Algunas de las temporadas referidas son finales definitivos de las series, por lo que, aunque se evitan spoilers importantes, pueden referirse a temas relevantes de temporadas anteriores.
Posiblemente la escena que mejor demuestra el abismo que existe en la familia Roy es aquella en la que los cuatro hijos miran un video de su padre disfrutando de una cena con sus colaboradores en el episodio final With open eyes (T4E10). Es un Logan (Brian Cox) divertido recitando los nombres de presidentes "perdedores", travieso cuando Gerrie (J. Smith Cameron) recita un poema picante y hasta emotivo cuando sigue a Karl (David Rusche) cantando Green grow the rushes, O, una canción tradicional de Navidad escocesa que, significativamente, también se conoce como Los doce apóstoles. Para los hijos, esa persona a la que ven divertirse y sonreír a través de la pantalla del televisor es casi un desconocido. Y es una escena que tiene conexión con el momento de la noticia más impactante de la temporada, que se recibe a través de un teléfono con problemas de cobertura, una comunicación entrecortada que nunca llega a ser del todo clara. Jesse Armstrong (1970, Reino Unido) elabora en el episodio final una representación resumida del arco principal de toda la serie, que tiene el habitual juego de prestidigitación narrativa que ha marcado Succession (HBO Max, 2018-2023), pero al mismo tiempo construye de una forma satisfactoria el final más coherente para los hermanos Kendall (Jeremy Strong), Shiv (Sarah Snook) y Roman (Kieran Culkin). En la última entrega del podcast oficial HBO's Succession Podcast (HBO, 2023), el actor Jeremy Strong revelaba que en la secuencia final improvisó una reacción más explícita de su personaje, pero que finalmente se decidió que la percepción más ambigua. Kendall y su relación con el agua a lo largo de la serie, en la piscina de Chiantishire (T3E8) que conecta con el final de Living+ (T4E6), pero también en este último episodio, tiene origen en un poema del libro de T.S. Eliot La tierra baldía (1922, Ed. Cátedra).El mérito del creador de esta serie que sin duda ha marcado la narrativa de ficción reciente, es trasladar los temas de las tragedias shakesperianas en un reflejo de la sociedad actual, de sus reinos de barro y de sus flaqueza. En Succession Logan Roy es un Rey Lear que quiere salvar su reino antes de que sus sucesores lo destrocen, mientras Kendall Roy solo ha podido llegar a ser un líder debilitado como Ricardo II. Tom Wambsgans (Matthew MacFadyen) y Greg Hirsch (Nicholas Brown) son los Rosencrantz y Guildenstern de Shakespeare, pero con un giro imprevisto al final. Quizás el aspecto que menos se destaca de esta serie producida por el director Adam McKay y el actor Will Ferrell, es su cuidada gramática visual, un trabajo de cámara que parece natural, semejante a un documental, que convierte la mirada del espectador en la de un personaje invisible. El primer episodio de la serie, dirigido por Adam McKay, se titulaba Celebration (T1E1) en referencia a la película danesa Celebración (Thomas Vinterberg, 1998), que inauguró el movimiento Dogma '95 creado por Thomas Vinterberg y Lars Von Trier, y de la que Succession adopta su estilo de una forma más marcada en la primera temporada. La cámara está presente como un testigo mudo, intenta adivinar las reacciones de los personajes con zooms rápidos, es interrumpida por sombras que pasan delante de ella... Pero conforme la serie se ha desarrollado este estilo más crudo se ha ido suavizando, lo que se percibe más en la última temporada, mayoritariamente dirigida por Mark Mylod, uno de los directores principales de la serie. La evolución de esta gramática ha ido derivando hacia encuadres más expresivos, como el uso de los reflejos en la escena entre Tom y Shiv en Living+ (T4E6), dirigido por Lorene Scafaria, responsable del largometraje Estafadoras de Wall Street (2019). En una serie que habla sobre el poder y las estrategias para conseguirlo, pero también de las derrotas y el sufrimiento, hay episodios muy significativos que reflejan la manera en que el control se ejerce de una forma despectiva, como el dedicado a las elecciones presidenciales en America decides (T4E8), un título más que irónico, o en las negociaciones en Noruega en Kill list (T4E5). Succession ha estado siempre llena de localizaciones exóticas y lugares paradisíacos de los que sin embargo los protagonistas, como el millonario sueco Lukas Matsson (Alexander Skarsgård), no saben disfrutar realmente. El mundo de privilegios en el que viven estos personajes puede ser envidiable pero también descubrimos que se sostiene sobre raíces podridas. Y sobre todo, como se apunta a lo largo de toda la serie pero especialmente en la conversación entre Lukas y Tom en With open eyes (T4E10), también es profundamente misógino. En este sentido, quizás el personaje más trágico es el de Shiv, que también se podría decir que tiene el final más desesperanzador. Es un reflejo de casos reales de sucesiones en familias millonarias repletas de engaños y traiciones como la batalla por el legado de la familia Radstone, dueña de Paramount, o de Rupert Murdoch, sobre quien Jesse Armstrong escribió el guión de la película Murdoch (2010), una especie de biopic que acabó formando parte de la denominada Black List, una lista que se elabora cada año desde 2005 de proyectos sin producir por diferentes tipos de presiones. Cuando al comienzo de la temporada, en Rehearsal (T4E2), Logan Roy le dice a sus hijos "Os amo, pero no sois personas serias", que ha pasado a engrosar inmediatamente el número de frases más crueles que Logan les ha dicho, juntos o por separado, no podíamos imaginar hasta qué punto esas palabras acabarían teniendo una resonancia fundamental para el desenlace de la serie. HBO Max hizo coincidir el final de dos de sus producciones más emblemáticas de los últimos años, Succession (2018-2023) y Barry (2018-2023), con el lanzamiento de la nueva plataforma Max, que a Europa llegará en 2024, lo que acaba siendo el reflejo de cómo algunos de los finales de series que se han producido este mes también suponen la conclusión de una etapa en la creación de ficción que no estaba sometida completamente al caos que distintos tipos de Logan han provocado en la gestión del streaming. Historias sobre las que sus creadores han logrado mantener el control suficiente como para terminarlas de una forma adecuada.
