Junto a Bocas de arena (ETB, 2020) y Alardea (ETB, 2020), la serie Altsasu (ETB, 2020) fue una de las tres que consiguió ganar el concurso de proyectos para miniseries que trataba de impulsar la producción del canal público vasco. La plataforma Filmin ha estrenado dos de ellas y en esta ocasión nos ocupamos de Altsasu, sin duda la más controvertida de todas porque aborda un hecho real que tiene implicaciones políticas. Su estreno el pasado noviembre en ETB provocó numerosas críticas por parte de partidos como PP y Ciudadanos, que criticaban (sin haber visto la serie) la victimización de los jóvenes abertzales que participaron en lo que algunos consideran una pelea y otros una paliza a dos guardias civiles y sus parejas en un bar de la localidad navarra de Alsasua en octubre de 2016.
Aunque los creadores de la serie, Harkaitz Cano, Andoni de Carlos y Mikel Álvarez optan de forma inteligente por no mostrar directamente los hechos, en una elipsis que demuestra la dificultad de conocer la realidad, hay una clara complicidad con los jóvenes, a los que se trata como víctimas de un sistema judicial que utilizó estos hechos para dar un escarmiento a los movimientos nacionalistas vascos, incluso considerándolo como un delito de terrorismo. Hay algunos apuntes de cierta humanización de los dos guardias civiles, sobre todo a través de sus parejas, pero también hay una tendencia a la representación de estos personajes en espacios cerrados, poco iluminados, que parecen buscar una respuesta emocional negativa por parte del espectador, que también funciona por contraste. Los Guardias Civiles son personajes irascibles, frente a la vitalidad de los jóvenes abertzales, a los que vemos al comienzo en espacios exteriores (que se utiliza después para contrastar con el encierro).
Hay también una cierta manipulación en la descripción del juicio que se realiza en el cuarto episodio. Por ejemplo, se incluye como principal muestra de injusticia el rechazo de la Sala del tribunal a admitir como prueba un vídeo grabado por uno de los acusados en el que se ven imágenes del sargento de la Guardia Civil que contradicen sus afirmaciones de haber sido pisoteado. Pero no se menciona que finalmente ese video sí fue admitido en el juicio. Se trata por tanto de una serie que expone los hechos desde una posición ya establecida, lo que resta efectividad a la propuesta. Tampoco ayuda una dirección de actores poco efectiva por parte del director debutante Asier Urbieta, que hasta el momento ha dirigido algunos cortometrajes, y que no logra extraer naturalidad de los jóvenes intérpretes que incorporan a los principales acusados. Hay un interés más centrado en la presentación de las evidencias de una historia que se muestra como un acto de injusticia que en una labor técnica realmente destacable.
Este ha sido un año complicado para la serie Estoy vivo (TVE, 2017-), producida por Globomedia (Mediapro) y The Good Mood (la productora fundada por Daniel Écija), entre la información sobre su presupuesto y los bajos índices de audiencia, lo que ha provocado la sombra de la cancelación. Con un presupuesto de 578.600€ por capítulo, Estoy vivo no ha cumplido las expectativas que TVE estableció como objetivo de audiencia, un 9.2% de share (1.500.000 espectadores), pero esta cifra nunca ha conseguido alcanzarla, entre el máximo de 7.9% (1.306.000) que logró “El apagón” (T4E1) y el mínimo de 4.8% (780.000) que consiguió “El lago” (T4E11), despidiéndose con un pobre 5.6% (801.000). Las razones de estos bajos índices de audiencia son variadas: por un lado, la propia tendencia de la televisión pública que lleva padeciendo una crisis desde hace bastantes meses (la media de la cadena es un 8.2% de share); por otro, la decisión de adelantar el prime time a las 22:00 h., que se ha revelado como un grave error de estrategia, afectando a sus ficciones como La caza. Tramontana. Pero también hay que tener en cuenta el traspaso de espectadores de la televisión lineal a la emisión en diferido, es decir, la posibilidad de ver la serie “a la carta”, cuyas cifras son en general más positivas (en los meses de abril y mayo ha sido el tercer formato que más espectadores ha logrado, después de Masterchef (TVE) y La cocinera de Castamar (Atresmedia)).
