIII.
En ese lugar, el Rey Fruela, en el año 758 ordenó el levantamiento de la primitiva Basílica de San Salvador, que después de varios añadidos y remodelaciones dio lugar a la actual Catedral de Oviedo. De todas formas, el florecimiento de la ciudad llegó de la mano de Alfonso II (791-842), que trasladó la corte a Oviedo y planificó una serie de construcciones, sobre todo eclesiásticas, que junto con el antiguo monasterio de San Vicente fueron cerrados con una muralla. Esta antigua muralla se fue modificando y ampliando su perímetro durante los siguientes siglos, y se culminó a finales del S. XIII, después de que el rey Alfonso X el Sabio ordenara la construcción de una nueva muralla en 1258.
Esta última muralla de 1400 metros de perímetro,4 metros de alto y 2,20 metros de ancho, resguardaba una urbe de 11,4 hectáreas. En la actualidad aún se conservan varios fragmentos de esta última muralla, sobre todo en la calle Paraíso.
Estas construcciones amuralladas sirvieron de alguna manera para aislar a la población que vivía intramuros, sobre todo formada por personas del clero, de la mayoría de la población, que se asentaba en las zonas extramuros. Pero además de servir de barrera para las personas, hubo algunos animales que quedaron atrapados en su interior. De esta forma, lo que anteriormente era una población continua en la que se producía un transito de individuos sin dificultad, se fue transformando en un conjunto de pequeñas poblaciones fragmentadas que poco a poco se fueron aislando unas de otras.
Entre estos animales, unos anfibios de movimientos lentos y pausados, las salamandras, quedaron atrapados en estas pequeñas islas urbanas hasta nuestros días, pero sus hábitos nocturnos y su comportamiento discreto las ha mantenido ocultas a los ojos de los miles de personas que pasan a diario por estas calles, que ni siquiera sospechan de su existencia. El hecho de que estas salamandras tuvieran la capacidad de parir a sus crías totalmente desarrolladas sin necesidad de pasar por una fase acuática, les permitió sobrevivir en un ambiente en el que la presencia de masas de agua permanente era prácticamente nula.
Pero estos animales no pasaron desapercibidos para todo el mundo. Durante los últimos siglos, en las noches lluviosas y templadas, las sacaveras, que es como se conoce a las salamandras en Asturies, salían de sus escondites entre las piedras de los muros para alimentarse y buscar pareja. Y los artesanos y canteros que construyeron la catedral de Oviedo y muchos de los muebles que hay en su interior dejaron constancia de ellas en sus obras, junto a representaciones de otros animales, como osos y lobos.
Después de haber investigado todos estos indicios y de haber escuchado a varias personas hablar de estas salamandras, sólo quedaba una cosa, comprobar que seguían ahí. En los últimos años se han llevado a cabo varias obras de restauración, tanto en la catedral como del resto de edificios históricos del casco antiguo, que en algunas ocasiones han implicado el rejunteado de los muros de piedra y el pavimentado del suelo. ¿Habrían logrado sobrevivir las salamandras a estas obras o las habríamos perdido para siempre?
Pero había un problema añadido, para confirmar la presencia de las salamandras había que acceder un día de lluvia después de anochecer, pero todas los lugares en los que se había documentado presencia histórica estaban en propiedades privadas a los que no se podía entrar libremente. Tengo que admitir que pensé que me tendría que conformar con mirar desde fuera, pero mis dudas se despejaron después de hablar con Don Benito Gallego, el deán de la Catedral, que se mostró muy interesado en el tema desde el principio y que no sólo me dejó acceder sino que me prestó las llaves para que pudiera entrar cuando considerara que era el mejor momento. Sólo tuve que esperar al primer día de lluvia y a las 9 de la noche abrí la reja del Patio de Pachu el campaneru, en el Tránsito de Santa Bárbara, para buscar a las salamandras.
Al bajar las escaleras comprobé que habían cubierto el suelo de grava y que sólo había unas pocas manchas de hierba, sobre todo en el perímetro. En un primer vistazo no vi ninguna salamandra, a pesar de que la noche era perfecta, y llegué a pensar que ya no las encontraría, pero después de unos minutos rebuscando con la linterna, en una esquina de la catedral, entre unas hierbas apareció una macha negra y amarilla.