Que la mentora de Naomi Alderman haya sido Margaret Atwood, quien también desarrolló una fantasía distópica sobre las desigualdades que comenzó con El cuento de la criada (1985, Ed Salamandra), explica el tono oscuro que adquiere la historia y que se refleja con contundencia en la imágenes de la serie, muy bellamente filmada por un grupo de directoras, entre las que se encuentran la finlandesa Ugla Hauksdóttir, que debutó dirigiendo episodios de Atrapados (Netflix, 2015-), la británica Neasa Hardiman, que ganó un BAFTA TV por Happy Valley (Movistar+, 2014-2023), y la australiana Shannon Murphy, directora de la película El glorioso caos de la vida (Babyteeth) (2019). Y la fotografía en diferentes lugares del planeta, desde Nigeria hasta Moldavia, pasando por Estados Unidos y Gran Bretaña, refleja localizaciones espléndidas a las que no se les coloca un filtro característico para distinguirlas, porque son perfectamente distinguibles gracias a una cuidada puesta en escena (de esto deberían aprender los hermanos Russo). Hay planteamientos muy interesantes, como la historia de Allie, que consigue controlar su don especial hasta que incluso es capaz de revivir animales aplicando pequeñas descargas eléctricas en sus cerebros, y que se convierte en una especie de profeta conforme su capacidad de control se vuelve cada vez más peligrosa. O la subtrama de un influencer masculino de las redes sociales que oculta su rostro para contagiar a quienes le quieran escuchar de un lenguaje de odio contra las mujeres. Hay tantos elementos por explorar a partir del planteamiento original que la serie merecería nuevas temporadas.
La tendencia progresiva de las grandes empresas de streaming es la de contar con un canal FAST alternativo, un servicio de transmisión gratuito con publicidad que les permita mantener un amplio catálogo y rentabilizar mejor las suscripciones de los usuarios de la plataforma principal. En el caso de Amazon, tras la adquisición de la base de datos IMDb, lanzó el canal IMDb TV que posteriormente ha renombrado como Amazon Freevee, que solo disponible en Estados Unidos, Canadá y Nueva Zelanda, pero que desde 2022 también se ha lanzado en Reino Unido, Alemania y Austria. Al mismo tiempo, estos canales no parecen estar destinados a ser solo receptores de contenidos cuya vida comercial ya está cubierta, sino que también han comenzado a realizar producciones propias. Algunas de las últimas que ha estrenado Amazon Freevee han conseguido buenas críticas y realmente son producciones que merecían estar presentes en las plataformas principales, como esta singular comedia de situación que es al mismo tiempo un mockumentary y un show de telerrealidad. Jury duty (Amazon Freevee, 2023-) se centra en la composición de un jurado popular para el juicio por una demanda civil. En tono de comedia, recrea el proceso de selección de los miembros que formarán parte del jurado, el juicio posterior y las deliberaciones y convivencia entre los componentes del jurado, que teóricamente están siendo grabadas para un documental. Pero la particularidad principal es que todos los participantes son actores, excepto el protagonista Ronald Gladden, quien piensa que está en una situación real. Básicamente, es una especie de Inocente, inocente (Telecinco, 1992-1998) pero con un engaño que dura ocho episodios de 30 minutos.
Por supuesto, la mayor parte de los personajes son bastante extravagantes: Todd (David Brown) está obsesionado con todo tipo de aparatos tecnológicos, a cual más inútil; Barbara (Susan Berger) se suele quedar dormida en el transcurso de los juicios, y para solventar el problema solo se le ocurre tomarse unas galletas de marihuana; Noah (Mekki Leeper) es un joven inseguro que tiene dudas sobre si su novia le está engañando después de haber visto unas fotografías sospechosas en su cuenta de Instagram; el juez Alan Rosen (Alan Barinholtz) se enfrenta al último juicio de su carrera, el abogado Lonnie Coleman (Ishmel Sahid) es posiblemente el peor abogado del mundo, e incluso el actor James Marsden se interpreta a sí mismo pero en una versión especialmente gilipollas de una estrella de Hollywood. A este tipo de personajes se le unen situaciones tan absurdas que muchas veces es difícil de creer que el engañado no sospeche nada. Pero la técnica de la acumulación de situaciones extrañas para impedir que el protagonista pueda asimilarlas completamente está hábilmente utilizada, e incluso en algunos momentos en los que parece que todo resulta demasiado absurdo, el equipo de guionistas e intérpretes, en contacto mediante audífonos, tienen la capacidad de ralentizar el ritmo acumulativo. El episodio The Verdict (T1E8), que es una explicación del rodaje, desvela que ha habido otras muchas situaciones creadas alrededor de Ronald Gladden que se han eliminado del montaje final.
