Cuenta una leyenda atribuida a los mayas que hay trece calaveras mágicas. Son todas de cristal. Doce fueron talladas en los doce mundos que en el pasado remoto habitó la Humanidad; la última, en la Tierra. Los atlantes se las legaron a los mayas y, con el tiempo, las joyas se dispersaron. El día en que las reunamos otra vez, nos contarán la verdadera historia de nuestra especie y nos transmitirán conocimientos que cambiarán nuestra vida para siempre. Es con lo que sueña la bella Irina Spalko, la agente soviética de Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal obsesionada con encontrar el arma definitiva para ponerla al servicio de Stalin.
El más famoso de los cráneos de cuarzo es el de Mitchell-Hedges, también conocido como la Calavera del Destino. Mide 13 centímetros de alto y 18 de largo, pesa unos 5 kilos y está hecha con dos bloques de cuarzo, uno para el cráneo y otro para la mandíbula. Frederick Albert Mitchell-Hedges, un aventurero y escritor inglés, sostenía que su hija adoptiva la había encontrado entre las ruinas de la ciudad maya de Lubaantum, en Honduras Británica -hoy, Belice-, el 1 enero de 1924, día en el que la chica cumplía 17 años. En la literatura esotérica, la joya es depositaria de poderes extraordinarios, como el de propiciar las habilidades telepáticas.
Origen atlante
Mitchell-Hedges fue quien primero llamó la atención sobre las calaveras de cristal. Dejó escrito en su autobiografía, Danger my ally (El peligro, mi aliado. 1954), que los científicos habían concluido que la de Lubaantun tenía 3.600 años y había exigido a sus creadores 150 años de trabajo, “frotando con arena un inmenso bloque de cristal de roca hasta que finalmente emergió el cráneo perfecto”. En 1970, el restaurador de arte Frank Dorland aseguró, tras un análisis en los laboratorios de Hewlett-Packard, que la pieza había sido tallada en contra del eje natural del cuarzo y que no presentaba huellas de herramientas metálicas. Creía, como el explorador, que era de origen atlante y que se habían tardado 300 años en tallarla.
Mitchell-Hedges y su hija mantuvieron hasta el final -Anna falleció en el año 2007 cumplidos los 100- que el cráneo tenía poderes sobrenaturales. En su web se cuentan hechos sorprendentes, como lo que le sucedió a un periodista cuando entrevistaba al aventurero en su castillo. En un momento de la conversación, el reportero se excusó para ir al baño. Tardaba tanto en volver que Anna y su padre fueron en su busca. Se lo encontraron en otra habitación, con la calavera de cristal en las manos, paralizado. Cuando Mitchell-Hedges le quitó la reliquia, el hombre se derrumbó. En otra ocasión, Dennis Conan Doyle, hijo del creador de Sherlock Holmes, cenaba en el castillo cuando dijo que sentía un gran poder procedente de la pieza. Anna y su padre le retaron a demostrarlo. Escondieron el cráneo en un cuarto y le animaron a encontrarla guiado por la energía que decía captar. Conan Doyle acertó a la primera dónde estaba la joya.
Los aficionados a lo paranormal han achacado a la calavera cambios de color vinculados a las posiciones de los planetas, poderes curativos, la visión de imágenes en las cuencas de sus ojos, la captación de sonidos y de olores extraños… Todo ha apuntado desde su descubrimiento a un origen misterioso de la reliquia, que no sólo tendría poderes sobrenaturales, sino que, además, no sería única, como advierte la leyenda maya. Hay varias calaveras parecidas repartidas por el mundo, entre las que destacan la del Museo Británico, la del Museo de Quai Branly de París, la de ET -llamada así por sus grandes cuencas oculares-, Max -que está en una colección privada en Texas- y la de la Institución Smithsoniana, que pesa 14 kilos.
Análisis científicos
La ciencia ha aprendido en los últimos años mucho de los cráneos de cuarzo. El del Museo Británico ya no está catalogado como “probablemente azteca, de entre 1300 y 1500″, como ocurría hasta mediados de los años 90. El microscopio electrónico vio en él en 1996 huellas de torno de joyero, una herramienta desconocida en la América precolombina. Así que ahora la pieza está etiquetada como “probablemente europea, del siglo XIX”. Se cree que fue tallada en Alemania. A la calavera de la Institución Smithsoniana también se atribuyó en 1992 un origen reciente y un estudio publicado en mayo pasado ha revelado que para hacerla se usó como abrasivo carburo de silicio, compuesto químico que no se sintetizó hasta la década de 1890. Los arqueólogos siempre han pensado que ninguna de estas joyas es de factura precolombina.
A día de hoy no hay constancia siquiera de que la Calavera del Destino fuera descubierta en Lubaantun. Durante años, se sospechó que Mitchell-Hedges la enterró en la ciudad maya para que la encontrara su hija como regalo de cumpleaños. Sin embargo, tampoco hay ninguna certeza de que Anna estuviera alguna vez en Honduras Británica. Al contrario. Ni la joven ni la calavera aparecen en ninguna de las fotos tomadas por Lilian Mabel Alice, fotógrafa que inmortalizaba los hallazgos del aventurero, lo que ha llevado a los expertos a concluir que todo el episodio es una ficción.
Las pruebas documentales apuntan a que Mitchell-Hedges pagó por la joya 400 libras en 1944 a un tal Sydney Burney, que ya en 1936 era su propietario y que en 1943 la había intentado subastar en Sotheby’s, en Londres. El análisis de Hewlett Packard demostró que el cráneo y la mandíbula procedían del mismo trozo de cuarzo; pero nada más. Y la leyenda maya de los trece cráneos de cristal, historia en la que se basó George Lucas para la última aventura del arqueólogo más famoso, es una de tantas invenciones de la literatura paranormal, equiparable a las historias sobre máquinas voladoras que han difundido algunos autores como traducción de inscripciones antiguas que en realidad nadie ha descifrado.
Fuente TNC