De todas formas, resulta significativo que, mientras en los primeros cuatro episodios siempre superaba el millón de espectadores, a partir del quinto nunca los ha alcanzado, es decir, la serie ha perdido casi medio millón durante la temporada. Esto también indica que la historia no ha conseguido convencer a la audiencia, quizás por la importante ausencia de Anna Castillo, que no ha sido sustituida con éxito, aunque el personaje de Adriana (Guiomar Puerta) parecía una copia de su madre Susana (Anna Castillo). O también por la decisión de los guionistas de traicionarse a sí mismos optando por descartar el final de la tercera temporada para optar por un punto de partida diferente, una especie de puesta a cero de la pasarela provocada por “el apagón”. En realidad, la serie debería haber concluido en su tercera temporada, pero al menos se merece un final cerrado, por lo que TVE debería plantearse dar la oportunidad a una quinta temporada que ya se conciba como final de serie, una vez que termine la reestructuración de la cadena que parece enfocada a dar mayor protagonismo a la plataforma digital. La BBC es un buen ejemplo de televisión pública en la que mirarse, ya que ha sabido compaginar sus emisiones lineales con las suscripciones a BBC iPlayer.
El inocente (Netflix, 2021), producida por Sospecha Films y Think Studio, se ha lanzado como una de las series de la temporada gracias a un reparto de caras conocidas, a una trama de thriller enrevesado en el que el punto de partida va desentramando una historia mucho más compleja, y por la participación como guionista y director de Oriol Paulo, especializado en películas de misterio con resultados desequilibrados como El cuerpo (2012) o Contratiempo (2016) y otros más logrados como Durante la tormenta (2018). Adaptando la novela El inocente (2005) de Harlan Coben, un escritor norteamericano al que le gusta incluir giros inesperados en sus historias, la serie se prestaba a construir un relato desde diferentes puntos de vista para ir creando una narración colectiva de unos hechos violentos.
En este sentido, Oriol Paulo utiliza al narrador en primera persona (en este caso diferentes en cada episodio), para contarnos la historia desde distintas perspectivas. Este recurso funciona bien en los primeros episodios pero acaba resultando forzado a partir de la mitad de la serie, excesivamente alargada hasta unos ocho capítulos innecesarios. La historia gana interés cuando la protagonista es Olivia (Adriana Ugarte), aunque se supone que está más enfocada en el personaje de Mateo Vidal (Mario Casas), pero el guión está tan obsesionado en buscar el giro inesperado que desatiende el desarrollo de los personajes, lo que está más claro en las acciones poco justificadas de Kimmy (Martina Gusman). En su desequilibrio, El Inocente a veces consigue buenos momentos de tensión, pero termina siendo una serie deficiente en la construcción de la trama de misterio. En las entrevistas que concedió Héctor Lozano a finales del año pasado no descartaba la posibilidad de que Merlí. Sapere Aude (Movistar+, 2019-2021) tuviera una tercera temporada, pero meses después se confirmó que ésta sería la conclusión de la serie. No hay una información clara de por qué se ha producido este cambio pero, al contrario que con Merlí (TV3, 2015-2018), queda una sensación de historia incompleta, de final precipitado (con el salto del primer curso a la graduación). Que la serie Merlí tuviera un spin-off protagonizado por el personaje de Pol Rubio era una evolución que se podía entender, aunque en realidad ya conociéramos su vida adulta. Merlí. Sapere Aude se convierte en un proceso de formación de un círculo perfecto, en el que el alumno aventajado del profesor Merlí Bergeron sigue los pasos de su maestro.