El principal mérito de los creadores Lee Eisenberg y Gene Stupnitsky, que provienen del equipo de guionistas de The office (SkyShowtime, 2005-2013) es haber conseguido un protagonista especialmente receptivo y sobre todo con una personalidad colaborativa y amable con sus compañeros, de forma que muchas de las situaciones más extravagantes son recibidas con solidaridad. Pero la virtud esencial de la serie es la forma en que, conforme se desarrolla la temporada, consigue dejar de centrarse en las reacciones de Ronald como elemento principal de la comicidad para convertirlo en un protagonista más de lo que acaba siendo una muy divertida comedia de situación. De hecho, Jury duty fue concebida en principio como una tradicional sitcom en formato falso documental, pero con un guión cerrado y para los premios Emmy se ha presentado en la categoría de Comedia con Guión. Lo que comienza como una especie de inocentada logra que la mirada del espectador se enfoque en las situaciones en vez de en el protagonista, hasta el punto de que a veces surgen dudas sobre si Ronald Gladden no es también un actor que interpreta a un supuesto personaje real. Pero sobre todo consigue ser una de las comedias más divertidas de este año.
Se ha discutido la decisión de introducir flashforwards que nos muestran dónde se encuentran los personajes años después, pero se trata de una forma inteligente de dar un desenlace a cada uno de los muchos e interesantes secundarios que han acompañado la trayectoria y la amistad entre Midge Maisel (Rachel Brosnahan) y Susie Myerson (Alex Borstein), cuyo personaje también está inspirado en la representante de artistas Sue Mengers. Es un final coherente y positivo, pero que también muestra las consecuencias de las decisiones tomadas. No se trata tanto de un final agridulce del personaje, sino de la constatación de que enfocarse en una carrera puede conducir a determinados sacrificios, especialmente en una sociedad en la que las mujeres debían renunciar a su desarrollo profesional para tener una familia, o a su vida personal para desarrollar una carrera, pero en ningún caso contaban con la posibilidad de compaginar ambas. De ahí que sea importante que se muestre la relación de Midge con sus hijos cuando ha alcanzado su sueño. La última temporada de La maravillosa Mrs. Maisel puede haber tenido algunos altibajos, y posiblemente no se puede considerar la mejor, pero el episodio final sí es uno de los mejores. Recupera el espíritu de la historia, nos devuelve una relación cercana entre las dos protagonistas, y ofrece incluso una mirada a la intimidad de Susie, que habitualmente ha sido cerrada en la expresión de su sexualidad y sus relaciones. Lo hace además en una secuencia en la que se pone de manifiesto otra de las grandes virtudes de la serie: la espléndida puesta en escena, que en este caso recrea a la perfección uno de los restaurantes de autoservicio que se pusieron de moda en Nueva York en los años sesenta y a los que Mel Brooks dedicó un homenaje (y una canción) en el documental The Automat (Lisa Hurwitz, 2021).
Los creadores de la serie, el matrimonio formado por Amy-Sherman Palladino (1968, Los Angeles) y Daniel Palladino (1960, Los Angeles), quienes se reparten también la dirección en la mayor parte de los episodios, han podido cerrar adecuadamente esta historia, al contrario que en su anterior éxito Las chicas Gilmore (Netflix, 2000-2007), de la que salieron antes de la última temporada tras no llegar a un acuerdo con The CW, el nuevo canal que surgió de la fusión entre Warner Bros. (The WB) y UPN. Pero en este caso han afirmado en diferentes entrevistas que La maravillosa Mrs. Maisel tiene el desenlace que habían previsto desde el principio, con Midge y Susie exactamente en el momento en el que se encuentran. Y aunque Mary Tyler Moore, uno de los referentes de la serie, acabó protagonizando Rhoda (CBS, 1974-1978), un spin-off de su serie La chica de la tele (CBS, 1970-1977), de la que también surgió otro spin-off, Lou Grant (CBS, 1977, 1982), todas ellas creadas por el imprescindible James L. Brooks, no parece que haya intención de continuar la historia de Midge Maisel o algún otro personaje. Pero la actriz Alex Borstein, que acaba de estrenar su especial de monólogos Alex Borstein: Corsés y trajes de payaso (Prime Video, 2023) apuntaba en una entrevista en el podcast Variety Awards Circuit (Variety, 2021-) que no le importaría participar en una versión musical de Broadway. La última temporada deja atrás los escenarios para centrarse en los primeros late shows de la televisión norteamericana surgidos en los años sesenta, con un monólogo de Midge que es más reivindicativo pero menos brillante que otras actuaciones que hemos visto a lo largo de la serie, como la del Apollo Theatre en el final de la tercera temporada, Una chica judía entra en el Apollo... (T3E8), o la que recreaba la legendaria actuación de Lenny Bruce en el Carnegie Hall, en Cómo llegar al Carnegie Hall (T4E8). Pero es un certero resumen de la trayectoria que ha llevado a Midge Maisel a transformarse desde la esposa de un aspirante a comediante hasta una estrella de la comedia. Y con eso es más que suficiente.
