Aunque no te preocupes si no te encuentras en alguna de estas dos comunidades porque también las puedes seguir viendo en Cantabria (anjanas), Euskadi (lamias), Cataluña (mujeres del agua) y ‘moras’ en el resto de España.Las xanas son descendientes de la diosa Diana, una mujer cazadora que recorría los bosques junto a su arco según nos cuenta la mitología.
Desde los tiempos más antiguos estas hadas del agua son seres que aman la naturaleza. No son personas normales y siempre están relacionadas con mundos que van más allá de nuestra realidad. No viven en un tiempo concreto de la Historia pero si en un lugar determinado.
Y en un mundo en el que el miedo y la soledad se adueñan del hombre, las xanas vienen a rescatarnos con su bondad y compañía para que seas capaz de diferenciar el bien y el mal. Fantasías muy necesarias para nuestra salud mental y en las que necesitamos creer.
¡Ay las xanas! Espíritus de la naturaleza, hadas del agua. Mito de la bondad que regala valiosos tesoros a aquél que demuestra su valor o fuerza de voluntad.
Aunque bondadosas para algunos, pueden ser implacables para otros que se acobarden en el último momento y no las libere. Les gusta sentarse al lado de un río durante las noches de primavera y verano y cantar dulces melodías.
¡Ay de aquél que se deje llevar por su canto embaucador! Recibirá un ovillo de oro si la libera; sanará, si se encuentra enfermo o se casará si está enamorado.
En algunas zonas de Asturias a los hijos de las xanas se les llama xanines. Como son mujeres que no pueden dar de mamar llevan a sus recién nacidos a las aldeas cercanas y los cambian por los bebés de las campesinas. Así, intentan que éstas los alimenten. Aunque… como ya nacen con dientes, las madres enseguida se dan cuenta del engaño y los devuelven a las xanas.
Dicen que en una cueva de Castiellu (Asturias) vivía una xana que había sido encantada por sus propios padres. Sus progenitores habían acordado que solo podía ser desencantada si encontraba a un hombre valiente que la bajara en brazos desde la cueva hasta la misma playa del Aguilar. No debía detenerse en el camino ni dejarla en el suelo. A cambio, ella le entregaría todas las riquezas que guardaba.
Un día, estando sentada en la entrada de la cueva, apareció un campesino que preguntó quién era y qué estaba haciendo. La xana le contó todo y le pidió que la llevara durante tan largo trayecto hasta la playa. El muchacho la cogió en brazos dispuesto a no parar ni un momento hasta llegar a la orilla. De pronto se desató una terrible tormenta. Cada vez que tronaba, la xana se hacía el doble de pesada. Cuando quedaban pocos metros para llegar, el más aterrador de todos los estruendos asustó de tal forma al caballero que la soltó. La xana tuvo que regresar a la cueva y el hombre se quedó sin su premio.
En un valle de Léon brotaba un manantial de agua pura y fresca. Aquí vivía una xana a la que le encantaba cepillar sus largos cabellos al lado del agua con su peine de oro. Un día, pasó por el camino un pastor que no pudo quitar la mirada del reluciente peine. La muchacha, que quería ser desencantada, preguntó al hombre si la prefería a ella o al objeto dorado. El pastor, sin pensarlo en ningún momento, contestó que quería ese peine tan valioso. Y la muchacha recogió sus cosas y se internó en la cueva sin contestarle. Cuando el hombre regresó con su rebaño pudo ver espantado que los lobos habían matado a la mitad de sus ovejas.
En otra fuente de Asturias ocurrió lo contrario. Una muchacha de alegre canto se encontraba peinando su cabello dorado al sol. Atraído por la dulce melodía, un muchacho atravesó el bosque hasta que encontró al hada al lado de la fuente. Y la muchacha le preguntó si prefería el peine de oro o la quería a ella. Como el caballero no dudó en ningún momento y la escogió a ella, la xana pudo ser desencantada para irse con él y con todos los tesoros que protegía en su cueva.
Cumplido el año, el hombre al recuperar el pan para llevarlo a la xana, vio lo que había ocurrido. Muy enfadado increpó a la mujer y corrió a sumergir el alimento dentro de la fuente. Y de allí, milagrosamente, junto a un gran remolino de agua que brillaba al sol, surgió un bellísimo caballo blanco. Pero… al esbelto animal le faltaba una pata: la que la mujer se había comido. Sabiendo que su esposa había sido la culpable de la desgracia del animal, se alejó junto a él de su hogar para no regresar jamás.
Cuentan que, durante una terrible tormenta en uno de los bosques de Cantabria, un campesino fue sorprendido volviendo a su aldea. Cuando la noche hizo desaparecer todos los caminos, el hombre encontró una cueva en la que se refugió. Sorprendentemente, en su interior cálido se encontraba una anjana con una rueca de madera hilando bellísimos ovillos dorados.
Cuentan que en Cantabria hubo un leñador que mantuvo relaciones amorosas con una muchacha y que después de haberla dejado embarazada la abandonó por otra joven con la que se pensaba casar.Un día, el leñador estaba cortando un árbol. De pronto, escuchó unos terribles lamentos del interior del tronco que le pedían que parara de producirle dolor con su hacha. Y es que en su interior vivía una doncella encantada que era quien le habló.
El leñador pasó la rama de avellano por el agua del río y comenzó a buscar aquella flor por todas las cuevas que veía. Pero no la encontraba. Pasaron días y noches y al leñador comenzó a crecerle la barba y el pelo. Tuvo que alimentarse de los frutos del bosque mientras sus ropas comenzaban a romperse.
No dejó de buscarla hasta que un día la encontró en una cueva muy escondida entre la vegetación. La cortó con sumo cuidado para llevarla al árbol que había cerca de su aldea. Pero cuando llegó todo estaba muy cambiado. Nadie le reconoció. Y además, los habitantes se asustaron mucho cuando le vieron aparecer con un largo cabello y barba y unas ropas sucias y rotas.
Acudió a su hogar pero su familia ya no vivía allí. Se asustó mucho y comenzó a correr hacia el bosque de nuevo. Cuando cruzaba la última calle, de pronto, una mujer con rostro marcado por las arrugas pero con una delicada sonrisa lo detuvo. El leñador perdió el conocimiento y cayó al suelo.
La buena mujer se lo llevó como pudo a su casa y durante días lo estuvo cuidando. Le quitó las ropas para curar las heridas y asearlo. Le cortó la larga barba y los enredados cabellos. Y le alimentó.
Cuando el leñador despertó reconoció a aquella mujer. Quien tenía a su lado y le había estado cuidando era aquella muchacha a la que había abandonado por otra mujer y que se había convertido en la anjana que vivía dentro del árbol.
Dicen que el leñador devolvió la flor y vivió muy feliz junto a la anciana y el hijo de ambos.