LAS ÚLTIMAS HORAS DE AMANDA BÖRG
La encontraron flotando sobre las plácidas aguas celestes del río Neva en la gélida mañana del cuatro de Septiembre de 2010. Parecía una sirena varada enviada al destierro, con una nota póstuma embutida en su boca anormalmente deformada.
El papiro sobresalía de la oquedad como una horripilante lengua de trapo apolillada. Cubría su magro cuerpo, apaleado y encharcado, una larga túnica blanca que revelaba la desnudez, rayana a la anorexia, de la modelo sueca Amanda Börg.
Tenía los párpados socarrados, sometidos a la tortura del fuego, y el rostro amortajado. La piel estaba hundida en los huesos, como si su belleza hubiera decidido amotinarse par adoptar la fealdad como estado presencial permanente.
Arnaldo Mondragón no podía imaginar que era un cadáver lo que se aproximaba flotando sobre las aguas del Neva cuando lo vio aparecer, como un borrón blanco del armonioso paisaje de San Petersburgo, secundado por el deslumbrante palacio de invierno de Pedro I.
Algunos turistas de la embarcación de recreo accionaron los disparadores de sus objetivos, contagiados por una malsana oleada de morbosidad colectiva.
Esputaban comentarios nefandos, dicterios y denuestos pretendidamente chuscos acerca de la largura de la falaz lengua de trapo. La difunta quedó despojada de todo ornato de solemnidad ceremoniosa y fue expuesta como una aberración risible.
El agente Zajarov, quien llevó a cabo las primeras acciones de “desembarco” de la interfecta, desplegó el pergamino embutido entre los dientes y leyó el sucinto pasaje, escrito con la propia sangre de la víctima:
“La muerte es el único regalo para quien asesina al corazón con desprecio y humillación”
La forense, Ivanka Kornilova, dictaminó como causa de la muerte una herida letal en el abdomen producido por arma blanca.
Los pellejos que recubrían la osamenta de la otrora hermosísima modelo sueca, presentaban una maquiavélica miscelánea de abrasiones, contusiones, magulladuras, desgarros y quemaduras, perpetrados por un sádico de reminiscencias de verdugo de mazmorra medieval.
En su discreto apartamento de la avenida Nevskiy, junto al flamante teatro Alexandrinskiy, una anotación en una pequeña agenda de bolsillo indicaba que Amanda se había citado la noche anterior a su muerte frente a la regia entrada principal del castillo Mijailovskiy con alguien que respondía a las siglas D.B.
Había restos orgiásticos por toda la estancia; excesos alucinógenos, alcohol, botellas de vodka derramadas y colillas de tabaco, hacinadas sobre ceniceros de cristal cromado como cadáveres de prisioneros judíos arrojados a una fosa séptica de la época del holocausto nazi.
El inspector Bushkin se atusó los dorados cabellos para retirar las lianas deslavazadas del flequillo, largo y revoltoso, que solía velarle la visión cuando caía sobre su frente como un telón teatral.
Le resultaba inverosímil establecer una relación concordante entre la bellísima muchacha que posaba semi-desnuda en decenas de retratos sobre unos anaqueles atestados de elegantes marcos de metacrilato y la carroña humana que yacía inerte en el depósito anatómico forense.
La jovial mujer tras el cristal enmarcado mostraba a Una mujer rubia de ojos cerúleos y larga cabellera, trenzada al estilo anacrónico que hiciera famosa en todo el mundo a la actriz Bo Derek en la película “10”.
Le sacó de sus profundos barruntes el bisoño agente Briulov.
-He encontrado su diario personal, escondido en un cajón del dormitorio, entre la ropa interior…
Había un deje nada decoroso, más bien rijoso, en su mirada viciada, acompañado de un soniquete en su voz impostado y deliberadamente insolente.
El inspector Bushkin le crucificó con su mirada de sabueso rabioso ye el novato, aprehendiendo de inmediato la causa de tal enojo, se desvaneció como una rata asustada.
