Dejé a tiempo aquella vida. Pude haber rehecho mi personalidad sanando las heridas en la autoestima y la sexualidad que me habían producido esta lucha floral. Sólo logré cicatrizarlas a medias. Hoy encuentro la vieja insignia de las tres violetas olvidada en un cajón y me pongo a pensar. En realidad no es tan difícil cumplir aquellos preceptos que se nos antojaban heroicos. A estas alturas de la vida uno comprende que las tres violetas de los votos maristas no tienen una naturaleza tan especial. Fuera de esta congregación, sin promesas ni votos, se llega a sufrir la pobreza: no viven mejor los parados actuales, o las familias de sueldos ajustados... por otro lado según quién controla el gasto familiar, se está supeditado también a la discreción del "hermano ecónomo" (la mujer o el marido, según casos). A la castidad (doy fe) te ves obligado muchas veces pese al contrato matrimonial y respecto a la obediencia (una protestada obediencia, pero obediencia al fin y al cabo) es una cláusula de la vida en común a partir del grupo de dos.
Así que con la insignia en las manos me parece estar renovando mis votos: Pobreza, castidad y obediencia. Hay cambiar el mundo lo suficiente para que en realidad nada cambie.