Las siete ciudades de Cibola, y Acoma, “la ciudad de las nubes”.

Por Exprimehistorias

En 1540, Vázquez de Coronado nacido en Salamanca, partió de México con 400 hombres. Su misión era encontrar la mítica Cibola. Al final encontraron Acoma, “La ciudad de las nubes”.

Las siete ciudades de Cibola

El gobernador de la Nueva España, Nuño de Guzmán, organizó a más de 400 castellanos y 20000 indios para conquistar Cíbola.

Anduvieron buscando por las regiones de Sinaloa y Culiacán sin encontrar ninguna de las siete ciudades (la menor sería tan magnífica como Tenochtitlan)que formaban parte de Cíbola.

No encontraron ni calles de plata, ni casas empedradas con turquesas y esmeraldas, o templos grandiosos. Nuño fundó San Miguel de Culiacán y después regresó a Nueva España.

En 1536 llegan a Nueva España Alvar Núñez Cabeza de Vaca y sus compañeros:

Alonso del Castillo Maldonado, Andrés Dorantes y su esclavo Estebanico. Se decía de este último: “negro alárabe de Azamor (localidad de la costa atlántica de Marruecos)”.

Ocho años antes habían pertenecido a la expedición de Pánfilo de Narváez en la Florida, de la que fueron los únicos supervivientes.

Habían recorrido a pie desde Florida hasta Nueva España, a través de la selva y el desierto, conviviendo con distintas tribus de indios y ganándose el sustento efectuando curaciones milagrosas. Contaban que al norte existía un país muy rico que no podía ser otro que el mítico Cíbola.

El virrey Antonio de Hurtado encargó de investigarlo a Francisco Vázquez de Coronado, y este decidió enviar una avanzadilla para que le informase de las peculiaridades del terreno, aprovisionamiento y la veracidad de los rumores. El responsable de aquella misión sería el monje franciscano fray Marcos de Niza.

En 1539, fray Marcos parte de San Miguel de Culiacán acompañado de otro fraile, un  grupo de indios y, por mandato del Virrey, Esteban, el esclavo de Dorantes, como supuesto guía.

Fray Marcos encuentra poblaciones ricas, lo que le confirma que va por buen camino. Sus habitantes le cuentan, que en Cíbola visten con camisas de algodón largas, ceñidas con cintas de turquesas y cubiertas por buenas mantas.

Más allá de aquel reino habría otros, como Marata, Acus o Tonteac, cuya gente llevaría puestas unas ropas de la misma tela que el hábito del monje. El franciscano recibe además los mensajes de Esteban, a quien ha enviado por delante, y que le apremia asegurando que cada vez están más cerca de Cíbola.

Tienen que atravesar un pequeño desierto, y fray Marcos decide descansar unos días en un pequeño pueblo. Nada más salir de allí encuentra a uno de los indios que iban con Esteban. Le cuenta que al llegar a las cercanías de la primera ciudad de Cíbola, el señor de la misma les prohibió muy enojado entrar en ella, prohibición que fue quebrantada por Esteban.

El indio vio cómo Esteban salía de la ciudad perseguido por la gente de ella, y como mataban a algunos de los que iban con él. Sin embargo, desconocía la suerte final corrida por Estebanico.

Dos días después encuentran ensangrentados y agotados a otros dos indios del mismo grupo, quienes le confirman la muerte de Esteban. El fraile sube a un cerro cercano y mira hacia el otro lado.

Allí está la mítica Cíbola:

Calles brillantes, magníficas casas de varios pisos; una ciudad mayor y mejor que cualquiera de las descubiertas hasta entonces en el Nuevo Mundo. Esa era solo la menor de las siete ciudades.

El fraile clava una cruz en el cerro, tomando posesión simbólica de aquella tierra en nombre del virrey y de su majestad el emperador, y regresa.

Antonio de Mendoza encarga a Vázquez de Coronado la conquista del reino de Cíbola. La expedición contó con trescientos españoles y ochocientos indios de Nueva España, que en 1540 parten al mando de Coronado y con la guía de fray Marcos de Niza.

