Las serpientes ciegas

Publicado el 05 enero 2011 por Diebelz

"Yo aguardo el quebranto de esta civilización, encerrado en una pensión de esta nueva Sodoma, mientras espero a que se presente en ella el hombre al que he venido a apresar: Ben Koch."
 en Las serpientes ciegas, de Hernández Cava y Bartolomé Seguí.
En el enjambre furioso del Nueva York recordado por Federico García Lorca, "no hay dolor en la voz. Sólo existen dientes". En una planicie blanca alguien enciende un cigarrillo, contempla el paisaje muerto de la vida que bocina, corre, exhala vapores a la intemperie. Es la Nueva York que padece la depresión, sueña mortuoria con el jazz del Savoy Ballroom y el dorado de las crispadas copas nocturnas. En este nido de hierro también habitan ratas, espectros del pasado, seres sin rostros ni caminos, como las serpientes ciegas que viven a escasos metros bajo tierra. Y Ben Koch es la incógnita, el hombre que busca el fumador que está acostumbrado a los calores del infierno. 
Con aires chandlerianos o hammettianos, las figuras se pierden en esta ciudad, se buscan y se pierden, todos impulsados por el pasado, la búsqueda de la venganza. ¿Es posible vengar a la historia?¿Quién escribe los renglones de la Historia en mayúsculas?¿Pueden resucitar los muertos olvidados, perturbar, alterar el futuro? Y, una pregunta que arde en los muelles sin destinos en este mundo donde la humanidad padece la deseperada ceguera colectiva: ¿existen ideales?¿Son necesarios, vitales? 
Las incógnitas se deshilarán con un suspense apuntado a punta de pistola hacia el in crescendo. La tensión removerá en el pasado, habrá flashbacks que conlleven a revivir la revolución perdida en la Guerra Civil española. La lluvia, las noches, los personajes escondidos entre carteles de Josep Renau y el cándido swing final de Chick Webb que se adhieren con el paso aplastado volverán a las páginas de un desenlace apoteósico.
Las serpientes ciegas es una historia que se crepita entre nuestras yemas mientras leemos, absortos, este thriller escrito por Hernández Cava y dibujado -con tonos que arden y gruesos trazos- por Bartolomé Seguí. Con un guión y unos diálogos propensos a retar al lector a ralentizar el dibujo duro y cándido, esta historia supera los límites de las viñetas y se considera una obra por la que brindar. Es una reflexión nostálgica de tiempos remotos pero actuales, un dilema, un lidiar con la historia y su venganza nombrada memoria.