El decurso histórico posterior nos muestra que, la revolución científica acaecida tras el Renacimiento, ahondará en esa idea, escindiéndose cada vez más la Realidad, entre el mundo del Espíritu y el de la Materia. Con René Descartes (1596-1650), da comienzo el paradigma mecanicista de la ciencia, convirtiéndose el alma inmortal, poco a poco, en un serio problema. Con John Locke (1632-1704), el ser humano se concibe como si de una tabula rasa se tratara, sobre la que se puede escribir casi cualquier cosa (experiencia). Con Thomas Hobbes (1588-1679), la perspectiva del ser humano como un autómata, exento de sustancia espiritual, comienza a adoptar su aspecto más extremo. Pero no fue hasta bien entrada la época de la Ilustración, cuando ésta idea se amplió con el médico y filósofo Julien Offray de La Mettrie (1709-1751), quien en su obra El Hombre Máquina concluyó que el hombre era una máquina. De hecho, para La Mettrie el hombre y el mono no se distinguen sino en el lenguaje, aunque, a diferencia de sus predecesores, él defendía que el lenguaje no era innato al ser humano y, por lo tanto, se podría hacer que un simio fuese humano por medio del lenguaje. Con su doctrina del transformismo, según la cual, no existía ningún Dios que hubiera creado el universo, sino que éste surgió de una materia primordial como consecuencia de la acción de la ley natural, La Mettrie se anticipó a Darwin. Asimismo, retomó la idea del naturalismo renacentista, que había rechazado Locke, al atribuir ciertos “poderes especiales” a la materia viva. La materia, para La Mettrie, no está muerta, sino que posee una vitalidad intrínseca: el corazón, continúa latiendo tras ser extraído del pecho; los músculos de un animal muerto, se mueven aunque no se les estimule, etc. Estas observaciones le llevaron a la idea que luego dará lugar al vitalismo del siglo XX. En palabras de Thomas H. Leahey, “En el universo mecánico newtoniano-cartesiano no había lugar para los milagros, los oráculos, las visiones o el alma de Descartes. En el siglo XVIII la ciencia y la razón sustituirían a la religión, ocupando el lugar que ésta había ostentado como la principal institución intelectual de la sociedad moderna. Los seres humanos serían declarados máquinas sin alma y se derribarían las sociedades en nombre de la felicidad material.” La desacralización de la vida toda se irá extendiendo como una metástasis, por la civilización occidental, y la vida humana se concebirá como carente de finalidad, vacía de sentido y de contenido más allá de la propia existencia, gobernada por el hedonismo y la lucha por la supervivencia. Etienne Bonot de Condillac (1715-1785), siguiendo a Locke, redujo a un único principio todo lo relativo al entendimiento humano: la sensación. Por tanto, radicaliza la idea del alma humana como una tabula rassa, una cera caliente en la que se imprimen todas las experiencias sensoriales. Rechazó, por tanto, la distinción kantiana entre phenomena y noúmena, negando la existencia de ciertas Categorías Trascendentales del Entendimiento que amoldan los objetos de la experiencia a la mente. La mente, para Condillac y, también, para Claude Helvetius (1715-1771) es completamente pasiva. La implicación inmediata de este planteamiento es que la mente humana, vacía y carente de contenido al nacer, puede moldearse del todo por el ambiente, dando a la educación una importancia desmedida. Tal vez sin pretenderlo, el empirismo socava la autonomía de la razón, siendo el hedonismo la fuerza rectora subyacente a todo pensamiento. El Marqués de Sade (1740-1814) lo expuso elocuentemente en su libro Historia de Juliette, donde afirmaba que “El fuerte (…) al despojar al débil, es decir, al disfrutar de todos los derechos que ha recibido de la naturaleza y darles la mayor extensión posible, encuentra un placer proporcional a esta extensión. Cuanto mayor sea la atrocidad con la que atormente al débil, mayor será su voluptuosidad; la injusticia es su deleite, disfruta con las lágrimas que su opresión arranca a su infortunada víctima. (…) Cuanto más ejercite sus fuerzas más placer experimentará, mejor utilizará sus facultades y, en consecuencia, mejor habrá servido a la naturaleza.” En política, el prusiano Johann von Justi expresó cómo el modelo mecánico cartesiano-newtoniano del universo debía aplicarse al estado, al afirmar: “Un estado constituido adecuadamente debe ser exactamente análogo a una máquina en la que las ruedas y los engranajes estén ajustados entre sí con precisión” y debe estar sometido a la voluntad de un solo hombre. El psicoanalista y sociólogo judío alemán Erich Fromm, dio la voz de alarma ante lo alienado que estaba el ser humano, como consecuencia de la extensión de este paradigma en la sociedad contemporánea, en su libro Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, donde afirma que la enajenación del hombre en este mundo es casi total.
Continuará...