Dice la contraportada de Las variaciones Bradshaw de Rachel Cusk que su estructura “recuerda a las famosas variaciones Goldberg de Bach”. Francamente, se me escapa el símil. Lejos, muy lejos quedan ya las clases de piano de la infancia y tengo tan solo un vago recuerdo de dichas variaciones, salido, además, de Hannah y sus hermanas de Woody Allen. A lo que sí me ha recordado esta novela es a la narrativa de Virginia Woolf; a Las Olas, más en concreto, pues cada capítulo adopta el punto de vista de un miembro de la familia –sensu lato- Bradshaw, que interpreta pequeños episodios domésticos y cotidianos de un modo un tanto exaltado. Y como le ocurre con frecuencia a la narrativa de Woolf, también la prosa de Cusk se resiente aquí de cierto exceso de densidad y pretenciosidad, pese a la indudable elegancia del conjunto. Cusk sabe sobreponerse, de hecho, a la amenaza del melodrama televisivo casi al final de la pieza, sorteando el peligro con sobriedad y con humor. ¿Les había dicho ya que es inglesa?
Dice la contraportada de Las variaciones Bradshaw de Rachel Cusk que su estructura “recuerda a las famosas variaciones Goldberg de Bach”. Francamente, se me escapa el símil. Lejos, muy lejos quedan ya las clases de piano de la infancia y tengo tan solo un vago recuerdo de dichas variaciones, salido, además, de Hannah y sus hermanas de Woody Allen. A lo que sí me ha recordado esta novela es a la narrativa de Virginia Woolf; a Las Olas, más en concreto, pues cada capítulo adopta el punto de vista de un miembro de la familia –sensu lato- Bradshaw, que interpreta pequeños episodios domésticos y cotidianos de un modo un tanto exaltado. Y como le ocurre con frecuencia a la narrativa de Woolf, también la prosa de Cusk se resiente aquí de cierto exceso de densidad y pretenciosidad, pese a la indudable elegancia del conjunto. Cusk sabe sobreponerse, de hecho, a la amenaza del melodrama televisivo casi al final de la pieza, sorteando el peligro con sobriedad y con humor. ¿Les había dicho ya que es inglesa?