Habrá sido la lluvia, el cambio de dirección del viento, ahora del norte, secado antes de llegar por la aridez de la meseta. Lo cierto es que hoy huele diferente: más fresco, limpio, descongestionante. Huele a vacaciones, huele a victoria. Y aun cuando estamos siendo objeto de un duro bombardeo a base de napalm, que arrasa con cualquier ser vivo o inerme, que todo lo abrasa en la explosión.
Los planteamientos del FMI y posteriormente del vicepresidente de la Comisión Europea y comisario de Economía, Olli Rehn, de reducir el sueldo de los españoles el 10 por ciento para crear empleo son napalm: hasta un niño vería que reducir aún más el poder adquisitivo hundiría el consumo interno y, con ello, ahondaría también la fosa del paro, donde yacen los sueños, en el cementerio del futuro. Por eso los niños quieren ser maestros, futbolistas, bailarines, actores, veterinarios… Cualquier cosa menos políticos.
El napalm es el síntoma. El origen de la enfermedad es la ignorancia, la falta de interés en el otro, el desconocimiento total y absoluto de la realidad que rodea a esos a los que pagamos por defender nuestros intereses, pero que en realidad alimentan y defienden otros muy distintos, antagónicos, abisales, invisibles sin gafas de visión nocturna. Pese a todo, pese al hedor que desprende el run-run de la miseria, hoy, aquí, ahora, huele a victoria, huele a vacaciones.