En otro orden de cosas, la presentación de la segunda parte de la quinta temporada de
La casa de papel (Netflix, 2017-2021) se convirtió en la puesta en escena de una relación cada vez más tensa entre la prensa y las plataformas digitales, especialmente debido a un acto que fue calificado como "lamentable", y que resultó irrespetuoso con los medios de comunicación. No es tan interesante el relato en sí del desmerecimiento, sino la constatación cada vez más notoria de que las plataformas digitales parecen sentirse seguras de que los medios ya no son sus interlocutores con los fans, sino que tienen un acceso directo a través de las redes sociales y de sus propios canales de difusión (es decir, artículos de promoción publicados en los medios que se disfrazan de listas elaboradas por periodistas pero que en realidad son anuncios pagados). Las plataformas ya vienen desde hace tiempo manipulando la información que ofrecen a través de los medios de comunicación, en las que destacan solo los productos que tienen éxito (con cifras muchas veces más que sospechosas) y negando la evidencia de sus fracasos, de forma que acaban creando una especie de burbuja en la que solo se destaca lo positivo. Una estrategia que pasa por ocultar los datos de audiencia reales mientras las propias plataformas se jactan de transparencia interna: Netflix, por ejemplo, proporciona información de audiencias a todos sus empleados, pero éstos tienen cláusulas de confidencialidad y por tanto no pueden compartirlos con nadie. En un reciente artículo publicado en la revista norteamericana The Verge, se descubrió la manipulación que habría realizado Netflix de los algoritmos para que la película Mignonnes (Guapis) (Maïmouna Doucouré, 2020) no apareciera en los resultados de búsquedas, para minimizar la controversia sobre el contenido demasiado sensual de una producción francesa protagonizada por niñas que practican el "twerking", un baile de origen caribeño. La campaña de cancelaciones de usuarios contra Netflix fue tan importante que la compañía no dudó, según la revista, en cambiar manualmente los criterios de búsqueda en los que aparecía la película, de forma que se la fue "enterrando" progresivamente entre los miles de títulos de la plataforma. Todo esto mientras públicamente daban su "apoyo" a la directora, y curiosamente debido a una controversia que fue provocada por la propia Netflix, cuando decidió cambiar el cartel de la película, que en un principio solo mostraba a las protagonistas corriendo por la calle, por otro que resultara más "atractivo" y que finalmente acrecentó la polémica.En el mes de junio de 2020 la Fiscalía de Suecia dio por cerrado el caso del asesinato del Primer Ministro Olof Palme que se produjo en 1986 cuando salía de una sala de cine junto a su esposa, estableciendo como culpable a Stig Engström, un gris trabajador de la empresa Skandia, cercana al lugar del crimen, que nunca fue considerado como sospechoso del asesinato. Las sospechas sobre la participación de este hombre surgieron con dos investigaciones periodísticas recientes, que dieron como resultado el libro de Lars Larsson Nationens Fiende (2016) y posteriormente otro libro escrito por Thomas Petersson bajo el título El asesino improbable. El hombre de Skandia y el asesinato de Olof Palme (2018), que es la base de esta serie en la que se describen las acciones que llevó a cabo Stig Engström antes de cometer el crimen. Esta teoría sin embargo no ha sido aceptada por todos, y este mismo año se estrenaba en Suecia el documental Palmemördaren (Lasse Lampers, 2021) que plantea serias dudas sobre la autoría del asesinato, entre otras cosas porque se establecen demasiadas casualidades en la elaboración de un crimen que dependía de muchos factores arbitrarios y porque no parecen demasiado claras las motivaciones que pudo tener el que fue denominado como "el hombre de Skandia" para asesinar al Primer Ministro sueco.