La nueva temporada de la serie francesa Paris Police 1900 (Cosmo, 2021-) adopta incluso un tono más oscuro sobre la sociedad parisina de principios del siglo XX. Seis años después de los acontecimientos de la primera entrega, las subtramas protagonizadas por el policía Antoine Jouin (Jérémie Laheurte), el prefecto Louis Lepine (Marc Barbé) y el expolicía Joseph Fiersi (Thibaud Evrard) caminan de forma paralela para acabar uniéndose a lo largo de la temporada. La historia en esta ocasión comienza con el descubrimiento del cuerpo de un hombre que aparentemente se ha suicidado, y que frecuentaba las zonas de encuentros homosexuales en el Bois de Boulogne de París, un parque que hoy en día sigue siendo una zona donde se ejerce la prostitución y se practica el cruising. Al mismo tiempo, la relación entre Marguerite Steinheil (Evelyne Brochu) y su marido Adolphe Steinheil (François Raison) se deteriora debido a la aparición de la sífilis, que es uno de los principales temas tratados en esta temporada. La sífilis se convirtió en uno de los problemas prioritarios de la medicina a finales del siglo XIX, y en 1906 se realizó el primer análisis de sangre, pero la detección de la enfermedad se convirtió en un estigma, especialmente para las mujeres que ejercían la prostitución. De esta forma, la serie aborda algunos aspectos destacados en la sociedad parisina de principios del siglo XX, aunque también ha conocido alguna controversia después de que Canal+ evitara que se hiciera referencia a la Ley francesa de separación de la Iglesia y Estado, que se promulgó precisamente en 1905,
acabando con la financiación de las instituciones eclesiásticas por parte de la administración pública, y cuya ausencia queda extraña en una serie que suele tratar temas políticos. Posteriormente, presidentes como Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy han tratado de introducir enmiendas que permitan modificaciones de la ley a favor de la Iglesia católica, convirtiéndola en una de las leyes más discutidas de la política francesa. La serie creada por el novelista gráfico Fabien Nury (1978, Francia) vuelve a ofrecer una versión oscura de la Belle Époque, un París de callejuelas y fuerzas de seguridad corruptas que persiguen a las prostitutas y a los homosexuales a los que denominan "invertidos", ya que la práctica de la homosexualidad era ilegal y a menudo se confundía con la pederastia. La segunda temporada mejora en cuanto a un mayor enfoque en los tres personajes principales, menos envuelta en una cierta densidad de subtramas políticas que a veces confundía la historia central en la primera temporada. Hay una sordidez en el reflejo de esta sociedad de principios del siglo XX que se intenta contrarrestar con algunos momentos de humor que resultan algo chocantes, y en algunas ocasiones corren el peligro de impulsar a los personajes hacia la caricatura. La relación del matrimonio Steinheil se vuelve más enrevesada, con continuas amenazas e intenciones ocultas, marcada por los secretos y la perversión, pero también subrayada por un tono de humor negro, como cuando Adolphe se muestra molesto con su enfermedad, para la que entonces no existía cura: "Ella se acuesta con todos los hombres y soy yo el que con una sola relación se contagia de sífilis". Bajo la dirección de Julien Despaux y de Frédéric Balekdjian, que también se repartieron la primera temporada, en esta ocasión los ocho episodios se reducen a seis, lo que impide desarrollar mejor algunas de las tramas. Destaca notablemente el aspecto visual de la que es la serie más cara producida por Canal+, gracias a una fotografía de claroscuros, así como la excelente música del compositor español Javier Navarrete (1956, Teruel) que últimamente ha estado involucrado en thrillers y películas de terror internacionales en las que no brillaba especialmente su talento. Atenta siempre a los acontecimientos relevantes de la época, al final de la temporada se nos recuerda que hasta 1982 existió en las prefecturas de la policía francesa los llamados "registre des pédérastes", que en realidad eran listados con los nombres y apellidos de personas homosexuales en todos los ámbitos de la sociedad.Así que el padre de Sam y Tricia (Mary Catherine Garrison), a quien está dedicado el episodio To Ed (TeE7) se fue de la granja familiar, lo que también contribuye a que la relación entre las dos hermanas, habitualmente compleja y llena de reproches, se haga más estrecha. Esta temporada plantea la consolidación de las relaciones de Sam con su entorno, la estabilidad de ese amor platónico que mantiene con Joel y la recuperación de la relación con su hermana Tricia. Pero en el episodio NMB NMP (T2E5), dirigido por la recién incorporada Lennon Parham, la estabilidad se desmorona, Sam se siente traicionada tanto en su entorno familiar como en la amistad con Joel, y la recuperación de una relación estrecha parece complicada. Somebody somewhere es una serie que se asienta sobre la construcción de personajes sólidos y reales, mucho más cercanos que las caricaturas de Ted Lasso (Apple tv+, 2020-2023). Aquí no hacen falta momentos de sensiblería cursi ni una check list de problemáticas sociales para captar la atención de los espectadores, sino que utiliza situaciones con las que resulta fácil identificarse simplemente porque son tan realistas como la vida real. La traición que se plantea proviene de la sensación que tiene Sam de que los que la rodean tratan de ocultarle cosas porque piensan que ella no sería capaz de afrontarlas. Esa idea equivocada de protección por parte de otras personas es un tropo común en las relaciones personales, y de ahí surge la gran virtud de esta serie.
