Las tinieblas - Leonid Andréyev

Publicado el 10 febrero 2017 por Elpajaroverde
El bien y el mal son conceptos tan antiguos como la humanidad. Pero, ¿quién dicta lo que está bien y lo que está mal? ¿La propia conciencia del individuo, la sociedad? ¿Existe realmente el bien y el mal o son solamente conceptos éticos, filosóficos? ¿Es necesario el uno para que exista el otro así como en el cristianismo la existencia del Demonio corrobora la existencia de Dios? ¿Es lo que entendemos por bien y mal consecuencia de lo que predican las religiones o acaso éstas se crearon para explicarlos? De todas estas preguntas se intenta dar respuesta en el libro que hoy os traigo, si bien la verdad no tiene por qué ser sólo una.
"Cristo mandó que cada uno distribuyera sus bienes entre los pobres, y dijo que hay que dar no solamente la vida, sino también el alma, que es más. Pero ¿acaso Cristo pecó con mujeres perdidas y se emborrachó? No; las perdonaba y además las amaba. Y bien, yo también perdono a Liuba, la compadezco, la amo. ¿Es que haría falta que yo mismo pecara también...?"

Pecar, pecar, algo inconcebible para un hombre recto, puro. Pero ¿qué es la rectitud y la pureza? En esta historia las personifica un joven revolucionario. Estamos en Rusia, suponemos que en los años previos a la Revolución pues este relato se publica por primera vez en 1906. El joven es perseguido por la policía y se esconde en un burdel; él, que a sus veintiséis años aún no conoce íntimamente a una mujer. La elegida como coartada será Liuba (en ruso diminutivo de amor); ella, cuya aparente inocencia destaca entre el descaro del resto de mujeres. No sabe él que en todos los prostíbulos hay mujeres como ella, más recatadas y discretas en un principio pero que en cuanto cruzan el umbral de su cuarto se transforman en auténticas diablesas. Es en ese cuarto precisamente donde se produce el choque de esas dos fuerzas antagónicas. Fuerzas que por opuestas se repelen. Fuerzas que son energía en estado de transformación; absorbiendo un polo al otro, seduciendo el otro al uno. Uno no tiene sentido sin el otro pero juntos no pueden estar. El combate entre las fuerzas del bien y del mal ha comenzado.
"¡No has conocido nunca una mujer, cobarde...! ¡Y te atreves a decírmelo a mí, que he poseído a todos los hombres, a todos...! [...] Te vanaglorias de que la policía no te cogerá vivo; pero yo, yo estoy ya como muerta."
El hombre y la mujer también se utilizan en este relato como opuestos. Él personifica el bien; ella, el mal. Ya se sabe que aquellas que se dedican al oficio más antiguo del mundo han sido catalogadas siempre de malas mujeres; también se sabe que fue Eva en el paraíso quien tienta a Adán con la manzana del pecado. Y en este libro también la mujer ofrece una manzana al hombre, si bien pareciera que el auténtico veneno que de él se apodera le será inoculado a través de tragos de coñac.
"Se diría que a cada nueva copa se iba acercando más y más a sus antepasados, a aquellos hombres primitivos cuya religión fue rebeldía y en los que ésta se convertía en religión. La sabiduría que había sacado de los libros se evaporaba, y desde el fondo de su alma se alzaba algo de otro mundo, salvaje y oscuro como la voz de la tierra. [...] Su voluntad se afirmaba en su alma devastada y se sentía tan capaz de demolerlo todo como de crearlo todo."
Sí, parece que el cambio que en él se opera le hace sentirse más poderoso, con una sabiduría distinta, más antigua, que le revela una verdad ancestral. Pero antes de llegar a ese punto aún queda mucho por batallar.
Hablábamos no sólo de una lucha entre el bien y el mal sino también de una transformación entre opuestos. Él representaría la virtud, un hombre que dedica su vida a luchar por sus ideales (pasemos por alto que es un terrorista que se dedica a colocar bombas), tan inocente (aunque a mí esa inocencia se me antoja más en su acepción de ingenuidad que de falta de pecado). Se encuentra con ella, que muestra un comportamiento voluble, caprichoso, desconcertante; ora niña lastimera, ora mujer fatal. Y comienza la batalla que no es física (bueno, alguna bofetada hay) sino dialéctica.