En todo caso, la serie estrenada por Netflix da por cierta la teoría y la conclusión de la fiscalía, lo que también establece la acusación en torno a una investigación policial llevada a cabo con precipitación y con evidentes errores que llevaron a descartar casi inmediatamente a este sospechoso a pesar de su constante presencia en los medios. Con una espléndida interpretación de Robert Gustafsson, un actor habituado a personajes que requieren una importante transformación física, como el que interpretó en la película El abuelo que saltó por la ventana y se largó (Felix Herngren, 2013), esta producción creada por los mismos responsables de la serie Kalifat (Netflix, 2020-) se construye como un thriller nórdico que maneja con precisión el suspense, y que solo en las escenas que implican a la investigación periodística años después se hace demasiado explicativo, tratando de justificar las posibles lagunas de estas indagaciones. Porque, igual que en su momento la policía estuvo tan obsesionada en seguir una vía de investigación que les llevó a desechar a posibles sospechosos, da la impresión de que los periodistas que analizaron posteriormente el caso parecían tener tan claro que el asesino era Stig Engström que iban adaptando todas las motivaciones y acciones a su propia teoría. Pero la serie funciona bien sobre todo porque no tiene pudor en establecer claramente la competitiva investigación paralela de dos grupos diferentes de policías que, en vez de resolver el caso, acabaron por interferirse mutuamente. Es una narración lenta que sin embargo mantiene el interés, y que va construyendo un personaje psicológicamente complejo, un posible asesino que parece haber matado por una necesidad de reconocimiento, que después del asesinato se transformó en una obsesión por aparecer en los medios de comunicación como el principal testigo presencial. De forma que la propuesta no solo funciona en su aspecto criminal, sino también como creación de un personaje sorprendente.Algunas de las series estrenadas esta temporada bucean en el estado agónico de la sociedad norteamericana, y especialmente en su lado más oscuro. Ya hablamos en nuestra anterior crónica de La asistenta (Netflix, 2021-) y este mes tenemos otras dos muestras de esta mirada pesimista hacia un país que se desangra en su cada vez mayor separación entre ricos y pobres. Esta historia sobre dos amigos en una decadente ciudad de Pensilvania está basada en la novela El valle del óxido (2009, Ed. Literatura Random House), de Philipp Meyer, que fue su debut como escritor y que estuvo a punto de ser adaptada en 2018 para la cadena USA Network, con David Gordon Green como director, pero finalmente fue descartada. La segunda de las novelas de Philipp Meyer sí tuvo una adaptación televisiva en la serie The son (AMC, 2017-2019), protagonizada por Pierce Brosnan. Finalmente, Showtime dio luz verde al proyecto de American rust con Dan Futterman, nominado al Oscar por el guión de Truman Capote (Bennett Miller, 2005), como showrunner, y con Jeff Daniels como principal protagonista. Aunque la novela tiene como principales protagonistas a los dos amigos Billy Poe (Alex Neustaedter) e Isaac English (David Álvarez, al que pronto veremos en West Side Story (Steven Spielberg, 2021)), la adaptación se centra principalmente en los personajes del sheriff Del Harris (Jeff Daniels), que lentamente va envolviéndose en un rodillo de mentiras y encubrimientos, y su amante Grace Poe (Maura Tierney), envuelta en un intento por mejorar las condiciones laborales de la empresa en la que trabaja.
El eje central de la serie es un asesinato en el que están implicados Billy e Isaac, pero en realidad es el catalizador de una serie de acontecimientos que pone a prueba la lealtad de los personajes principales, teniendo como elementos más destacados a los personajes de Billy y el sheriff Del. Construida quizás con demasiada lentitud en los primeros episodios, la historia va haciéndose cada vez más oscura, y muestra con acierto la putrefacción moral de una sociedad que trata de mantener su esencia aunque sea enterrando cadáveres. Pero los conflictos internos poco a poco van saliendo a la superficie, enfrentando a los personajes a sus propias contradicciones. Hay subtramas que tratan de abarcar temas adyacentes, como la explotación laboral en el caso de Grace o la oscura represión de la homosexualidad en el caso de Isaac, envuelta en una homofobia latente que permanece en el pequeño pueblo ficticio de Pensilvania. Y se puede decir que la serie no se beneficia de este intento por abarcar (y retratar) la profunda crisis económica de Estados Unidos.
