Hoy vuelvo al País, leo la columna de Millás "Verdad palmaria" ¿por qué? porque las primeras palabras del artículo son las palabras "Los toros...". Dice, en el colmo de la originalidad, que los toros son tan bellos como tirar a una cabra de un campanario. Dice que son "tortura, maltrato y vilipendio". Dice que a los aficionados nos cuesta admitir la verdad palmaria de que los toros son algo cruel. Le recomendaría que leyese algo tan cercano, sólo un par de páginas, como la columna de su compañero dominical Javier Cercas. Su artículo del pasado fin de semana, "Ética de los toros", para que se diese cuenta de lo que dice no es cierto, no es verdad. Pero no, esta vez le voy a recomendar otro artículo. Uno de Félix de Azúa. Para que se de cuenta de qué es un fariseo...
"TAMBIÉN LOS FARISEOS COMEN MARISCO"
En un espléndido reportaje, David Foster Wallace describió los rituales del Festival de la Langosta de Maine, un festejo gastronómico en el que cada año se consumen cientos de toneladas de langosta, parejo a esas fiestas en las que los asistentes devoran montañas de caracoles. Todo muy jovial, familiar y tradicional.
Luego procede a explicar cómo se cuecen las langostas y por qué hay que hervirlas vivas si queremos mantener su sabor, el silbido que producen al agonizar así como cuánto tardan en morir. También expone de modo escueto el sistema nervioso de los crustáceos para disipar dudas sobre su capacidad para sentir dolor y otros datos que permiten deducir las ingentes cantidades de dolor que causamos cada vez que nos comemos un filete de ternera, una lubina al hinojo o un conejo a la mostaza. Se puede leer en español: "Hablemos de langostas" (Debolsillo).
Es cierto que los humanos infligimos terribles torturas a los animales, incluso cuando los amamos. Es cierto también que el toro sufre en la plaza. Sin embargo, el argumento del dolor no basta para sostener moralmente una prohibición como la que quizás haya tenido ya lugar en Cataluña. Escribo esta columna antes de que se haya votado, de modo que su contenido no responda al resultado. Adivino que se impondrá la prohibición porque no he visto ideólogos con mayor talento para hacerse enemigos que la casta política catalana. Allí en donde pueden prohibir, prohíben, donde pueden imponer, imponen, donde pueden obligar, obligan. Es un gobierno que no estima la decisión personal, la moral propia, la responsabilidad individual. Sólo le gusta lo gregario y lo obligatorio.
Sea cual haya sido el resultado, no creo que la prohibición obedezca a la compasión, a la bondad, a la piedad. Creo que se debe a razones ideológicas que distinguen al toro en lugar de la langosta o el cabrito por motivos de oscura irracionalidad. Estos mismos represores, obligados a una legislación real sobre maltrato animal, (circos, festejos de pueblo, estabulación, transporte), serían inmensamente crueles.