Era aun manuscrito elegante, con sus tapas de raso con pétalos blancos pegados por la superficie como lágrimas vertidas de la madre naturaleza. Tenía la modelo una caligrafía armoniosa y redondeada. El inspector fue pasando páginas atiborradas de testimonios baladíes que hablaban de fiestas, ágapes nocturnos, sesiones fotográficas… y también la presencia constante y vigilante de D.B.
-D.B. ¿Quién demonios eres? –Murmuró el inspector, subyugado por la lectura, que rezumaba un halo profundo de tristeza. Narrado en primera persona, era su diario una apología de la soledad en el reino de las compañías hueras e hipócritas.
-…”No estoy aquí realmente, no ven quien soy, no sabe nadie lo que me está sucediendo… Día a día voy desapareciendo, convirtiéndome en una sombra que se va difuminando. D.B me observa, no me deja tranquila, me atosiga con su insistencia… busca mi perdición.
Yo no le quiero, no puedo, no así no está bien, no es correcto… No busco su compañía, no esa clase de compañía. No puedo dejar que ocurra. Eso es insano, morboso, es una locura, no está bien, no puede ser.
D.B siempre consigue todo lo que se propone y me obliga a hacer cosas que no quiero hacer…”
Los ojos grises del inspector saltaron renglones y páginas enteras para detenerse abruptamente ante las sucintas crónicas registradas el día 3 de Septiembre: el día anterior a su muerte.
El pacato agente Briulov regresó timorato y le habló balbuciendo:
-Confirmado… eh… acaban de llamar del anatómico forense. Eh… bueno, parece ser que la hora de la muerte fue, se produjo… o sea, debió ser entre las 02:00 y las 03:00 de la madrugada de ayer.
Bushkin proyectó adrede otra de sus miradas carbonizadoras y nuevamente, el agente Briulov huyó despavorido, conocedor de los efectos secundarios de los arranques iracundos de su jefe.
Chocó en su huída contra una elegante mesa de cristal que soportaba el peso de media docena de botellas de whisky y vodka, derribadas por un ciclón humano de ebriedad.
El inspector regresó a las anotaciones de las últimas horas de vida de Amanda. La caligrafía, en esta ocasión, había perdido la cadencia graciosa y regular de óvalos perfectos para convertirse en un oleaje encrespado y presuroso, cuyas líneas abigarradas buscaban, ora la cúspide del texto, ora descendían en vuelos rasantes en picado hacia los infiernos…
-“…cambio de planes… D.B tiene algo especial y diferente para mí. Dice que no acuda esta noche al malecón junto al castillo Mijailovskiy. Conoce otro lugar más discreto cerca del museo del Ermitage.
Después daremos un paseo por los canales del Moika. No puedo negarme. ¿Qué pretende con todo este juego absurdo? Es insano y él lo sabe, no es ningún ingenuo. ¿A qué se debe ahora, de repente, este nuevo cambio de planes?
Había un arroyo subterráneo hediondo bajo la superficie aparentemente inocente de aquellas frases…
-D.B… otra vez tú… ¿quién demonios eres D.B?
El inspector Bushkin realizó una nueva batida rutinaria por el apartamento donde la dulce Amanda había pasado las últimas horas de vida antes de su cita ineludible con la muerte… su cita ineludible con D.B…
Entró en el dormitorio, de tonos malvas y anaranjados, con la sensación del profanador de tumbas codicioso. El cajón donde Briulov había encontrado el diario permanecía abierto. Sobre la cama deshecha, entre un revoltijo amorfo de sábanas y hedores carnales, asomaban procaces varios tangas y sujetadores de colores y diseños diferentes.
Más botellas de vodka acostadas sobre una alfombra de marchamo turco.
-Te despediste de la vida por todo lo grande, Amanda…
Se arrepintió de inmediato del desatinado comentario. Su faz, la de un hombre cansado de observar de frente la miseria humana, la faz de un hombre con exceso de horas de sueño postergadas, las enormes ojeras grises bajo los párpados tumefactos le delataban, adquirió una pátina de indiscutible condescendencia y lástima sincera.
