Siguiendo las evoluciones de mitos, agateadores y carboneros en el jardín Doña Concha Piquer
Javier Rico
De nuevo el descubrimiento de lo desconocido, pero cercano, al lado de casa, del trabajo, del cole, resultó el principal aliciente de nuestra última ruta. ¿Es posible llegar desde Lavapiés a Madrid Río sumergidos casi todo el trayecto entre parques, árboles y cantos y volar de aves? Sí, y esta misma inmersión en la biodiversidad urbana es factible en casi cualquier recorrido que nos planteemos desde la puerta de tu casa o centro escolar. De aquí a noviembre ya hay cinco coles e institutos y quince grupos de escolares que lo saben y se vendrán con Aver Aves a nuestros safaris urbanos.
Ya desde la misma placita de inicio de la ruta, entre la travesía de Cabestreros y la calle Embajadores, los carboneros garrapinos y los gorriones comunes auguraban que el día se iba a dar bien; que árboles, arbustos y praderas iban a ganarle la partida al asfalto y a dejarnos ver y oír a sus habitantes aladas. La siguiente parada, en el parque Casino de la Reina, lo confirmó.
Este parque, formado por los restos (en jardines y edificaciones) de lo que fue una inmensa hacienda real, es uno de los grandes desconocidos de la ciudad de Madrid. Es uno de los pulmones de la zona centro y, aparte de un pequeño huerto urbano ecológico muy frecuentado por mirlos, luce unos esplendorosos almeces que dan cobijo a las palomas torcaces.
Nuestra mascota, Cigu, encanta con sus historias a grandes y peques
Una de las cosas que más llama la atención de este parque es que está prácticamente “abrazado” por tres colegios (Santa María, Emilia Pardo Bazán y Legado Crespo) y por un instituto (Cervantes). Todo un privilegio, tener a un paso este recoleto vergel urbano en medio de la vorágine del tráfico de la capital.
El alumnado de estos centros podría seguir los mismos pasos que tomamos en nuestra última ruta para adentrarse aún más en la biodiversidad urbana, por ejemplo a través del parque del Gasómetro o jardines del Rastro. Ubicado en los terrenos de lo que fue una antigua fábrica de gas, algunos pinos intentan competir en altura, infructuosamente, con la chimenea que caracteriza este rincón. El bullicio de una mañana de sábado de pre-Rastro impidió que papamoscas, mirlos y petirrojos (habituales por aquí) se dejaran ver y oír.
En estos días los más jóvenes mirlos de este año rebuscan y rebuscan entre la hojarasca de los parques, incluidos los que recorrimos hasta Madrid Río
Entre bulevares ajardinados llegamos al siguiente punto de disfrute y observación, el jardín de Doña Concha Píquer, famosa cantante española inolvidable por su interpretación de clasicazos como Tatuaje. Unos acebos nos dan la bienvenida a un parquecito lleno de sorpresas, incluidos los mitos, agateadores, herrerillos y carboneros comunes y garrapinos que pululan arriba y abajo, sobre todo, de los pinos piñoneros.
Y nos quedaba el punto final de la ruta: Madrid Río. La entrada, también con mucho empaque histórico, por el puente de Toledo nos deparó sorpresas ornitológicas en cascada. Nada más llegar los setos que combinan vegetación mediterránea con aligustres y pitósporos nos dejaron apreciar el cantar y posar de currucas cabecinegras y mosquiteros comunes. Mientras, en lo alto de las farolas se exhibían las primeras gaviotas sombrías del otoño.
Observando el pizpireto ir y venir de las lavanderas blancas en Madrid Río
Entre las sensaciones de belleza (árbol del amor) y lecciones de paleobotánica (Ginkgo biloba) que ofrece la vegetación aledaña al río Manzanares llegamos a su lecho, advertido previamente por el resonante canto del ruiseñor bastardo. Una vez sobre él, los ánades azulones, las gallinetas comunes y las lavanderas blancas hacen posesión de sus dominios para deleite de quienes reparamos en sus andanzas.
Debido de la abigarrada y profusa urbanización que acompaña el recorrido realizado y, claro, propuesto, el número de centros escolares que le rodea supera de largo la decena. A los ya mencionados se añaden San Isidro, Tomás Bretón, Joaquín Costa, Juan de la Cierva, La Salle-La Paloma, Gran Capitán, Concepción Arenal, Perú.
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