Habitualmente dirigida por el veterano Rob Cohen, que también ha dirigido recientemente algunos episodios de Los Muppets: Los Mayhem dan la nota (Apple tv+, 2023), y Jay Duplass, al que vimos como actor en la serie La directora (Netflix, 2021), Somebody somewhere mantiene sus diálogos ágiles y ese tono "feel good" que sin embargo suele estar teñido de cierta tristeza por los acontecimientos que han rodeado a la familia de Sam, y por la dificultad que ella encuentra para regresar a su vida normal fuera de la burbuja de amistad que mantiene con Joel. Cuando trata de retomar las clases de canto con su antigua profesora Darlene Edwards (Barbara E. Robertson) algo termina rompiéndose desde el punto de vista emocional. Y son esos detalles de fragilidad que la actriz cómica Bridget Everett interpreta con naturalidad, los que definen las virtudes de una serie hermosa.
A pesar de ser estrenada en Peacock en Estados Unidos, Mrs. Davis es una producción de Warner Bros. Television que se ha distribuido internacionalmente a través de HBO Max, aunque con escasa promoción. Rodada en parte en escenarios naturales de Mataró, Castelldefels y Figueres, así como en Barcelona y Gerona, la serie encuentra sus mejores momentos cuando hace referencia a la propia naturaleza del consumo audiovisual, como en la escena en la que Simone y Wiley (Jake McDorman) interrumpen constantemente al náufrago doctor Schrodinger (Ben Chaplin) cuando éste intenta contarles la historia de las Hermanas de la Moneda, haciendo comentarios sobre el relato, un poco a la manera en que las redes sociales se llenan de teorías y consejos sobre cómo las tramas de series populares deberían contarse. Pero lo que sabe construir esta propuesta anárquica de ideas que se multiplican constantemente, es una iconografía que resulta no solo atractiva sino muy sólida, desde la figura de Simone vestida de monja sobre una motocicleta, hasta la espada gigante del Excalibattle, mientras se construyen subtramas consistentes como la del episodio Zwei Sie Piel mit Seitung Sie Wirtschaftung (T1E2) en la que un hombre busca el piano que tocaba su esposa fallecida, petición a la que Mrs. Davis responde con una solución tan lógica como excesiva (y plásticamente muy hermosa), lo que al mismo tiempo comienza a indicar el peligro de que todo lo deseado acabe siendo concedido. La sólida dirección de Owen Harris, realizador de algunos episodios de Black mirror (Netflix, 2011-), quien se encarga de la mitad de los episodios, y Alethea Jones, directora de Made for love (HBO Max, 2021-2022), con la que también tiene algunos elementos en común, encuentra el equilibrio adecuado entre géneros. A veces la serie puede tener dificultades para unificar con éxito todas las ideas que plantea, pero es un concepto tan singular, reflexivo y actual que incluso merece la pena que algunas preguntas no sean respondidas para que nosotros mismos podamos elegir si preferimos la compañía de Siri, de Alexa, de Dios o de ninguno de los tres.
Una de las apuestas que ha ido cobrando más fuerza de cara a las nominaciones de los Emmy en la categoría de Serie Limitada o Antológica es esta producción de ABC Signature para National Geographic que aborda la historia de Ana Frank enfocándose en un personaje habitualmente secundario, el de una de las empleadas del negocio de Otto Frank que mantuvo escondida a la familia entre los años 1942 y 1944. Aunque era de origen austríaco, Miep Gies se negó a formar parte de la asociación de mujeres nazis, y fue la que recogió el diario de Ana Frank cuando fueron descubiertos, entregándoselo a su padre Otto cuando éste regresó del campo de concentración de Auschwitz. Aunque siempre mantuvo que otras personas habían colaborado mucho más que ella, escribió su experiencia en el libro Anne Frank remembered (1987), que fue reeditado en una versión revisada en 2009, con motivo de la celebración del 100 cumpleaños de Miep Gies, quien falleció en 2010. Ella fue también quien recogió el Oscar que ganó la película documental Recordando a Ana Frank (Jon Blair, 1995). A través de la crónica de su colaboración con familias judías, los creadores Tony Phelan y Joan Rater, productores ejecutivos de algunas temporadas de Anatomía de Grey (Disney, 2005-) y responsables del drama Fire Country (CBS, 2022-), sobre un grupo de exconvictos que reducen sus sentencias trabajando como bomberos, consiguen abordar esta historia desde una perspectiva diferente, mostrando también la experiencia de quienes no eran perseguidos por los nazis pero mostraban su solidaridad activa con las víctimas del holocausto.