Otro de los elementos presentes a través de la adicción del sheriff Del, es la epidemia de opioides que se ha convertido en uno de los temas más recurrentes de en las producciones de ficción de esta temporada. American rust trata de aglutinar buena parte de los males que azotan a la sociedad norteamericana, desde el punto de vista de un pequeño rincón olvidado. Y en ese sentido es un retrato oscuro y pesimista que funciona en el desarrollo de algunos personajes, aunque otros quedan algo más desdibujados. Tampoco le ha beneficiado las comparaciones con Mare of Easttown (HBO Max, 2021-), injustas en cuanto que no hay tantas similitudes entre ambas series. Digamos que en American rust hay una mayor pretensión de ofrecer un retrato amplio de la sociedad norteamericana y sus problemáticas, y quizás por eso es menos convincente. Pero se trata de una producción que avanza con cada vez mayor solidez conforme se van desarrollando los episodios, y termina en una encrucijada vital sorprendente para sus personajes principales que apuesta por una segunda temporada aún no confirmada por Showtime.
La serie documental Lola (Movistar+, 2021) tiene la virtud de que asume su incapacidad para aglutinar en cuatro episodios el significado y la trayectoria de una artista singular, llena de contradicciones, que fue representación de la España franquista que trataba de abrirse al mundo pero al mismo tiempo ejemplo de mujer liberal que ejercía su poder (poderío) manejando sus relaciones sentimentales. "Lola en algunos aspectos sí está sobrevalorada, y en otros aspectos lo que está es poco entendida", comenta Francisco... el más crítico de los entrevistados que participan en la serie. Y, por tanto, amplía la perspectiva de los interlocutores más allá de los que son estrictamente necesarios, como sus hijas Lolita y Rosario, y las artistas que la conocieron, como Encarnita Polo, además de los expertos y catedráticos, para acercarse a otras voces que quizás no tengan mucho que decir sobre la artista como Rosalía, Pablo Carbonell o incluso Ara Malikian, pero que aportan una mirada más abierta, una visión contemporánea de la forma en que Lola Flores ha influido en la música.
Otra de las virtudes de esta docuserie producida por 100 Balas, que forma parte del grupo Mediapro, es su agilidad, la capacidad del director Israel del Santo para construir una biografía de forma cronológica, pero salpicándola de las muchas leyendas urbanas y algunas mentiras que contó y asumió la propia Lola Flores. De esta forma, el recorrido no solo es ameno sino también está repleto de anécdotas y rumores que el personaje alimentó a lo largo de su vida. Y todo ello sin perder el fondo histórico de una España que vivía un momento de transformación, una dictadura que trataba de reflejarse en la modernidad, una televisión que se llenaba de color tras la muerte de Franco y un cine que utilizaba el folclore como seña de identidad del sentimiento español. Lola Flores fue también el reflejo de la caída en desgracia de las folclóricas, habitualmente apegadas al régimen, protegidas e impulsadas por la España franquista, que se desvanecía al llegar la democracia.
"Ni canta, ni baila, pero no se la pierdan", se supone que publicó el New York Times en una reseña de uno de los espectáculos de Lola Flores en la ciudad norteamericana. Esa reseña nunca existió, pero quedó como marca de la casa, como leitmotiv de una personalidad arrolladora, y como una de las leyendas que rodearon la carrera de la artista. Y en esa misma línea, Lola no es ni un documental que profundice demasiado en el personaje, ni un programa de entrevistas a artistas más o menos relevantes del panorama musical, ni una mirada en forma de ficción a la vida de un icono de nuestra cultura. Es todo eso al mismo tiempo y nada de eso en realidad. Pero es una de las series documentales más adictivas que se han estrenado este año.
En nuestras recomendaciones mensuales nos gusta incluir algunas series que están inéditas en España, y en esta ocasión nos acercamos a una producción brasileña que ha sido seleccionada en Berlinale Series y recientemente en Beat tv, sección del Tallinn Black Nights Film Festival, al que hemos dedicado varias crónicas en nuestro blog. Os últimos dias de Gilda es una miniserie producida por Globoplay, una plataforma digital nacida en 2015 que alcanzó el año pasado el récord de 20 millones de usuarios, consiguiendo un acuerdo con Disney+ para ofrecer también todo su contenido en Brasil. El creador y director de la serie es Gustavo Pizzi, responsable de películas como Riscado (2010) y Siempre juntos (Benzinho) (2018), que aquí adapta un monólogo escrito por Rodrigo de Roure para la actriz Karine Teles, y que ella ha interpretado durante 18 años en los teatros brasileños. Por supuesto, no podía ser otra la protagonista de la serie, y de hecho Karine Teles ha participado también en la adaptación.