El maestre de campo muere en una escaramuza, y se encuentran con unos exploradores enviados por el virrey que se habían adentrado 200 leguas al norte sin encontrar nada.

Fray Marcos, que ha visto la ciudad, tranquiliza a los demás describiendo las maravillas que les esperan.

Tres días después, la expedición llega a la base del cerro desde el cual el fraile divisó Cíbola. Rápidamente suben la loma, pero al llegar arriba y mirar al otro lado no ven nada, apenas una aldea polvorienta de rústicas casas de adobe en la cual les esperan 200 indios armados.

A pesar de todo, la expedición de Coronado continuará su viaje. Descubren el río Colorado y su cañón. Y, buscan una nueva ciudad maravillosa, Quivira. Atraviesan el río Arkansas y se convierten en los primeros europeos en ver las inmensas manadas de bisontes.

Pero al final sólo encuentran otra aldea miserable. En 1542 regresan a Nueva España con una sensación de total fracaso. Fray Marcos de Niza murió en 1558, invadido por la tristeza.

Después siguió el mito de “Las siete ciudades de Cíbola” uniéndolo a una vieja leyenda hispánica, según la cual, tras la conquista árabe de la península, siete obispos lusitanos huyeron a través del Atlántico hasta llegar a una isla llamada Antilia,

Cada uno de ellos fundaron una ciudad, por lo cual su isla también se conocería a partir de entonces como la “isla de las Siete Ciudades”. A pesar de las posibles conexiones entre las dos historias, los que participaron directamente en la búsqueda de Cíbola nunca mencionaron en sus relaciones esta vieja leyenda.

Gracias a esta expedición tropezaron con otro lugar fantástico:

Acoma, la ciudad de las nubes.

Los indios hablaban de una ciudad situada a tal altura que llegaba hasta las estrellas. El lugar ciertamente existía, y Coronado y sus hombres llegaron a Acoma, una ciudad de adobe construida en una montaña a más de cincuenta metros de altura, y sus habitantes, indios navajos, se pintaban el cuerpo de negro.

Allí no había ni oro ni riquezas, pero en aquella ciudad tendría lugar años después la primera gran batalla entre los españoles y los pieles rojas.

La caballería española luchaba contra los indios con escudo y pica. Algunos soldados también usaban arcos. En 1580, los indios se rebelaron, con una alianza de las distintas tribus (navajos, pueblo, zuni…).

Tendieron una trampa a los españoles invitando al gobernador, Juan de Zaldívar, a visitar Acoma. El español aceptó y se trasladó al lugar con treinta de sus hombres, pero en plena visita fueron atacados por los indios y mermados poco a poco en las estrechas callejuelas de la ciudadela.

Acorralados y temiendo una muerte segura, los cinco hombres que quedaban con vida se arrojaron por uno de los abismos que rodeaban la ciudad saltando desde una altura de más de cuarenta metros. Milagrosamente, solo uno de ellos murió en la caída.

Los supervivientes dieron la voz de alarma y un ejército al mando del comandante Juan de Oñate se dirigió a Acoma y conquistó la ciudad tras varios días de asedio, sofocando la rebelión.

Los españoles firmaron un tratado de paz con los indios. Un tratado que únicamente no fue firmado por una tribu: los apaches.

En 1778, el nuevo gobernador, Teodoro de Croix, escribió lo siguiente en una carta enviada a España:

“Los apaches nunca dejarán de robar porque viven de este ejercicio, merodean a toda clase de gentes, ni pueden sujetarse a vida racional y cristiana porque son amantes de la libertad, acostumbrados a vivir ferinamente. Son, en mi concepto, irreducibles”.

Un suceso inesperado obligó a los apaches a aliarse con los españoles. Martínez Laínez escribió en el libro Banderas lejanas: la exploración y conquista por España del territorio de los actuales EEUU:

“Todo el mundo temía a los apaches. Pero hasta los apaches temían a los comanches”.

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