Las tragaperras bondadosas del Metrocentro de Tussam

Publicado el 13 agosto 2010 por Jackdaniels

Dice el refrán que a perro flaco todo se le vuelven pulgas. Y a fe que debe ser verdad, porque a Tussam, esa empresa al borde permanente de la quiebra que sobrevive de malas maneras en el abismo de la ruina, no se le ha podido ocurrir otra cosa que regalar dinero.

Sí, tal y como lo oyen, regalar dinero de la recaudación obtenida por la recarga de títulos de viaje y sin obtener nada a cambio, todo lo contrario entregando incluso el título de manera gratuita, a través de las máquinas instaladas al efecto en las paradas del Metrocentro. Como si de las tragaperras de los salones de juego se tratase.

Resulta que en la parada del Metrocentro del Prado de San Sebastián están ubicadas dos máquinas automáticas que recargan los diferentes títulos de viaje de la empresa y también expenden el billete univiaje. Son dos enormes armatostes metálicos anclados bajo la marquesina, también disponibles en las demás paradas de la línea.

Resulta que, dada la ubicación que tienen, dichos ingenios se encuentran expuestos todo el santo día a los rigores del sol de justicia que suele asolar a esta tierra. En las fechas en las que nos encontramos, no me quiero ni imaginar la temperatura que deben soportar, porque seguro que le plantas un huevo en alto y se fríe solo.

Resulta que estos artilugios de tecnología de última generación, que costaron en su día un riñón y parte del otro, están bastante bien preparados para soportar actos vandálicos, pero no así el asedio de cuartel del calor que padece Sevilla durante la mayor parte del año. Que ya se sabe que el Lorenzo aquí pega lo suyo y no siente compasión por nadie.

Resulta que ese exceso de calor, que se multiplica en el interior al ser metálica la carcasa de los artificios, parece ser letal para los circuitos responsables del funcionamiento inteligente del invento. De manera que, cuando te acercas e introduces un título para recargarlo y le echas, por ejemplo, un billete de diez euros, la máquina, alucinada por el efecto sedante del calor, no sólo te recarga el título como es debido, sino que te devuelve incluso una cantidad varias veces superior a la introducida.

O lo que es lo mismo, que el artilugio de marras comienza a expulsar una cantidad ingente de monedas –siempre son monedas– por la bocana como si te hubieran tocado las especiales en una tragaperras cualquiera. De tal guisa, te puedes encontrar con la siempre agradable sorpresa de que la compañía de transportes, muy amablemente, no sólo no te ha cobrado la recarga efectuada, sino que además te regala como el que no quiere la cosa treinta o cuarenta o más euros por tu cara bonita.

La cosa ha levantado tal expectación que, me cuentan algunos compañeros, que incluso los gorrillas de la zona, que se han percatado del negocio, han dado la espalda a los coches y andan todo el día pegados como lapas a las máquinas, para cuando se produce el milagro arramplar con lo que escupen los engendros dadivosos.

En la empresa están con el quebradero de cabeza de encontrar una solución al problema y ya están pensando en la posibilidad de instalar aparatos de aire acondicionado en el interior de los artefactos para rebajar su temperatura de infierno. El hielo polar tampoco ha sido todavía descartado como solución milagrosa.

Nos es que estemos hablando de cantidades desorbitadas y millonarias, no. Pero este cómico suceso es un ejemplo ilustrativo de la peculiar manera de gestionar esta empresa municipal, que parece empeñada en hacer el ridículo una y otra vez con anécdotas tan estrambóticas e inconcebibles como ésta.

Arizaga, el máximo responsable de todos estos desatinos y meteduras permanentes de pata, seguro que está descansando a gusto en alguna playa paradisíaca no muy lejana, liberando a su mente preclara del sobre esfuerzo que supone conseguir tan altas cotas de ineficacia. Aunque se desconoce si el calor le afecta de la misma manera que a las máquinas.

Porque claro, a quién se le iba a ocurrir a la hora de comprar las máquinas que las temperaturas en Sevilla, sobre todo en verano, alcanzan cotas de desierto. Al fin y al cabo, eso no ocurre casi nunca. ¿O no?