Pero, al margen del rodaje en medio de la pandemia, esta segunda temporada se ha encontrado con algunos problemas añadidos, especialmente la ausencia de Bruno, el personaje al que siempre ha estado unido Pol, por decisión del actor David Solans de cambiar de registro y su incorporación al reparto de la serie Los herederos de la tierra (Atresmedia-Netflix, 2021), continuación de La Catedral del Mar (Atresmedia-Netflix, 2018). Esta ausencia no ha perjudicado estrictamente a la serie, pero sí ha dejado algunos cabos sueltos en el desarrollo del personaje principal, enfrentado a un momento que marcará el resto de su vida, y al que incorpora ya con una comodidad extraordinaria Carlos Cuevas, al que también podemos ver en Leonardo (TVE, 2021-), adaptación de la vida de Leonardo da Vinci.
Pero, en una escritura de calidad como la que tiene Héctor Lozano, determinados vacíos son solventados con inteligencia, y de alguna manera la ausencia de Bruno también permite que veamos a un Pol Rubio menos condicionado por su relación, y más abierto a nuevos descubrimientos. Respecto a la primera temporada, los personajes evolucionan con mayor precisión, y es frustrante no poder seguir conociéndolos, porque ahora es cuando consiguen una mayor empatía, empezando por la profesora María Bolaño (María Pujalte), que consigue desligarse de la sombra de Merlí que parecía atenazar al personaje.
Merlí. Sapere Aude supone la evolución final hacia la madurez, la asunción definitiva de la identidad propia, la constatación de que la vida sigue dando golpes con el paso de los años, y de que hay que tomar una decisión crucial: "¿vivir o existir?". Pol se convierte en el Apolo de Satanassa, es acogido bajo las alas de Dino, ese personaje liberador que nos recuerda al personaje de Dante que Eusebio Poncela interpretó en Martín (Hache) (Adolfo Aristarain, 1997). Por el camino, es cierto que esta segunda temporada se aleja de esa conexión con la clase media, y se pierde en una especie de hedonismo entre fiestas suntuosas y debates en Paraninfos que no encajan tanto, o al menos, tienen menos interés en una serie que gana mucho más en su perfil proletario. Y aunque parece que Héctor Lozano ya ha dejado a un lado a su personaje más logrado, la sombra de Merlí sigue viva con el estreno hace unas semanas de la adaptación francesa, La faute à Rousseau (France 2, 2021-).
El pasado año Movistar+ estrenó una de las mejores series documentales recientes, El Palmar de Troya (Movistar+, 2020), que conseguía estructurar con una excelente agilidad narrativa la absurda historia del papado troyano. En esta nueva serie vuelve a participar el guionista Daniel Boluda, que logra de nuevo un trabajo documental de altos vuelos (nunca mejor dicho) en torno al accidente aéreo que provocó la caída y pérdida de algunas bombas nucleares en la localidad almeriense de Palomares en enero de 1966. El director construye una docuserie que se aleja de El Palmar de Troya y tiende hacia el enfoque más periodístico y de investigación, aprovechando la desclasificación de numerosa documentación, pero apoyándose en los resortes del género thriller.
Este enfoque mezcla los relatos de los protagonistas del incidente, especialmente los habitantes del pueblo almeriense, pero también algunos militares norteamericanos que participaron en la búsqueda de la bomba y periodistas que cubrieron la noticia. En este caso se utilizan recreaciones con actores, rodadas con una técnica cinematográfica que las hacen especialmente atractivas, para mostrar algunos de los hechos más relevantes y sus principales protagonistas. Y hay en el director una atención especial a los detalles absurdos que aportan cierto sentido del humor. Pero cuando mejor funciona Palomares. Días de playa y plutonio es en la mezcla de humor y ritmo de thriller, que se representa de forma espléndida en el mejor episodio de la serie, "Bienvenido, Mr. Fraga" (S1E3), que muestra con ironía la famosa visita del Ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga y del Embajador de Estados Unidos, Angier Biddle Duke. Con un ritmo perfecto que de alguna manera solventa algunos desequilibrios del resto de episodios, consigue crear una expectación teñida de ironía en el momento del intento de rescate de la bomba. La serie es una producción de 93 metros, la productora fundada por David Beriain y en la que trabajaba el cámara David Fraile, los dos periodistas españoles asesinados junto al conservacionista irlandés Rory Young en Burkina Faso el pasado 27 de abril.
