Para buscar respuesta a estas preguntas, partamos de que en un día soleado casi todos los azafranes tienen abejas alrededor. A menudo incluso las abejas pasan la noche dentro del azafrán, donde la temperatura es más agradable. Es decir, los pocos insectos que son buenos polinizadores y que aún quedan vivos a estas alturas del año acuden al azafrán casi desesperadamente, porque... ¡es la única flor que hay! Debido a esto, los azafranes juegan con ventaja a la hora de ser polinizados: ninguna otra flor les hace la competencia por los insectos. Así, para producir semillas les basta con abrir una flor al año por bulbo, con lo que ahorran nutrientes y energía. Por todas estas razones, se cree que la selección natural ha desplazado la época de floración de los azafranes, y sorprendentemente lo ha hecho adelantándola hasta pasar del inicio de la primavera al invierno y, dado que durante éste no hay abejas, de ahí al otoño, en el que, aunque no tengan hojas desarrolladas, las reservas alimenticias de su bulbo subterráneo les permitirán florecer. Es curioso pensar que, entonces, los azafranes no son en realidad las últimas flores de la temporada, sino las primeras de la siguiente, ¡las más adelantadas de todas!
Encontraremos en nuestro monte otras flores que han optado por abrirse en épocas del año más bien poco propicias al crecimiento vegetal, pero eso será dentro de varios meses. De momento, un apunte etnobotánico como final: estos azafranes silvestres se llaman en la zona "arrendajos", porque imitan ("arriendan", en la sabrosa jerga comarcal) las flores del azafrán cultivado, la rosa del azafrán que dio nombre a la única Zarzuela ambientada en La Mancha y cuyo cultivo es, cada vez, más y más escaso...