En los últimos tiempos hemos visto meter en la cárcel a titiriteros por presunta exaltación del terrorismo o pedir la misma pena de privación de libertad a una activista feminista por manifestarse en sujetador contra la existencia de una capilla religiosa en recinto universitario, mientras otros inculpados de rancio abolengo, condenados por corrupción y otros delitos fiscales, quedan en libertad y sin fianza hasta que resuelva otra instancia superior, por expreso deseo del Ministerio Fiscal, no de los abogados defensores, y a pesar de las penas condenatorias con años de cárcel. Los primeros no pertenecían a ninguna familia socialmente relevante, los segundos alardean de apellidos ilustres como políticos o aristócratas. Son ejemplos que trasladan a la ciudadanía la existencia de distintas varas de medir por parte de la Justicia, aunque en todos los casos se aplique la ley y se resuelva según jurisprudencia. Incluso es posible que para un entendido en tribunales existan razones legales y jurídicas para dictaminar con tales diferencias, pero la ciudadanía percibe una Justicia que se amolda a la relevancia política y social delencausado en vez de actuar con la imparcialidad que se presume de la máxima de que, ante la ley, todos somos iguales. Más bien parece que unos son más iguales que otros, dependiendo del apellido y del bufete de abogados que intervenga.
Siempre se ha dicho que la verdad judicial es distinta de la científica o de la percibida por la sociedad. La primera se basa en pruebas, la segunda en leyes físicas y la tercera en impresiones que calan en la opinión pública. Siempre han existido esas distintas verdades de los hechos, pero nunca han sido tan opuestas o contradictorias como en los últimos tiempos. Y esa divergencia entre la verdad percibida por los ciudadanos y la verdad judicial que se desprende de las sentencias hace creer en la existencia de distintos raseros a la hora de aplicar Justicia. Una Justicia que no sólo ha de ser imparcial, sino parecerlo y demostrarlo, sin importar la persona enjuiciada. Pero mientras se condene a un año de cárcel a quien roba una gallina, como sucedió en 2009con un joven de Madrid, y se absuelva a quienes participan del beneficio de la comisión de delitos millonarios (Ana Mato, infanta Cristina, etc.), el convencimiento de que hay distintas varas de medir en la Justiciaserá imposible de rebatir, por mucho que nos aseguren que disfrutamos de un Estado de Derecho con separación de poderes y una Justicia independiente, pero, al parecer, no ciega.