Al comienzo del primer episodio de Reyes de la noche (Movistar+, 2021-) se advierte que está inspirada en hechos ocurridos realmente pero que los personajes y las situaciones son ficticios. A continuación, vemos a Javier Gutiérrez imitando a José María García. Esta ambivalencia es una constante en el concepto de la propia historia, basada en la guerra de la radio deportiva que se produjo en España en los años ochenta, pero con la intención de dejar claro que casi todo es inventado. Tiene como protagonistas a José María García (Javier Gutiérrez) y José Ramón de la Morena (Miki Esparbé), pero advierte que en realidad no se trata de ellos dos. Utiliza cuando le interesa a personajes reales como Jesús Gil (Manuel Gancedo), pero otras veces los maquilla como Luis Aragonés (Carlos Blanco) o Gemma Nierga (Itsaso Arana), pero haciéndolos perfectamente reconocibles.
Y esta ambivalencia es también lo que perjudica a la serie. Cristóbal Garrido y Adolfo Valor, que también estrenarán este año la serie El día menos pensado (Mediaset-Amazon, 2021-) quieren jugar en un terreno neutral en el que poder tener la libertad para construir personajes a los que llevar hasta el límite (especialmente en el caso de los dos protagonistas) pero no consiguen mantener el equilibrio con las constantes referencias a la realidad. El tono de comedia poco sutil dibuja unos personajes que a veces parecen caricaturas de los protagonistas reales, llevados tan al extremo que acaban construyendo una narración histriónica en algunas ocasiones, como en los últimos minutos de "La gran final" (T1E5), un episodio que resume la frustración que provoca toda la serie, con un desarrollo interesante, un momento crucial en la evolución de ambos personajes, pero que se resuelve jugando la carta del histrionismo. La historia enmarca este enfrentamiento en las vidas personales de los protagonistas, pero con cierto desequilibrio, porque se detiene más en el trasfondo familiar de José María García que en el de José Ramón de la Morena, pero le falta un contexto político e histórico que hubiera sido interesante ver. La rivalidad entre estos dos conceptos diferentes de hacer radio deportiva representaba también el enfrentamiento entre una parte del país heredera de la dictadura y la llegada al poder de la izquierda, una mirada hacia un futuro de democracia y modernidad. La competencia de José María García contra José Ramón de la Morena era la de Pedro J. Ramírez contra Jesús de Polanco, la de José María Aznar contra Felipe González, no exactamente porque se identificaran exactamente con la política de derechas o de izquierdas, sino porque su rivalidad servía para que el Grupo PRISA, ayudado por el gobierno socialista, quisiera destruir un imperio del monopolio construyendo otro imperio del monopolio. Por eso resulta frustrante que esta parte de la historia de la comunicación y la política en España, absolutamente fascinante para ser llevada a la pantalla, se haya quedado en un sainete que tiene algunos buenos momentos de humor pero que se queda sobrevolando la auténtica esencia de la historia sin aterrizar nunca en ella. La segunda propuesta dramática de época estrenada este año ha sido La cocinera de Castamar (Atresmedia, 2021), que adapta la novela del mismo título escrita por Fernando J. Múñez (2019, Planeta). Producida por Buendía, como La Templanza (Amazon, 2021), e incluso repitiendo parte del equipo, como el compositor Iván Palomares, que de nuevo realiza un trabajo romántico de gran altura, la serie potencia la relación entre Diego de Castamar (Roberto Enríquez) y la cocinera Clara Belmonte (Michelle Jenner), y se recrea en las intrigas palaciegas que protagoniza el Marqués de Soto (Hugo Silva), con el contexto del reinado de Felipe V (Joan Carreras), el primer rey de la Casa Borbón, que tenía una personalidad maníaco-depresiva con constantes alucinaciones pero cuya locura no trascendió tanto como el Juana la Loca, por ejemplo. Este comportamiento errático está bien interpretado por el actor Joan Carreras, pero desgraciadamente su papel en la serie es muy secundario. También encontramos otras buenas interpretaciones en los personajes de Doña Mercedes (Fiorella Faltoyano) y Amelia Castro (María Hervás).