En los primeros episodios dirigidos por Susanna Fogel, la protagonista Miep Gies (Bel Powley) es una joven alegre que asiste a la represión de los nazis en Amsterdam como una injusticia pero sin ser consciente del peligro real que supone. La actriz inglesa, conocida en Estados Unidos por la película The diary of a teenage girl (Marielle Heller, 2015), que también participa en la serie The Morning Show (Apple tv+, 2019-), hace un trabajo extraordinario en la evolución de su personaje desde la ingenuidad y el idealismo hasta el compromiso, colaborando junto a su marido Jan Gies (Joe Cole) con la resistencia mientras ayuda a la familia de su jefe. Puede ser discutible cierto tono desenvuelto en estos episodios, que muestran la adolescencia de Miep y el comienzo de su relación con Jan de una forma demasiado desenfadada en relación con el drama de la represión nazi, un tono que también impregnaba buena parte de la fallida miniserie Transatlántico (Netflix, 2023). Pero en el caso de Una pequeña luz (National Geographic/Disney+, 2023) funciona como un elemento de contraste con la gradual amenaza que se cierne sobre los personajes principales, y ofrece un punto de vista poco habitual sobre la pasividad de quienes no estaban marcados por la insignia judía. Esta gradación del compromiso y el reconocimiento del horror está bien desarrollada, y tiene su momento más logrado cuando en el episodio La mariposa (T1E4), Miep asiste a una fiesta organizada por su antigua amiga inseparable Tess (Eleanor Tomlinson), un personaje inventado para la serie, donde se da cuenta de que la mayoría de los invitados son oficiales nazis, revelando su papel como colaboracionista, y marcando la decisión de Miep de anteponer su moral frente a una mayor estabilidad. A lo largo de la serie hay algunas decisiones que son controvertidas, especialmente en cuanto a un punto de vista demasiado actual, como la creación de otro personaje ficticio, el hermano homosexual de Miep Gies, Casmir (Laurie Kynaston), que sirve para mostrar el temor de otras comunidades frente a la persecución, pero sobre todo para elaborar una mirada, quizás no del todo necesaria, a la cultura underground de Amsterdam, especialmente a través de sus encuentros en el Café 't Mandje, que fue inaugurado en 1927 por Bet van Beeren, una mujer lesbiana. Se considera a este local como el primero de los Países Bajos abierto a personas homosexuales, pero en realidad ya existían otros locales en la ciudad, aunque sí es el único que hoy en día permanece abierto. Otras subtramas son más interesantes para ampliar el enfoque y la repercusión de la opresión, como la que protagonizan los niños Leddie y Alfred, dos hermanos que son enviados con una familia de acogida en el episodio La patria (T1E3). Rodada en parte en Amsterdam, una ciudad que no fue bombardeada durante la guerra y mantiene algunos espacios similares a los años cuarenta, sin embargo la mayoría de las localizaciones exteriores se rodaron en Praga. Hay un diseño de producción muy notable, aunque los campos de amapolas en el episodio Campo de mierda (T1E5) son tan falsos que parecen un homenaje involuntario a los cuadros de Vincent Van Gogh, y una excelente banda sonora de Ariel Marx que usa instrumentos como el clarinete para definir a la comunidad judía y los instrumentos de cuerda para reflejar la amenaza nazi. La fotografía saca partido de la escasez de luz en las escenas interiores, utilizándose como metáfora del título, especialmente por parte de Stuart Howell, que ya tenía experiencia aportando este tono apagado en la fotografía del primer episodio de Entrevista con el vampiro (AMC+, 2022-). La miniserie Una pequeña luz crece conforme la sombra del nazismo resulta más asfixiante, y alcanza momentos de tensión en los dos últimos episodios, dirigidos por Tony Phelan, aunque el destino de la familia Frank ya es conocido. Pero consigue construir una relación especialmente emocionante entre Otto Frank (un conmovedor Liev Schreiber) y Miep Gies, dejando a Ana Frank como un personaje secundario que sin embargo envuelve el espíritu de resistencia de toda la historia.Desde el principio, esta serie adaptada por el dramaturgo Tony McNamara (1967, Australia) de su propia obra teatral ha demostrado ser una de las incursiones más hábiles en la recreación histórica con una mirada actualizada, probando que se pueden hacer este tipo de interpretaciones del pasado de una forma mucho más inteligente que Los Bridgerton (Netflix, 2020-) o La reina Carlota: Una historia de Los Bridgerton (Netflix, 2023). No se trata tanto de introducir elementos modernos o un punto de vista inclusivo forzado, sino de construir una mirada satírica que convierte a los personajes en representaciones modernas, pero dentro de un contexto histórico. De hecho, es significativo que The Great (MGM+, 2020-) no ha sufrido comentarios negativos sobre la introducción de personajes racializados en el Palacio de la Rusia de Catalina la Grande, lo que es un reflejo muy claro de la manera en que es posible ser inclusivo sin por ello resultar artificial. Está claro que al dramaturgo australiano le interesa poco el rigor histórico, porque si fuera así el consorte de la reina Peter (Nicholas Hoult) hubiera fallecido al final de la primera temporada, sino que prefiere hacer una lectura sobre la manera en que una reina como Catherine (Elle Fanning) pudo mantenerse como Emperatriz de Rusia durante 34 años, desde 1762 hasta su muerte en 1792. A lo largo de la serie, y especialmente en esta tercera temporada, hay referencias a algunas de las reformas introducidas, que prácticamente eran solo disfrutadas por la nobleza, como un decreto que permitía a las mujeres separarse de los hombres que generalmente las maltrataban, lo que se convierte en un caos absoluto en el divertido episodio Pedro y el lobo (T3E8).