Cognac. Fotografía de Espen Klem

La verdadera fuerza de este libro no es la del bien ni la del mal sino la de sus diálogos y las reflexiones de sus protagonistas. Cargados de simbolismos (probablemente más de uno se me habrá escapado), retuercen las consciencias de hombre y mujer hasta agotarlos. Pero la balanza nunca se equilibra, cuando uno está arriba el otro está abajo, como si bebieran alternativamente el uno del otro. Su elocución es un filón, como digo, y a los que nos gusta tomar notas o subrayar nos aplicamos a ello con fruición.
"¿Qué derecho tienes tú a ser bueno mientras que yo soy mala?"
"Tu inocencia no vale gran cosa; quizá me la ofreces porque no tienes necesidad de ella. [...] No, cariño; dame lo más caro, aquello sin lo que no puedas vivir."
"Saquémonos los ojos porque da vergüenza mirar a aquellos que no ven. Si nuestros ojos no pueden servirnos de linternas para iluminar las tinieblas de la vida, arranquémoslos y ¡viva la noche! Si todo el mundo no puede entrar en el paraíso, no lo quiero para mí. ¡Abajo la luz, vivan las tinieblas!"
Pero no es el paraíso el que habitan nuestros Eva y Adán particulares sino que su edén se encuentra en las tinieblas de la nocturnidad de una habitación de lupanar. Allí, aislados, lo de afuera se torna lejano y se erige para ellos una nueva realidad, realidad que como una ensoñación tal vez sólo sea disipada por la luz matinal que borra la embriaguez y devuelve el color de pecado a esa mancebía.
El hombre sentirá que sólo con el sacrificio de su honestidad y pureza conseguirá redimir de sus pecados a la mujer. La mujer buscará y abrazará en un principio esa posibilidad de salvación pero luego querrá elevarse hasta alcanzar su auténtica pureza. Y yo, yo sigo dándole vueltas al verdadero significado de la palabra inocencia. Y pienso que no difieren en tanto el cuarto cerrado de la mujer y la cerrazón de los ideales del hombre. Y creo que es cuando se abren uno al mundo del otro cuando tal vez, aunque apenas se cruzan, se encuentran. Claro que yo no creo que el bien y el mal sea algo tan simple como dos polos opuestos, y al grito de ¡abajo la luz, vivan las tinieblas! respondería ¡que vivan los colores!, pues me imagino una infinita gama entre el blanco de la primera y el negro de las segundas. También es verdad, como decía al principio, que la verdad no tiene por qué ser sólo una, al igual que las lecturas que de un libro se hacen pueden ser varias. Lo que sí creo que nadie que lea esta historia podrá refutar, es que ese hombre puro pierde su virginidad con esa mujer maldita. La verdadera pérdida de la inocencia es una caída de venda, es la primera gran decepción, es el fin del primer mundo conocido que creemos absoluto, inamovible e imperecedero. Al final va a resultar que las tinieblas traen luz y disipan la oscuridad. Aunque en este caso después de la oscuridad dificilmente se podrá conocer la calma.
"Ahora se acabó. El reino de las tinieblas se acercaba. Quedarse allí o regresar con los suyos; ni lo uno ni lo otro era ya posible: había roto con el mundo."

Untitled. Fotografía de Paolo De Angelis


Ficha del libro
Título: Las tinieblas
Autor: Leonid Andréyev
Traductor: Nicolás Tasin
Editorial: Acantilado
Año de publicación: 2009
Nº de páginas: 104 
ISBN: 978-84-92649-18-1
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