Ovejas, metralletas, performances en la frontera entre el situacionismo y el delirio, proclamas anticonsumistas, ácidos y stadium house: en 1991, el mainstream era esto. No, en serio, no es por ponerme a dar la murga en plan “cualquier tiempo pasado fue mejor”, pero es que cuando The KLF irrumpieron como un rinoceronte en la escena musical internacional, lo hicieron, no sólo desde los atronadores altavoces que por arte de magia congregaban multitudes en recónditos descampados (somewhere in a field in Hampshire), sino también desde las emisoras más comerciales. Y ahí estaba yo, a mis quince años: demasiado joven para imaginar las connotaciones lisérgicas que ocultaba el simpático smiley que me sonreía desde chapas y camisetas flúor, demasiado inocente para imaginar siquiera la escala de aquel nuevo verano del amor. Un chico de provincias pegado a una radio, con un gusto musical más que deficiente (que todavía colea), y cuya única exposición a la escena electrónica provenía de las páginas de sucesos del periódico, donde se amontonaban los muertos en algo llamado la ruta del bakalao. De modo que pasó lo que tenía que pasar, claro: The KLF aterrizó en los Cuarenta Principales (o lo que fuera que escuchase yo por aquella época) y mi joven cerebro enloqueció.
El impacto fue brutal. Me recuerdo perfectamente, viendo en la televisión una y otra vez el vídeo aquel del trenecito, sintiendo una excitación inédita cada vez que esa música que parecía llegada del futuro sacudía mis tímpanos y se agarraba a mi pulso. Sentía una terrible fascinación por todo aquello, y aunque no alcanzaba a entender qué significaba, sí sabía que ESA era la música que yo quería bailar. En aquellos años pre-internet no resultaba tan sencillo como ahora, que apenas tecleas esas tres letras (recordemos:un acrónimo de Kopyright Liberation Front) en el buscador, y se despliegan ante tí páginas y páginas de gente a la que muy probablemente la música de Drummond y Cauty afectó de la misma forma que a tí; de modo que, estando aquello de las raves tan lejos de mi alcance, no me quedaba otra que esperar a que el sumario del programa de videoclips de turno anunciara la ansiada emisión, y contar los minutos que restaban hasta que aquella enloquecida maquinaria de beats volviera a sacudirte con su descarga eléctrica.
El tema pertenecía a “The White Room” (curiosamente, parece que en un principio iba a llamarse “The Black Room”, o que aquel iba a ser al menos el título de una supuesta continuación, más oscura), publicado en ese 1991 por KLF Communications, el propio sello del grupo. En aquel disco se escuchaban sonidos que mis oídos, poco entrenados en las lides ácidas, recibían con la misma excitación con la que (imagino) quince años atrás habrían recibido a la escena punk, de haber nacido antes. Y que me perdonen los lectores más punkarras, que sé que los hay -y algunos de ellos incluso con blogs mucho mejores que este-, pero la referencia no es gratuita, y de algún modo, pese a las diferencias de estilo, son muchos los puntos de tangencia: el mensaje destructivo de los primeros era sustituido por un hondo hedonismo, y si bien no parecía claro que hubiera un futuro para los jóvenes británicos de los últimos ochenta, al menos quedaba claro que tenían intención de pasarlo bien hasta que aquel llegara. Frente a la desilusión de aquellos que vociferaban (y se meaban, y…) contra el sistema (los mismos a los que, nacidos en los 60, prácticamente se les había prometido mochilas voladoras, ni más ni menos), la juventud de la mandíbula desencajada se entregaba a la feliz comunión ácida que, por unas horas (las que duraba el cuelgue) les ofrecía una segunda revolución hippie. Frente al DIY propugnado por los del no-future, el -ya comentado en la entrada anterior- How to Have a Number One the Easy Way. Quizá no era un golpe en las costillas, pero algo sí había en esa música nueva de desobediencia contras las normas, de señal de alarma, de cambio de reglas: algo que fue aceptado inmediatemente por una cultura recién nacida.
No sólo existe una evolución en el mensaje: en lo sonoro, las pistas contenidas en este disco van mucho más allá de la delirante (y bastante mala, lo miremos por donde lo miremos) “Doctorin’ The Tardis“: la batidora sónica de The KLF había afilado sus cuchillas desde aquellos primeros ejercicios de sampleado, y muy probablemente “Last Train To Trancentral” sea el mejor ejemplo de ello. Los beats se aceleran y nos conducen a través de la excitación (Do U Want a Ride?) a las puertas del trance, las lucesestroboscópicas nos ciegan, la entrega a la ceremonia colectiva es absoluta.
Vamos con el tema, por tanto: existen innumerables versiones y remezclas del mismo, pero quizás las dos más significativas sean las que siguen. En primer lugar, está la versión recogida en el álbum, sobre los cinco minutos y medio. Sin embargo, esta versión “oficial” se vio pronto superada en difusión por la denominada “Last Train Central (Live From the Lost Continent)“, algo más corta pero desde luego mucho más eficaz en la pegada: con ella se cerraría la famosa trilogía de temas que convirtió a The KLF en leyenda, y del mismo modo con ella terminamos nuestro breve repaso a una historia que daría para mucho más que estas tres entradas, y que de hecho puede completarse como he dicho con múltiples lecturas por la red. Emulando al célebre aviso con el que desde la megafonía trataban de vaciar los auditorios en los conciertos de Elvis Presley, llegó el momento de despedir a los divertidísimos Drummond y Caulty de modo análogo al que ellos emplearon para dar carpetazo a su exitosa y delirante historia: “Ladies and gentlemen, The KLF has now left the building“… A menos, claro está, que no sean ellos los que andan detrás de ese proyecto aparecido recientemente bajo el nombre de The FLK … vacas, disfraces, electrónica, provocación… se admiten apuestas. Conjeturas aparte, vamos a quedarnos con lo que de verdad importa: un poco más abajo teneís el botón que (en el fondo, ni siquiera era necesario esperar a los 300 posts) da sentido a tanto entusiasmo:
y aquí, la versión más conocida (y mejor) del tema.
Publicado en: Greatest HitsEtiquetado: 1991, KLF Communications, Stadium House, The KLF, The White Room, TranceEnlace permanenteDeja un comentario