Vespasiano haciéndose el interesante.
Tito Flavio Vespasiano. Así era como se llamaba este hombre que quizá no tiene una historia tan rimbombante como la de César o la de Augusto, pero la verdad es que el tío tiene una calle en casi todos los pueblos. ¿Será por algo, no?Vamos a dar una serie de razones:
Una de ellas es que es que llegó a ser Emperador. Y no cualquier emperador, todo hay que decirlo. Con entrada en Roma como gobernante en el año 71 d.C., fundó la dinastía Flavia tras la muerte de Nerón, que supuso la muerte de la familia Julio Claudia al completo.
Además, para llegar al poder, tuvo que pasar por el Año de los Cuatro Emperadores. Durante este año, para más saber el 69 d. C., se sucedieron en el gobierno tres emperadores que cayeron practicamente al momento de ascender hasta que Vespasiano, finalmente, se consolidó en el poder. Los otros tres fueron Galba, Otón y Vitelio.Ahí queda eso.
¡Fue el tipo que mandó a construir uno de los monumentos favoritos de la Roma! ¡El Coliseo! Se empezó en su reinado, alrededor del 72 d.C., y se terminó cuando su hijo Tito estaba al mando.
Las últimas palabras de su vida componen la última razón, que recogió el curioso historiador Suetonio.
Como todos sabéis, a partir de nuestro querido Julio César se instauró la costumbre de divinizar a todos y cada uno de los dirigentes de Roma que le sucedieron.
Por eso, Vespasiano, que pasaba las duras temperaturas del verano en una villa cerca de Cotilia, soltó la siguiente frase en latín:
La frase significa en español algo así como "Ay, creo que me estoy convirtiendo en un dios." Pero eso no es todo, puede que lo más curioso fuera que la dijera precisamente en cuanto notó los achaques de la inflamación de hígado que le martirizaba, que se materializaban en diarrea...