El tono de humor sarcástico se mantiene en esta tercera temporada que es posiblemente la mejor de todas, especialmente en la construcción de las lealtades y traiciones de los miembros del palacio real, mientras Catherine intenta imponer una visión moderna a un país que está marcado por la violencia y la brutalidad, lo que se refleja de manera excepcional en el episodio You the people (T3E3) en el que trata de prohibir los duelos como forma de resolver los conflictos, algo que no parece sencillo de lograr. Tony McNamara escribe todos los guiones junto a Ava Pickett y Constance Cheng, reforzando la historia de amor compleja y contradictoria entre Catherine, una revolucionaria que se enfrenta a sus propias dudas, y Peter, un hedonista simpático, envueltas en un entorno palaciego en constante conflicto y sometido a luchas internas entre los miembros de la nobleza. Pero la traición que se desarrolló a lo largo de la segunda temporada, también ha modificado las relaciones y el posicionamiento de los personajes, que componen una pieza burlesca en la que tan pronto se traicionan como se reconcilian. La propia Catherine, después de haber intentado asesinar a Peter, le sugiere que dejen atrás el pasado, pero en esta temporada brillan especialmente personajes como el general Velementov (Douglas Hodge), que ve acercarse sus últimas días de gloria sin haber conseguido una gran victoria, o el matrimonio formado por Marial (Phoebe Fox) y el joven Maxime (Henry Meredith), que tiene algunos momentos brillantes. Los primeros episodios de la temporada discurren con ritmo para restituir a los personajes dentro del entorno palaciego, y construir una especie de teatro del absurdo en el que nada es previsible. Pero a mitad de temporada se toma una decisión arriesgada que a muchos seguidores no ha gustado, pero que convierten a Hielo (T3E6) en uno de las más conmovedoras representaciones de la relación entre Catherine y Peter, dirigido con gran sensibilidad por Jafar Mahmood. En su dinámica de personajes egoístas e interesados, destaca también la presencia de Georgina Dymov (Charity Wakefield) que tiene algunos de los mejores diálogos de la temporada, a veces tremendamente zafios, otras absolutamente divertidos y algunos especialmente lúcidos, como en el episodio Érase una vez (T3E10), cuando le da uno de sus consejos sobre la vida a Catherine: "Porque el mundo quema a una persona muchas veces, y entonces te sacudes las cenizas, y caminas hasta el siguiente incendio, sabiendo que el fuego nunca llega a lo más profundo de tu ser". Nicholas Hoult vuelve a brillar en su interpretación de Peter y de su doble Pugachev, mientras que Elle Fanning debe hacer frente a un personaje que pasa por estados emocionales muy complejos, pero que tiene un momento de liberación extraordinario bailando a ritmo de "You shook me all night long" de AC/DC que es una de las mejores escenas de la serie. El final de temporada es un perfecto desenlace definitivo, pero la trayectoria de Catalina la Grande es tan extensa que permite continuar, sobre todo porque The Great está en su mejor momento, y Tony McNamara no está cerrado a una cuarta temporada que, en todo caso, y debido a los acontecimientos producidos, tendría que ser un replanteamiento.Entre las últimas producciones estrenadas por la BBC, a través de su canal lineal en episodios semanales y completa a través de su plataforma BBC iPlayer, esta producción escrita por Ed Whitmore y dirigida por Marc Evans, ambos nominados a los BAFTA TV por la miniserie Manhunt (Filmin, 2019), es una de las más destacables de este año. Como aquélla, se basa en hechos reales para reconstruir un caso sin resolver que se retoma varias décadas después. Cuando en el año 2000 los avances en técnicas de ADN permiten encontrar una muestra del posible asesino de dos jóvenes asesinadas en 1973, el inspector Paul Bethell (Philip Glenister) tiene la oportunidad de recuperar un caso que quedó sin resolver, entre otras cosas por el empeño en enfocarse en un sospechoso que impidió que se investigara a otros. La historia mezcla el nuevo enfoque del caso con la investigación que se desarrolló en los años setenta, en la que participó un joven Paul Bethell (Scott Arthur), quien estableció una conexión especial con una de las familias de las jóvenes encontradas en un bosque. Él también defendió la posibilidad de que estas muertes estuvieran relacionadas con la de otra joven que fue asesinada en una localidad cercana, pero los mandos policiales descartaron desde el principio que se pudiera tratar de un asesino en serie. También se incorpora un elemento de injusticia social, porque la joven víctima aislada tenía una vida social liberal, y mantenía una aventura con un hombre casado, mientras que las otras dos adolescentes, Geraldine (Calista Davies) y Pauline (Jade Croot), eran hijas de familias con cierta estabilidad.
Las pruebas de ADN no solo pueden resolver la investigación treinta años después, sino también establecer si efectivamente la muerte de Sandra, Geraldine y Pauline fue obra de la misma persona. Para ello, el inspector Bethell cuenta con la colaboración de su antiguo compañero Phil Rees (Steffan Rhodri), porque el principal objetivo es el de conseguir muestras de ADN de todas aquellas personas que fueron investigadas en los años setenta en relación con cualquiera de los dos casos. Lo interesante de esta propuesta de Ed Whitmore, que también es autor de la espléndida miniserie El estrangulador de Rillington Place (BBC, 2016) es su atención a las víctimas, en vez de enfocarse como suele ser habitual en los investigadores o el asesino. Cuando la jefa de policía anuncia en una rueda de prensa que han reabierto el caso de 1973, uno de los periodistas le pregunta por qué despilfarran recursos en un caso antiguo cuando el índice de criminalidad está aumentando. Este es precisamente uno de los temas principales de la serie, la forma en que se olvida a las víctimas de actos criminales frente a la necesidad de sus familiares de conseguir que de alguna manera se cierren las heridas, aunque sea tarde. El empeño de Paul Bethell tiene más relación con la deuda que siente hacia estos familiares por darles una respuesta que han estado esperando treinta años que por el hecho de confirmar las sospechas que él tuvo sobre algún sospechoso. Mientras que en otras series las historias paralelas entre el pasado y el presente se sienten a veces demasiado forzadas y poco interesantes, en este caso se revelan como necesarias para entender qué pudo fallar en la primera investigación y de qué manera se pueden resolver en el presente los errores cometidos.
