Director: John Duigan
La tercera temporada de "Twin Peaks" tiene escenas muy raras, y no me refiero a aquellas en donde Cooper flota en el espacio y sus dobles son descabezados en el Salón Rojo, sino a momentos muy específicos que resultan tan pero tan, tan... inexplicables (¡ésa es la palabra!), como esa escena en donde Ben y Jerry Horne tienen una extraña e intrascendente conversación, o, más aún, cuando entra en escena Michael Cera, que interpreta al hijo de Andy y Lucy, para presentar sus respetos al sheriff Truman (no el sheriff Truman que vimos en las dos temporadas previas). En cualquier caso, me está encantando lo que estoy viendo: es una serie tan única e inclasificable que es imposible resistirse, además es tan misteriosa y seductora. ¡Y cómo la estoy gozando con las desventuras del amnésico Dale Cooper y su nueva vida moderna! Llevo cinco episodios ya; quizás no me demore un mes y medio en ver los trece restantes.
Dios, pero qué horror vivir en estos relucientes vecindarios que parecen maquetas recién hechas, con casas que aún habitadas no se quitan la estampa de "casa piloto" y comunidades tan falsas e hipócritas que llegan a dar ganas de vomitar. Me recuerda a "Safe" (segunda película de Todd Haynes), al menos en su mitad buena, prácticamente horror psicológico pero también existencial y social, en donde una magnífica y aterradora Julianne Moore interpreta a una ama de casa asfixiada y sometida por vacío de las apariencias, de las relaciones y de los afectos. "Lawn Dogs" no se trata necesariamente de ello, o al menos su tratamiento no apunta por lo psicológico ni tampoco mucho por lo atmosférico. "Lawn Dogs" nos cuenta la turbulenta amistad que surge entre un jardinero que vive en un remolque en mitad del bosque y una peculiar niña que vive en un artificioso y superficial vecindario de clase alta, que es a donde va el jardinero a trabajar, haciendo que el césped siempre se vea corto y reluciente, que los árboles y arbustos no se excedan con sus follajes, manteniendo el paisaje uniforme e impersonal, pero con clase y, paradójicamente, distinción. Lo turbulento de la amistad se produce, desde luego, gracias a la doble moral de los vecinos del vecindario, muy espantados por la presencia del jardinero (un mal necesario, después de todo, ¿quién más haría ese trabajo de segunda mano?) pero bastante tranquilos con toda la mierda que hacen puertas adentro. Y, si bien el relato no exagera este apartado de manera tendenciosa, es inevitable sentirse asqueado con esta comunidad tóxica y rancia, clasista y machista y xenófoba, en donde los residentes son capaces de hacer la vista gorda e ignorar indicios, por ejemplo, de abuso infantil, si es que el abusador es hijo de un banquero o algo así. Realmente repugnante. En todo caso, no es ésta la típica película gris y "realista" sobre el pobre y el rico; está la crítica, la sustancia es innegable, pero la gracia de esta historia, lo bonito que tiene es ese toque mágico y fantástico proveniente de la imaginativa mirada de la niña, la protagonista interpretada por Mischa Barton, obsesionada con la historia de Baba Yaga, leitmotiv que sirve para dotar a este conflicto de su propia y particular identidad y sensibilidad, articulando la crítica social, de manera diáfana, desde una perspectiva y ejecución fabulísticas. Y como tal, más que la crítica a este monstruo sociocultural que siempre amenaza con devorar cualquier rasgo de personalidad propia y desafiante, su valor reside en el honesto retrato humano (honesto pues también captura los defectos, las grietas, las cicatrices) que elabora, ya sea de las personas o de los lugares, lugares aquellos, a diferencia de estas casas-maquetas a gran escala habitadas por soldados de plástico, llenos de vida, de recuerdos e historias...
Una película pequeña pero de inmenso corazón y honestidad, en donde lo que más emociona es la bonita amistad que surge entre el tosco jardinero (interpretado por Sam Rockwell, actor que parece que no envejece... y si lo hace, el tipo está como quiere, ¿eh?) y la singular chiquilla cuya mirada ve más allá de las apariencias y cuya imaginación viaja millones de kilómetros más allá de lo que siempre se le ha dicho.