La cocinera de Castamar se beneficia de una excelente puesta en escena que utiliza algunos palacios del Patrimonio Nacional situados en Madrid, Segovia y Cuenca como escenarios de la historia, lo que le aporta una credibilidad a las escenas muy superior a otras producciones. Creada por Tatiana Rodríguez y dirigida por Iñaki Peñafiel, habitual realizador de series como El tiempo entre costuras (Atresmedia, 2013-2014) y Perdida (Atresmedia, 2020) y por Norberto López Amado, director de películas como La decisión de Julia (2015 y El cuaderno de Sara (2018), y más recientemente de la fallida serie 3 caminos (Amazon, 2020), se consigue crear una producción solvente con tramas interesantes aunque algunas subtramas, especialmente las referidas al servicio, son forzadas y tópicas.
Lo más interesante de La cocinera de Castamar ha sido su lanzamiento multiplataforma que ha demostrado que una misma serie puede tener una difusión transversal consiguiendo buenos datos en todos los formatos. La serie se lanzó primero en la plataforma Atresplayer desde el 21 de febrero hasta el 9 de mayo como episodio semanal, para estrenarse en Antena 3 desde el 8 de abril donde mantiene unas cifras de audiencia cercanas al 11% de share, aun compitiendo con realities tan potentes como Supervivientes (Tele 5), y al mismo tiempo en Netflix, consiguiendo que la plataforma se apunte al episodio semanal, un día después del que se emite en la televisión lineal. Desde su estreno, la serie no ha abandonado el Top10 español, única forma de conocer (aproximadamente) la repercusión de un lanzamiento en Netflix. De forma que la serie se ha convertido en un fenómeno digno de estudio en cuanto a la posibilidad de conseguir buenos resultados a través de un lanzamiento multiplataforma.
El guión de la serie Parot (Amazon, 2021-) es tan absurdo que acaba resultando incluso entretenido. El punto de partida es la doctrina Parot, norma jurídica del Tribunal Supremo que retrasaba la salida de prisión de condenados por delitos graves, y de la que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos anuló su carácter retroactivo, es decir, no podía en duda la norma, sino que consideraba que no se podía imponer a presos que ya estuvieran condenados. Esto provocó la salida de condenados por delitos graves como terrorismo o pederastia, entre los que se encontraba el "violador del ascensor". Pero en realidad la serie no abunda en este tema jurídico, sino que lo utiliza como instrumento para convertir una típica historia de asesino en serie en un vengador contra los delincuentes excarcelados. En los primeros episodios hay alguna reflexión sobre la doctrina Parot, pero pronto deja de tenerlo como referencia para convertirse en una serie convencional.
Producida por RTVE y Onza, productora de Hernán (Amazon, 2019-) y El Ministerio del Tiempo (TVE, 2015-), la serie se ha presentado a través de la plataforma Amazon, y ha sido creada por Pilar Nadal, Luis Murillo Arias y Alfonso Laporta, que proviene precisamente de la famosa serie de viajes en el tiempo de TVE. Por eso resulta sorprendente encontrar un guión tan inverosímil, que trata de proponer una reflexión sobre el concepto de justicia, pero lo hace a través de una trama en la que los personajes tienen comportamientos absurdos, como el antagonista al que interpreta con convicción Iván Massagué, cuyo objetivo va cambiando según lo requiere la historia, especialmente en un último episodio que es un auténtico desperdicio. Hay escaso desarrollo de los personajes, interpretaciones poco equilibradas, como la de Adriana Ugarte, que parece a veces perdida en las inverosímiles acciones de su personaje. Parot es una serie policíaca mediocre que se hunde progresivamente en un guión insostenible.