Lo más relevante de Steeltown murders (BBC, 2023) es cómo establece que las consecuencias de una pérdida acaban dejando una huella emocional que resulta casi imposible de borrar. Y lo hace con algunos momentos especialmente sobrecogedores, cuando el inspector Berthell se sorprende de que uno de los familiares, al conocer el resultado de la investigación, se derrumbe emocionalmente: "Pensé que se alegrarían, que estarían agradecidos de que nuestros esfuerzos hubieran dado sus frutos", le dice a Phil Rees. "Creí que me darían la mano, incluso un abrazo. Y que estarían aliviados de que todo hubiera terminado". Lo que revela la escritura precisa del guión es que el impacto de un acto violento provoca heridas emocionales que nunca cicatrizan.
Otras de las producciones recientes estrenadas por Freevee se ha convertido en una de las comedias de situación más interesantes de este año. En realidad, Primo (Freevee, 2023) no tiene nada de especial... excepto que es absolutamente encantadora. La historia fue creada por Shea Serrano (1981, Texas), un reconocido periodista deportivo que traslada parte de su experiencia en una familia de origen mexicano. Para desarrollarla, contó con la colaboración de Michael Schur (1975, Michigan), creador de comedias clásicas como Park and recreations (Prime Video, 2009-2015). El protagonista es Rafa (Ignacio Díaz-Silverio), un adolescente que vive con su madre soltera Drea (Christina Vidal), y sobre todo con cinco tíos que representan diferentes conceptos de masculinidad, sustituyendo de alguna manera a la figura paternal a partir de puntos de vista a veces contradictorios. La descripción de cada uno de ellos es una parodia de esa idea del macho latino que el protagonista tiene como único reflejo en un momento en el que necesita recibir consejos para acercarse a una nueva compañera de instituto, Mya (Stakiah Lynn Washington), por la que se siente atraído. Pero al contrario que muchas otras comedias de adolescentes, la inocencia de Rafa convierte su acercamiento en una idea limpia del amor, una especie de idealización que se rompe constantemente por los consejos de sus tíos. Jay (Jonathan Medina) tiene su propia empresa y es el único que está casado de todos los hermanos; Mondo (Efraín Villa) es un hippie espiritual sin trabajo que se dedica a esculpir penes de madera; Rollie (Johnny Rey Díaz) se mete constantemente en problemas debido a pequeñas escaramuzas fuera de la ley; Mike (Henri Esteve) está siempre haciendo referencia a su experiencia como ex-soldado; y Ryan (Carlos Santos) trabaja en un banco, convencido de que escalará posiciones aunque lleva años en el mismo puesto. Este universo algo absurdo que conforman los cinco tíos es la mejor baza que tiene una serie que a veces se estanca con el protagonista, porque realmente tiene un objetivo demasiado simple: enamorar a la chica que le gusta. Pero Primo acierta en la composición de los personajes secundarios, y crece en las interacciones entre ellos, como cuando Rollie y Mike se lanzan a la búsqueda de uno de sus hermanos aparentemente perdidos en el bosque en The ride home (T1E3), o cuando Mike devuelve a Jay una broma que le hizo cuando eran jóvenes, dejándolo atrapado en el tejado de la casa justo el día más caluroso, en una sorprendentemente planificada venganza, en The game champ (T1E4). Hay algunos momentos en los que Primo tiene vibraciones de Reservation dogs (Disney+, 2021-) en su descripción paródica de una comunidad que está representada por sus propios componentes. Aunque evidentemente no tiene la complejidad de aquélla, en este caso se evitan los lugares comunes y los tópicos latinos que predominan en otras series como Acapulco (Apple tv+, 2021-). El guión está lo suficientemente bien escrito como para que, a partir del segundo episodio ya tengamos suficientes elementos para diferenciar las personalidades de cada uno de los tíos, mientras que el personaje de Christina Vidal sirve como un perfecto contrafuego femenino que protege a su hijo Rafa de las tonterías masculinas. Entre los directores, Kabir Akhtar (1975, Virginia), que ha dirigido varios episodios de El joven Sheldon (Movistar+, 2017-) hace un buen trabajo aportando ritmo en la introducción de la historia, mientras que la actriz Melissa Fumero, conocida sobre todo por su participación en Brooklyn Nine-Nine (Netflix, 2013.2021), continúa desarrollando una interesante segunda carrera como guionista y directora. Primo es una comedia de situación efectiva y encantadora que consigue crear personajes lo suficientemente atractivos como para consolidarse en próximas temporadas, convirtiéndose en otro éxito discreto de una plataforma como Amazon Freevee.