Las superwomans (IV)

Publicado el 29 junio 2013 por Romanas
Dedicado a Lucía M. Mur, por otro nombre Lisístrata, con todo mi afecto.  Decía el que quizá sea el mejor de mi maestros que el hombre es una pasión inútil.  Y cuanta razón tenía.  Nos debatimos diariamente en una fuerte lucha a muerte, sin otro objeto que sobrevivir, en todo aquello que hacemos sin darnos, cuenta casi nunca, de que estamos vendiendo nuestra jodida vida al diablo no por la eterna juventud, sino por un poco, o un mucho, de dinero.  Triste batalla la nuestra que no tiene otro objeto que adorar al canallesco becerro de oro.  Allá, nosotros.  Es por eso por lo que yo digo que lo que encanallece a las superwomans es su afán de masculinidad.  Repito, con mi maestro: el hombre es una pasión inútil porque trata siempre de transcender sus límites, sus propios límites, la mujer es la puñetera, la jodida, la maravillosa realidad porque su inmenso corazón la obliga a actuar siempre dentro de sus límites sin más proyecto, sin más ambición que el de hacer felices a los suyos, hacer, por lo menos, que nazcan, que vivan, que sigan viviendo, no olvida en ningún momento que somos unos animales racionales y parlantes y vociferantes cuya principal y debería ser única misión es que la vida, esta vida animal siga viviendo. Eentonces, cuando uno de esos maravillosos animales se masculiniza, cuando la muy jodida piensa que su misión, que su función real o sea que la que la realiza es hacer de canallesco hombre, entonces, sólo entonces, la caga, porque ella es mucho más que el éxito profesional, funcional, social o político, todos ellos, en cierto modo, artificiales, sino esa pasión útil de hacer correr, seguir fluyendo y mantener la vida. Cuando una mujer supedita su vida real, esencial, de ser custodia del impulso vital de la naturaleza humana al artificioso triunfo sociopolítico está traicionando su auténtica función, su misión natural esencial.  El problema es, pues, cuando estas mujeres que alcanzan, con todo el merecimiento del mundo, y más, esos puestos tan importantes y relevantes que generalmente ocupan los hombres, la magistratura judicial, por ejemplo, hacen lo mismo que los hombres no ya por instinto de imitación sino de justificación o incluso de supervivencia  y llevan a cabo una impartición de justicia tan torticera o más que los hombres, como diciendo “eh, que yo lo puedo hacer tan mal como los hombres e incluso peor” y cometen la suprema irrisión de degradar al justiciable cuando deberían de ensalzarlo de alguna manera puesto que él es la victima totalmente inocente de un sistema insuperablemente inicuo de justicia.    No sé si me estoy explicando bien porque lo que quiero decir es realmente difícil.  Un ser que no sólo es la vida sino la luz que ilumina nuestras vidas, nuestras madres, nuestras esposas, nuestras hijas e incluso, a veces, nuestras hermanas, de pronto, por un complejo de inferioridad absurdo, por un intento de justificación que en modo alguno necesitan, decide hacer lo mismo que los hombres, o sea, la injusticia más vil, la aberración moral de cebarse cruelmente con aquel que sufre la iniquidad del Derecho.  Entonces, coño, toda la admiración que les profeso, todo el amor sin límite que inspiran, todas y cada una, se sienten tan defraudados que no puedo reprimir el impulso de escribir 1, 2, 3,...posts sobre las superwomans que, en realidad, debería de titular las infrawomans porque cuando hacen esto, cuando superan en iniquidad a los hombres, no sólo no son superwomans sino siquiera mujeres. Cuando la mujer lucha contra el hombre y contra la sociedad y vence, cree que ha vencido, porque ya no sólo es como el hombre, ese perfecto canalla, sino que ocupa los mismos puestos que el hombre y hace lo mismo que el hombre, en realidad, ha perdido la mayor de las batallas puesto que, en realidad, se ha convertido en un hombre, es decir, en otro perfecto canalla o sea en un superhombre, en una superwoman.