La protagonista es Gilda (Karine Teles) una mujer que vive en una zona de favelas de Rio de Janeiro, y que tiene una pequeña granja en el patio de su casa con la que se gana la vida. Pero sobre todo es una mujer libre y segura de sí misma, que practica el poliamor, tiene varios novios y se niega a apoyar a Ismael (Higor Campagnaro), un vecino evangelista que se presenta a las elecciones para ser el líder de la comunidad de favelas. Ella es un verso suelto en un barrio que se ha ido desviando hacia el conservadurismo y la religión, y que condena la vida liberal de esta mujer escribiendo insultos en los muros de su casa. Gilda representa la resistencia de la libertad frente a las supercherías y las actitudes tradicionales, en una historia que tiene plena vigencia en el Brasil que preside el conservador Jair Bolsonaro, como una representación de la resistencia de un país que ha visto precisamente esta deriva hacia la extrema derecha.
Formada por cuatro episodios de 25 minutos cada uno, la adaptación de Os últimos dias de Gilda es muy inteligente, convirtiendo un monólogo en una narración con diferentes personajes e introduciendo algunos elementos de puesta en escena que mantienen esa conexión con la obra teatral, como cuando Gilda prepara, con un fondo negro, diferentes recetas a lo largo de cada episodio, que en realidad funciona como representación de su estado de ánimo. Hay una sensualidad en los primeros episodios, mostrada a través de varias escenas sexuales en las que son más explícitos los desnudos masculinos que los femeninos, lo cual ya indica un punto de vista que pretende cambiar la forma en que estas escenas se suelen mostrar. Karina Teles tiene tan asumido el personaje que lo interpreta sin esfuerzo, pero introduce un arco dramático que la transforma completamente desde la mujer alegre del principio hasta el pundonor de los últimos episodios, la dignidad con la que se enfrenta a los hechos dramáticos que se irán sucediendo y que van oscureciendo su vida. Es una serie extraordinaria en su capacidad para resumir una narrativa compleja que representa esa resiliencia que describe Chico Buarque en su canción Cordão en su álbum Construção (1971, Universal Music): "Nadie. / Nadie me va a encadenar. / Mientras pueda cantar. / Mientras pueda sonreir".
Al calor del éxito de El juego del calamar (Netflix, 2021-), la plataforma ha estrenado otras producciones procedentes de Corea del Sur que se han realizado en los últimos meses, entre las que destaca especialmente el último proyecto de Sang-ho Yeon, director de películas de género que han conseguido gran trascendencia internacional como la notable Tren a Busan (2016) (de la que se prepara un remake en Hollywood con el título de Last train to New York, que dirige el indonesio Timo Tjahjanto), su secuela Península (2020) o Psychokinesis (2018). Siguiendo sus anteriores acercamientos al terror, el director coreano propone una historia que comienza cuando tres extrañas sombras sobrenaturales salen del inframundo para matar a una persona a la que previamente se le ha anunciado el día y la hora de su muerte. Estos sucesos son aprovechados por el líder de una secta religiosa para aumentar su número de seguidores, anunciando que se trata de un castigo de Dios contra los pecadores.