Ahí estaban. No tardé en encontrar unas cuantas más, que iban asomando de las pequeñas grietas de los muros o caminaban lentamente entre la poca vegetación herbácea del perímetro. A pesar de que tenía referencias de su presencia, me dio una gran alegría encontrarlas, ya que me seguía pareciendo asombroso que esta población hubiera sobrevivido aislada en una parcela de 400 metros cuadrados durante más de 1000 años.
Después de este primer éxito tenía que intentar confirmar la presencia de salamandras en el resto de zonas posibles que se encontraban dentro del perímetro de la muralla (Monasterio de las Pelayas y Casa Sacerdotal), que al igual que las situadas en la catedral, eran propiedades de la Iglesia. Y al igual que me ocurrió en la catedral, aunque al principio pensé que iba a tener muchas dificultades, fue todo lo contrario y la respuesta no pudo ser mejor, ya que además de interesarse por el estudio me permitieron acceder sin problemas a todos los lugares que les propuse.
Después de varios meses de muestreo, hemos podido confirmar la presencia de salamandras en 28 parcelas de la ciudad, tres de las cuales están situadas dentro del perímetro de la antigua muralla de Alfonso II (el Patio de Pachu el Campaneru, el Cementerio de los Peregrinos y el Monasterio de las Pelayas), y otra más en los jardines de la Casa Sacerdotal, que se encuentra dentro de la muralla construida en el reinado de Alfonso X.
Además de confirmar la presencia de salamandras, hemos recogido muestras de tejido de algunos individuos en varias de estas parcelas para estudiar el efecto de la fragmentación del hábitat sobre la estructura genética de estas poblaciones, ya que la construcción de barreras arquitectónicas o viarias ha podido impedir el libre tránsito de individuos, limitando, o incluso eliminando totalmente, los movimientos de emigración e inmigración entre las distintas poblaciones.
Este aislamiento obligado puede ocasionar a largo plazo fenómenos de deriva génica, ya que al reducirse el número de individuos reproductores se limita también el número de genotipos en la población. Después de varios años, se podría haber producido diferenciación entre poblaciones debido a una diferente combinación de material genético.
En la mayoría de los ambientes naturales resulta imposible datar con precisión la aparición de estas barreras a la dispersión, pero en los ambientes urbanos es posible encontrar documentación en la que figuren las fechas de edificación de murallas o fosos, o el año de construcción de carreteras u otras infraestructuras que han podido actuar como barreras.
¿Se habrán diferenciado estas poblaciones entre sí después de todos estos años?¿Cual es el tamaño mínimo que puede tener una población aislada para sobrevivir?¿Estarán realmente aisladas o habrá una migración subterránea que permita la conexión entre poblaciones? Espero que podamos resolver estas preguntas y alguna más en un futuro próximo, pero mientras tanto seguiré buscándolas en las noches de lluvia en las aceras de mi ciudad.
Estos trabajos los estoy realizando en colaboración con Guillermo Velo-Antón, del Centro de Investigação em Biodiversidade e Recursos Genéticos (CIBIO), y con Daniel Oro, del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA).
Agradecimientos
Quisiera agradecer a Don Benito Gallego, a Sor Rosario del Camino Fernández-Miranda y a Don Amalio Bayón, todas las facilidades que me han dado para acceder a los patios de la Catedral de Oviedo, al Monasterio de las Pelayas y a la Casa Sacerdotal. También quisiera agradecerle a Jacobo Blanco y a Gaspar Fernández-Cuesta la cesión de varios planos antiguos y la información que me facilitaron sobre las distintas fases de urbanización de Oviedo. Quiero agradecer especialmente a Araceli todas las indicaciones y contactos que me facilitó para poder localizar los distintos sitios dentro del Oviedo antiguo y la documentacion historíca que me consiguió. Y por supuesto, también quisiera agradecer a todas las personas, muchas más de las que esperaba, que me pasaron datos sobre localizaciones de salamandras dentro de la ciudad, y especialmente a Belén, que me avisa cada vez que se encuentra una por el antiguo.
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