Sobrevivían las huellas de la bacanal en el baño. Medias, bragas y profilácticos, abandonados en el interior del pequeño cubículo provisto de bañera y ducha.
Salió de allí mareado, con una sensación rayana a la repugnancia. Accedió al salón. Diversos retratos familiares observaban con la mirada congelada, desde las estanterías de un imponente armario empotrado blanco, un zafarrancho de libre albedrío y desenfreno.
Los analizó con detenimiento. La madre de Amanda era bella y esbelta como el cuello de una cigüeña. A su lado, su esposo parecía un aristócrata del siglo XVIII, orondo, con su porte endiosado y su barba blanca y abundante perfectamente recortada en torno a su faz ovalada y rubicunda.
Tenía los ojos azules y pequeños, ladinos, zainos. Una mueca perenne de travesura llevada a los rincones más sórdidos de la mente humana. Era el rostro del felón por antonomasia, crápula incorregible, canalla deleznable e irredento. El inspector extrajo una de aquellas fotografías de su marco de metacrilato.
La madre de Amanda tenía una expresión afligida. En cuanto a Amanda… estaba aterrada. Volaba hacia el infinito, como la caligrafía estampada en las anotaciones del funesto 3 de Septiembre de 2010.
-“…Familia Borg: Stella, Amanda y Dimitri.
Volvió a mirar la foto. Aparecía la familia al completo, posando ante el monumento a Alexandr Pushkin, erigido en la Plaza de las Artes.
Ahí estaba Stella, con la mirada atribulada, junto a su hija Amanda, una estrella fugaz que hubiera dado la vida por hallarse a miles de kilómetros de aquel lugar en ese preciso instante. La imagen inmortalizada no mentía. Amanda estaba aterrada, contraída sobre sí misma como un ovillo agarrotado.
El patriarca del breve clan aparecía detrás de ella, con sus manos velludas y poderosas atenazándola con extrema rudeza por los hombros. Parecía furioso; su semblante, implacable, arrebolado por la soflama de un incendio estelar.
Entonces lo vio. El inspector Bushkin giró nuevamente la fotografía y leyó en voz alta:
-13 de Agosto de 2010. Familia Borg: Stella, Amanda y Dimitri. ¡Dimitri! ¡D.B! ¡Dimitri Borg! ¡Ya te tengo! Te tenía delante y no te veía… tú eres el gran secreto de Amanda, por eso ella estaba tan asustada y avergonzada… su padre, claro… ahora lo entiendo todo, tú eres el misterioso D.B…
El agente Briulov reapareció, nervioso y alarmado por el tono eufórico de su superior. Se quedó estático a unos metros de distancia, como un reactor averiado que esperara la llegada del técnico de mantenimiento para que reemplazara las piezas más obsoletas.
-¡No se quede ahí como un pasmarote, Briulov! –El macilento agente patitieso, de mirada alucinada y porte amuermado, quedó reactivado al instante, al comando de la voz de tenor de Bushkin-
-Curse de inmediato una orden de búsqueda y captura contra el padre de Amanda Borg, Dimitri.
Briulov le miró estupefacto, rascándose la despeinada cabellera lacia y rubia.
-¿El padre de Amanda, señor?
-Eso he dicho –Repuso Bushkin implacable- ¿Tiene usted algún problema de oído, Briulov? ¡Vaya, vaya de inmediato a hacer lo que le he ordenado! Ya tenemos a nuestro primer sospechoso del crimen de Amanda Borg: su propio padre, Dimitri Borg.
VÍCTOR VIRGÓS "LAS ÚLTIMAS HORAS DE AMANDA BÖRG-
AUTOR DE "LA CASA DE LAS 1000 PUERTAS", DISPONIBLE EN LIBRO ELECTRÓNICO EN WWW.AMAZON.ES (3,17).