El comienzo espectacular, que demuestra las habilidades de Sang-ho Yeon para crear una secuencia de tensión extrema, que luego se repetirá en el clímax del último episodio, configura una de las series de terror más logradas de este año. Porque en realidad el mayor peligro no está en los seres sobrenaturales, sino en los propios humanos, aquellos que han construido una sociedad en la que es fácil manipular a la población. Nueva Verdad, la secta que lidera en la primera parte Jung Jin-su (Yoo Ah-in), se propone como una reflexión sobre el concepto de pecado y las creencias religiosas, y aporta algunas ideas intelectuales a la serie que van más allá del simple relato de terror. Cuando en la segunda parte de la historia (que tiene dos tramas diferenciadas) la amenaza contra un inocente plantea serias dudas sobre la definición del pecado, se acaba proponiendo una lectura interesante sobre la falsificación de la realidad en la que se basan muchas religiones, que está cerca de los planteamientos que hemos visto en la producción argentina El reino (Netflix, 2021-). Rumbo al infierno está basada en el webtoon "The hellbound", pero si en un principio se centraba solo en el terror individual, Sang-ho Yeon afirma que conforme ha ido madurando como persona se ha interesado más por temas relacionados con la religión y la representación del infierno desde un punto de vista sobrenatural que se expresa como reflejo de nuestra sociedad. Los monstruos son los hombres, no los seres sobrenaturales. Desde el punto de vista de producción, la serie es una nueva muestra de las capacidades de la industria coreana para construir productos de gran impacto, aunque ha tenido un recibimiento dispar. Es cierto que la serie a veces trata de abarcar tantas explicaciones que al final se dispersa en cierta medida, especialmente en su doble planteamiento narrativo. Pero al final queda una producción contundente y compacta que consigue elaborar una profunda reflexión sobre nuestra sociedad y al mismo tiempo establece una muestra más que solvente de terror fantástico. Aunque Netflix no ha confirmado una segunda temporada, Sang-ho Yeon comenzará a escribir la continuación de la historia en los próximos meses y, al contar con los derechos creativos de la historia, en el caso de no encontrar el apoyo de la plataforma podría desarrollarlo en otro formato diferente.Una de las sorpresas más destacadas del año del confinamiento fue el estreno de esta serie "solo ocasionalmente real" en torno a la ascensión al trono de Rusia de la princesa Catalina, que también hemos visto recientemente representada en la serie Catalina la Grande (Movistar+, 2019). Pero la propuesta de Tony McNamara basada en su propia obra teatral pasa por reinterpretar los hechos históricos para construir a unos personajes con evidente libertad creativa, incluso introduciendo formas de expresión modernas, pero evitando afortunadamente la absurda inclusión de elementos contemporáneos como la música, una práctica que podemos ver en otras revisiones actuales de personajes históricos como Dickinson (Apple tv+, 2019-) o Los Bridgerton (Netflix, Netflix, 2020-). Por el contrario, The Great es sorprendentemente fiel a la representación verosímil de un relato de época, incluso en la propia música de Nathan Barr, aunque se permita introducir canciones actuales en los créditos finales.
Para la segunda temporada, Tony McNamara ha comentado que se sentía más libre para desviarse del camino histórico y construir su propio relato sin tener que mirar de reojo a los hechos documentados. De forma que tras el golpe de estado con el que termina la primera temporada, que lleva a Catalina a un reinado que se extenderá durante casi cuarenta años, la trama se detiene y establece durante toda la temporada la relación entre Catalina (Elle Fanning) y el ex-rey Pedro (Nicholas Hoult), mientras ella está embarazada del posible futuro heredero. En este sentido, esta libertad le da al creador de la serie la posibilidad de reforzar las tramas de engaños y traiciones entre los diferentes personajes, destacando la incorporación de Joanna (Gillian Anderson), la madre de Catalina, en el episodio Stapler (T2E7).
Hay mucho sexo y mucha comida en esta serie, pero sobre todo mucho humor negro. Pero, a pesar de esta libertad creativa, lo mejor que consigue es transmitir las dificultades del recién comenzado reinado de Catalina, a la que muchos consideran una simple regente hasta que el heredero pueda acceder al trono, y su intención de ser algo más que una reina que mantenga la esencia de un país que no es el suyo, pero con el que siente un compromiso profundo. De alguna forma, Catalina, de origen alemán, se convierte sin embargo en un ejemplo de patriotismo ruso, tratando de llevar la Ilustración a un país manejado por la religión y las supersticiones. Esto se ve reflejado con maestría en el episodio Animal instincts (T2E5), en el que la presencia de un cocodrilo en el Palacio real se convierte en una confrontación entre la superstición y la razón, con una escena final sobresaliente y divertida. A pesar de que prácticamente toda la serie se desarrolla en un único espacio, el guión consigue construir un equilibrio perfecto entre los momentos violentos, los humorísticos y los dramáticos, y plantea notables propuestas que parecen destinadas a seguir construyendo esta particular visión de la Historia que le pierde el respeto pero no llega a ser irrespetuosa.