Señoras del (h)AMPA (Telecinco, 2019-2021) fue uno de los estrenos más frescos de la temporada hace dos años, con mejor rendimiento en la plataforma Amazon que en su emisión lineal en Tele 5. Creada por Carlos del Hoyo y Abril Zamora, actriz y guionista a la que hemos visto en series como El desorden que dejas (Netflix, 2020) y películas como La vida por delante (Edoardo Ponti, 2020), la serie se beneficiaba de dos aspectos principales: un magnífico humor negro verdulero y un reparto de actrices espléndido, encabezado por Toni Acosta, Malena Alterio, Nuria Herrero, Carmen Balagué y Ainhoa Santamaría. Ese sentido del humor que trasladaba una historia truculenta de asesinatos al entorno de un grupo de amas de casa, con sus preocupaciones cotidianas como madres, conseguía una fusión perfecta que lograba un resultado realmente entretenido.
La serie, sin embargo, siempre tuvo un problema de duración, impuesto por el enfoque hacia el prime time de Telecinco, lo que alargaba los episodios más de lo necesario. Tampoco se ha beneficiado de dos temporadas muy largas en número de episodios, aunque la segunda está dividida en dos partes, pero que han alargado excesivamente las tramas principales y han requerido de la construcción de subtramas que a veces no aportaban demasiado. La trayectoria de Señoras del (h)AMPA ha sido tortuosa, consiguiendo en la emisión en lineal un excelente 20.9%, en el inicio que progresivamente fue reduciéndose hasta un 6.9% en su último episodio. La segunda temporada ha sufrido el caos de las decisiones de Telecinco, que comenzó programándola en prime time y, tras cifras de audiencia muy pobres, acabó relegando el segundo episodio a la parrilla de Cuatro, hasta que canceló sus emisiones. De esta forma, se ha convertido en la última serie menospreciada por la cadena de Mediaset, que al menos ha encontrado refugio en la plataforma Amazon.
La segunda temporada, a pesar de reducir la duración de los episodios a un formato de 50 minutos más estándar para plataformas, ha mantenido cierto grado de interés pero ha perdido buena parte de las dosis de humor negro que la hicieron destacar en la primera temporada. Y también se ha reconvertido de una historia de asesinatos y misterios con numerosas referencias a la cultura popular y al cine y la televisión, en una trama más convencional de justicieras que sin embargo ha conseguido desarrollarse con acierto, desequilibrada entre episodios muy divertidos y otros interminables. Posiblemente esta continua zozobra que ha ido sufriendo la serie ha podido provocar que los guionistas no se centraran en una historia con un destino claro, y eso se ha hecho notar en la irregularidad de su segunda temporada. En todo caso, la serie tendrá una nueva vida en la versión norteamericana que está produciendo NBC bajo el título Dangerous moms (NBC, 2022-), adaptada por Janine Sherman Barrois, guionista y productora de Mentes criminales (CBS, 2011-2015) y protagonizada por Dascha Polanco, una de las actrices de Orange is the new black (Netflix, 2013-2019), a la que ahora podemos ver en la película musical In the Heights (John M. Chu, 2021).
Estoy vivo se puede ver en rtve.es y Amazon.Bocas de arena se puede ver en Filmin.El inocente se puede ver en Netflix.Merlí. Sapere Aude, Palomares y Reyes de la noche se pueden ver en Movistar+.La cocinera de Castamar se puede ver en ATRESplayer y Netflix.Parot y Señoras del (h)AMPA se pueden ver en Amazon.