Se lo he leído a Pilar Rahola: "Un pensador de derechas sólo puede equivocarse una vez, antes de hundirse. La izquierda puede perpetrar una vida de errores, y mantiene intacto el prestigio".
La izquierda dice defender principios que muchos consideramos indiscutibles, pero ¿los defiende de verdad? Empecemos por la democracia, que es su gran asignatura pendiente. Es casi imposible encontrar un político o intelectual de izquierda que cuestione la democracia, pero es todavía más difícil encontrar a uno de ellos que realmente crea en ella.
Saramago era un ejemplo, pero hay decenas de miles. El premio Nobel portugués aclamó a Stalin y lo llamó libertador, pero nunca mencionó que es el segundo mayor asesino de la historia, superado sólo por otro de su misma cuerda: Mao Zedong. Justificó la existencia del Muro de Berlín y considera a Fidel Castro como una referencia de gran valor para la izquierda. Odia y critica a los Estados Unidos, pero el escritor portugués también aclama la democracia ¿Cómo es posible creer en la democracia y en Stalin al mismo tiempo? ¿Cómo se puede ser demócrata valorando más al carnicero Fidel que a lo que representan los Estados Unidos como nación libre?
Muchos líderes intelectuales y políticos de la izquierda practican las mismas contradiciones del Nobel portugués: odian a Estados Unidos y a Israel como representantes del diablo, pero disculpan a los terroristas y, en España, hasta han intentado pactar con ellos, anteponiendolos a las víctimas, mientras no dejan de declararse "demócratas" ¿Es posible exhibir un ejemplo más sangrante de doble moral que defender el feminismo y lo que llaman "paridad" en España y desviar la vista para no condenar las lapidaciones y la opresión infame de la mujer en el mundo islámico?
Demasiadas contradiciones, demasiadas traiciones e incongruencias en los siempre agitados páramos de la izquierda, donde siempre se sueña con el poder, al viejo estilo, para transformar el mundo desde la cúspide, como predicaba Lenin ¿Es eso compatible con la democracia? ¿Es lícito, en democracia, acosar y demonizar al partido de la oposición, aislándolo y debilitándolo para que jamás pueda conquistar el poder? ¿Vale todo en política? ¿El fin justifica los medios? Puede que en esa izquierda resentida que jamás renuncia al marxismo esos principios tengan vigencia, pero no en democracia. En el sistema de libertades y derechos cívicos, esas normas de cloacas están vetadas.
Persiguen al yankee con saña, como si la "guerra fria" siguiera viva, pero se les escapan vivos los peores tiranos: desde Pol Pot, cuarto, después de Hitler (tercero), en el ranking mundial de los asesinos, hasta Fidel Castro. Son capaces de criticar cada día, con una saña casi histérica, los errores de los demócratas americanos y de la oposición democrática, en sus respectivos países, pero nada dicen de las locuras de los tiranos, ni de sus crímines.
Para entender las traiciones de la izquierda y su alcance, nada mejor que el libro "Cambiare Regime", del periodista italiano Christian Rocca, que analiza las amistosas y tolerantes relaciones de la izquierda mundial con 45 grandes dictadores recientes y recomienda a esa izquierda que promueva, de una vez por todas, la democracia. Tampoco es mal ejercicio analizar el olvido culpable de la izquierda de las mujeres que viven bajo las tiranías islámicas, o el silencio ante el sufrimiento de ciudadanos demócratas perseguidos y sometidos a dictadores como Castro, o la "comprensión" frente al terrorismo nihilista o los suicidas jihadistas o el silencio complice de la izquierda cuando son asesinados decenas de judios en los autobuses que ruedan por Jerusalen, o cuando vuelan por los aires los mercados de Bagdad, terrorismo del que siempre es "culpable" Estados Unidos.
Pero quizás la mayor traición de la izquierda, más incluso que su amor por los tiranos marxistas o su fácil convivencia con la corrupción pública y la opresión, sea su manera nociva de entender la democracia y la gestión del poder en determinados países de Occidente, como España, donde todo parece permitido si el botín es el gobierno, desde el pacto con nacionalistas fascistas extremos vascos y catalanes, hasta el perdón al terrorista etarra manchado de sangre, sin olvidar la conversión en leyes, sin apenas apoyo popular, de documentos tan ignominiosos como el Estatut catalán, promovido personalmente por el izquierdista Zapatero, toda una ofensa salvaje a la solidaridad y la igualdad, dos de los muchos viejos valores olvidados por esa izquierda moderna que ha hecho del poder su gran "becerro de oro".