Uno de los temas que se han discutido respecto a la serie es si realmente eran necesarias estas casi ocho horas de metraje, divididas en tres episodios de dos horas y media cada uno de ellos. Pero su duración corresponde a ese planteamiento de diario de ensayos que nos permite compartir una experiencia insólita. Cada una de estas partes tienen un tono diferente, algo pesimista en la primera, más relajada en la segunda, con la llegada de Billy Preston, y esencialmente musical en la tercera. La pantalla dividida que plantea Peter Jackson en el concierto en la azotea nos ofrece diferentes perspectivas, que se centran en el grupo, las personas de la calle y la policía. Técnicamente el documental es un logro notable, con la recuperación de fragmentos de sonido y una imagen que, siendo limpia, no tiene ese filtro artificial que se pretende dar a algunas restauraciones de material antiguo. Asistimos a los constantes cambios respecto a cuál es el objeto de esta grabación, si solo quieren hacer un documental, un album o también un show de televisión, y sobre todo comprobamos cómo algunos referentes icónicos en la reciente historia musical como el concierto que dieron en el techo de los estudios Apple fueron decisiones de última hora. The Beatles: Get back es una serie documental tan rica en su contenido que de alguna forma consigue reinterpretar la imagen de los últimos años del grupo. El director ha conseguido una serie extraordinaria que va más allá del simple documental musical, para construir la relación personal entre los miembros de The Beatles, que se complementa con el lanzamiento hace una semanas del album Let it be (Super Deluxe) (2021, Capitolio) una edición de cuatro discos que recoge demos, versiones alternativas, mezclas perdidas y muchos diálogos entre los componentes de la banda.
Filmin ha decidido estrenar la serie con un formato inusual en esta plataforma, a episodio semanal, que puede ser una estrategia interesante convirtiendo a la serie en una apuesta eminentemente navideña, pero se ha programado con poco criterio el episodio The night before Christmas, que se emitió en Gran Bretaña en diciembre del año pasado y que es un episodio que conecta el final de la primera temporada con el principio de la segunda temporada, para el 28 de diciembre, cuando ya se han visto varios episodios de ésta. En todo caso, la serie centrada en el joven veterinario James (Nicholas Ralph) y sus interrelaciones con los habitantes del pequeño pueblo en el que practica su profesión, junto al veterinario local Siegfried (Samuel West) y el hermano pequeño de éste, Tristan (Callum Woodhouse), crea una simpática sociedad de finales de los años 30 y principios de los 40 en la que incluso los antagonistas tienen un perfil positivo, un lugar rodeado de hermosos campos abiertos que lanza el mensaje optimista de que la convivencia con los animales nos hace mejores seres humanos.
Todas las criaturas grandes y pequeñas tiene un formato clásico que, sin embargo, en vez de resultar anticuado, resulta muy apetecible como un reducto de humor y simpatía de tonalidad típicamente británica. Es una de estas propuestas ideales para la sobremesa que no rehuye elementos más profundos como el propio contexto histórico, de una complejidad internacional que puede llegar a afectar a un pequeño pueblo casi aislado, o la introducción de nuevas herramientas para la práctica de la medicina y la veterinaria, como los primeros aparatos de rayos X, que serán fundamentales en la que posiblemente fue la época en la que los conocimientos de medicina evolucionaron de una forma más radical. Para los que conozcan la primera temporada de la serie, esta segunda aporta una cierta estabilidad en las relaciones de los personajes y mayor sentido del humor, con episodios notables como The last man in (T2E5), en el que todos los personajes principales participan en una tradicional competición de cricket. Viendo el precedente de la serie clásica, y atendiendo a la buena recepción de la nueva versión, Todas las criaturas grandes y pequeñas parece dispuesta a quedarse con nosotros durante algún tiempo.
Fue la mano de Dios se estrena el 10 de diciembre en cines y el 17 de diciembre en Netflix. West Side Story se estrena en cines el 22 de diciembre. Mignonnes (Guapis) y Psychokinesis se pueden ver en Netflix.El abuelo que saltó por la ventana y se largó, El mejor, Rain man y Siempre juntos (Benzinho) se pueden ver en Filmin.Truman Capote y Península se pueden ver en Movistar+.Game change se puede ver en HBO Max.Tren a Busan se puede ver en Prime Video.