En 1971, tres años de sorprender al mundo con Un mago de Terramar, Ursula K. Le Guin volvió a su querido mundo de Terramar para crear una atípica secuela: Las tumbas de Atuan. Casi un opuesto a su predecesora en cuanto a forma, la historia prescinde hasta bien mediada la novela de cualquier personaje conocido del primer libro. A la vez, nos encierra en un único y misterioso lugar llamado Atuan. Situado en el imperio de Kargard, Atuan es el centro de un antiguo culto religioso donde una casta de mujeres consagradas vive al servicio de los Sin Nombre, unos dioses tanto anónimos como insustanciales que contienen gran poder.
Conoceremos a Tenar, ahora llamada Arha, la reencarnación de la Sacerdotisa Única. Profetizada desde su infancia como la guardiana de las tumbas de los Sin Nombre, deberá estar confinada en el Lugar hasta su muerte. Su vida es un ciclo inevitable de sumisión, ritos y sacrificios que nunca cesa. Su desconocimiento del mundo es total, ya que nunca ha podido salir a explorar y lo único que conoce lo ha aprendido allí. Todo cambiara cuando Arha, en una de sus constantes visitas a las sagradas tumbas, descubra la intromisión de un poderoso hechicero.
Dos novelas que se complementan
Tanto Un mago de Terramar como Las tumbas de Atuan son dos novelas muy distintas, pero que se complementan muy bien. Son dos opuestos que se atraen. Ambas, historias de crecimiento y madurez. Al igual que Ged en la primera novela, recae sobre Tenar una gran responsabilidad obligada que la lleva a actuar de forma inadecuada. De nuevo Le Guin explora la expiación de los pecados, el precio de la redención y la travesía de cambio necesaria para conseguir alcanzar al camino correcto.
Si bien con Un mago de Terramar la autora hacia a su protagonista perseguir el mal para poder vencerlo, en esta segunda entrega la constante será otra. Tenar, enfangada hasta la cabeza por las sombras, se verá abocada a despertar y huir. Debe romper los muros que la anulan por completo, que le han quitado todo lo que es. Hasta su propio nombre. Debe buscar la luz, renunciando a todo lo que conoce. Es un viaje más introspectivo que físico, repleto de misticismo y renacimiento espiritual. Una travesía hacia la libertad.
Ursula propone de nuevo que el lector se meta de lleno en las sensaciones de la protagonista. De forma ágil y fluida, la autora logra incrustar enseñanzas y valores cotidianos. Poco a poco observamos como Tenar pasa de una etapa a otra, como desafía sus propias certezas para abrir todo un horizonte de posibilidades. Debe decidir entre vivir en la absoluta ignorancia que la está anulando por completo, o arriesgarse y empezar de nuevo. Nada más y nada menos que la difícil tarea de buscarse a sí misma.
Una narrativa impecable
Ursula escribe de forma distinta al resto, no es una novedad para nadie. Es evocadora. Su voz es única. Es solo la segunda novela que leo de la autora, pero cada una de ellas me ha succionado dentro de sus páginas como pocas consiguen hacerlo. Tanto que no pude soltar el libro desde que comencé. Y no es simple casualidad. La autora sabe captar como nadie un halo místico en sus textos. Una vez te atrapa, no te suelta. En esta segunda ocasión, se trata de las tumbas y todo el culto que la rodea. Un hechizo que ha hecho un poderoso efecto sobre mí.
"Lo que estaba empezando a descubrir era el peso de la libertad. La libertad es una carga pesada, extraña y abrumadora para el espíritu que ha de llevarla. No es cómoda. No es un regalo que se recibe, sino una elección que se hace, y la elección puede ser difícil."
Pese a ello, algunas críticas que he leído hacia esta novela van en torno a esto mismo. El inicio es un tanto árido, entrando de lleno a un nuevo culto. Es una expansión que casi desconocíamos -salvo detalles- de Terramar, y encima, que nadie esperaba. Sin embargo, a mi es lo que me ha conquistado como lector. El entorno de las tumbas, así como el culto asociado a ella, no hacen sino más que enriquecer todo el universo creado por Ursula. Tanto los Sin Nombre como la historia del anillo de Érreth-Akbe son magníficas, aparte de funcionar como motor de toda la historia. Aun así, admito que cuando nuestro querido Ged aparece en escena, todo cobra mayor profundidad y sustancia para la novela.