Aunque no sea posible señalar criterios fijos para el significado de los enunciados, sí que es posible seguir un procedimiento más empírico e indicar algunas raíces de falta de significado en enunciados gramaticalmente bien construidos. Por supuesto, esta enumeración no puede ser exhaustiva, puesto que hay bastantes trampas en el lenguaje. Nos limitaremos a presentar algunas de las más características.
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la creencia en objetos abstractos. Es una trampa muy básica, pero en la que siempre es posible caer, pues el lenguaje mismo ofrece pie para ello. Puesto que las cosas suelen designarse con nombres gramaticales, tendemos a pensar injustificadamente que, cuando existe un nombre, existe igualmente la cosa correspondiente. Y ello incluso en el caso de nombres abstractos (como “justicia”, “libertad”, etc): a ellos les corresponderían también cosas u objetos abstractos. La trampa es particularmente tentadora en el caso de los conceptos morales. Mucha gente puede preguntar:”en este país, ¿existe la democracia, sí o no?”, suponiendo que sólo es posible una respuesta positiva o negativa, y olvidando que la palabra “democracia” puede cubrir una serie indefinida y gradual de estados. Muchos maniqueísmos políticos y morales tienen su raíz en una mala comprensión del lenguaje.
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Las tautologías como explicaciones. A veces hemos adelantado una opinión y nos vemos forzados a defenderla ante un interlocutor no condescendiente; pero no lo hacemos, como sería honesto, aportando pruebas positivas, sino remanejándola para convertirla en una tautología y así hacerla invulnerable. Imaginemos que alguien nos dice:”La historia muestra que el partido comunista siempre ha defendido la libertad y la democracia”, y que le preguntamos:¿Y como explicar entonces el período estalinista?” Si nos responde:”Es que el partido dominante entonces en la URSS no era el auténtico partido comunista”, nuestro interlocutor está introduciendo en la discusión una tautología que hará invulnerable su posición, pero al precio de hacerla vacía, pues ha quedado privada de todo contenido histórico. Viene a decir:”La historia muestra que el partido comunista siempre ha defendido la libertad; pues quien no defiende la libertad no es verdadero comunista”.
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Las palabras fuera de contexto. Hay palabras que sólo tienen significado dentro de un contexto lógico muy definido y que fuera de él carecen de significación. Por ejemplo, la palabra “entre” (preposición) sólo tiene sentido cuando va seguida de expresiones que designen dos objetos localizables espacialmente: “entre la puerta y la pared”, “entre cielo y tierra”. No podemos usarla (en sentido propio) de la siguiente manera:”se hallaba entre la pared y la alegría”. Lo mismo sucede con palabras que son lógicamente comparativas, pero no lo son gramaticalmente: por ejemplo, la palabra “alto” que significa “superior en estatura al término medio de las personas”. Si las sacamos de ese contexto comparativo (por ejemplo, si decimos:”La mayoría de las personas son altas”), incurrimos en un enunciado carente de sentido, pues cometemos una contradicción:”La mayoría de las personas es superior en estatura al término medio”.
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Errores de categoría. Aquellas cosas acerca de las que hablamos se agrupan en ciertas clases muy amplias, llamadas “categorías”. Y esas categorías de objetos o cosas tienen muy a menudo propiedades típicas y características, que sólo pueden predicarse de objetos pertenecientes a esa categoría y no a otras. De lo contrario, cometemos un “error de categoría” y emitimos un enunciado carente de sentido. Así, las cosas animadas forman una categoría: de ellas podemos decir que viven, se nutren, etc, pero no que son abstractas o intelectuales. Los símbolos (números, palabras, etc) forman igualmente una categorái: podemos predicar de ellos que son artificiales, inadecuados, etc, pero no que se encuentran en el prado. Aunque no en ejemplos tan absurdos, no faltan errores de categoría en la conversación diaria. Así, por ejemplo, decir que el pensamiento se encuentra en el cerebro, o que amamos con el corazón (si se entiende literalmente) son errores categoriales. Estos últimos ejemplos nos muestran, sin embargo, que entre las expresiones sin sentido y las expresiones metafóricas no siempre es posible trazar límites precisos. El lenguaje metafórico o poético lucha con los límites del lenguaje, pero (a diferencia del simple sinsentido) lo hace para provocar una comunicación más profunda, de sentimientos y de impresiones; las palabras no se toman simplemente en su dimensión representativa, sino por las “resonancias” sensibles y sentimentales que esa dimensión representativa provoca en nosotros.