Las Visitas (vida social de nuestros hijos de 2 a 3 años)

Por Mundoyosoy @mundoyosoy
Ocurre con frecuencia que un niño cuya conducta en casa y en su entorno habitual es tranquila, cariñosa y sociable, al recibir la visita de un desconocido para él, y, sobre todo, al ir de visita a lugares no habituales, se comporte de forma retraída y tímida, cuando no pesada e irascible. Los padres, azorados, se esfuerzan por explicarle al huésped o anfitrión, según el caso, lo bueno y simpático que es su hijo, pero cada vez que el desconocido se acerca al niño éste emprende la huida, se refugia entre las piernas de mamá o empieza a llorar.

¿Porqué se empeña en hacernos quedar mal?
Son varias las razones que explican este u otros comportamientos similares. Por una parte, los niños de esta edad son poco amantes de aceptar cambios en su vida habitual. Además, la llegada de un desconocido es vivida como una interferencia entre él y sus padres; hay muchos niños que sienten una desconfianza innata hacia las personas extrañas. Si son ellos los que se trasladan, habrá que añadir a todo ello la extrañeza de un entorno que no les es familiar, y que les produce, consecuentemente, una sensación de inseguridad. Por otra parte, es bastante corriente que aquel "intruso" se empeñe en quererle abrazar, besuquear y acariciar. Si a ellos añadimos que muchos padres, ante la reacción del niño, adoptan una actitud de recriminación hacia su conducta, o le piden una y otra vez que le dé un besito o repita alguna gracia ante el desconocido, se obtendrá como resultado un mayor retraimiento o la manifiesta animadversión del niño hacia éste.
Puede ocurrir también lo contrario: el niño que ante una visita o en casa de alguien no hace más que alborotar, lloriquear o interrumpir cada medio minuto la charla. Esta reacción no suele ser más que un modo de llamar la atención. Con su actitud, el pequeño quiere recuperar para sí el protagonismo perdido ante las personas que en aquel momento acaparan la atención de sus padres.
¿Cómo obtener buenos resultados?
No se ha de pensar que el pequeño es un maleducado o un antisocial, sino que necesita un cierto tiempo para adaptarse a aquella persona o aquel lugar. Hay que acostumbrarle a este tipo de situaciones y darle tiempo a que se acostumbre a ellas. Por ejemplo, se le puede explicar con anticipación que tal o cual persona va a venir para charlar un rato y que, si lo desea, puede quedarse y jugar tanto como le apetezca. Si se le prepara algún juguete con qué distraerse y no se le está continuamente encima, es muy probable que al poco tiempo esté jugando con tranquilidad y sin problemas. Si, por el contrario, el niño da batallas y está interrumpiendo la reunión cada dos por tres, debe respondérsele sin irritación pero con un tono de voz firme, que le dé a entender que no está comportándose como es debido.

Por otra parte, si se está de visita en una casa ajena, los padres deben estar pendientes de que su hijo no haga nada que pueda molestar a los anfitriones, deben ponerse en el lugar de éstos y pensar, por un lado, que algunas conductas del niño que ellos tolerarían en su casa a aquéllos les puede desagradar, y,  por otro lado, que el comportamiento que de ningún modo aceptarían en su casa tampoco debe ser reproducido por el niño en una casa ajena.
En definitiva, hay que ir enseñando al pequeño a aceptar y respetar a los demás al tiempo que se le inicia en las pautas de comportamiento social, sin olvidar que es un niño y que, por tanto, tiene unas necesidades (de juego, de atención) que los padres no pueden soslayar por el hecho de estar con otras personas.