Lazos rotos

Publicado el 26 marzo 2013 por Abel Ros

Los sindicatos se han convertido en un diálogo de sordos en el contexto de la nada


as mayorías absolutas deberían estar prohibidas en los tiempos democráticos. El diálogo social – decía Jerónimo a sus alumnos del doctorado – se ha perdido desde los tiempos aznarianos. Fue precisamente en la primera legislatura de José María, cuando las aguas turbulentas del sindicalismo felipista volvieron a sus cauces, después de una década de huracanes y ciclones. La bonanza económica de finales de los noventa y la unificación de la acción sindical,  sirvieron al líder de la derecha para obtener su primer error en su periplo por la tribuna. La mayoría de Aznar rompió de un plumazo los logros alcanzados en sus cuatro años anteriores de mandato. El "decretazo" puso los nubarrones a las flores primaverales del año de los patos.

Hoy, once años más tarde de aquel fatídico desenlace, el entendimiento entre Rajoy y los sindicatos se ha convertido en un diálogo de sordos en el contexto de la nada. Con dos huelgas generales en la vitrina de Báñez, el discípulo de José María no ha movido ni un punto ni una coma al pastel cocinado en los fogones de Rosell. Estos hechos recogidos de los contenedores presentes pone en evidencia la crisis de liderazgo social entre los sindicatos del ayer y los del ahora. Mientras en el año 1988, la huelga general consiguió poner la marcha atrás a las intenciones de González, hoy las manifestaciones laborales se han convertido en agua de borrajas para las corbatas de Génova. Desde la crítica intelectual nos preguntamos: ¿qué está pasando para qué los sindicatos hayan perdido tanto fuelle en sus pulsos ejecutivos?

La pérdida de su alma reformista – en palabras de Jerónimo – ha sido el principal escollo que ha debilitado los diálogos aznarianos. En días como hoy, los sindicatos se han convertido en fuerzas de bloqueo a las puertas del Ejecutivo. No existe como en los tiempos de Suárez unos agentes sociales en sintonía con el brazo ideológico de los elegidos. El divorcio entre sindicatos y partidos pone sobre la mesa, el éxodo de afiliados de las salas sindicales y su desafección con los atriles ejecutivos. En los tiempos felipistas – antes de la huelga general – había lazos emergentes entre los puños de la rosa y las manos cruzadas de UGT. Lazos forjados desde el Congreso de Suresnes cuando en la clandestinidad se vislumbraban en el fondo de los rincones a los futuros gobernantes del futuro democrático. En aquellos tiempos – exclamaba el catedrático, mientras miraba a sus doctorandos – CCOO mandaba más en las filas de Carrillo que Llamazares hoy, en la casa de Cayo.

¿Qué está pasando para que los sindicatos hayan perdido tanto fuelle en sus pulsos ejecutivos?

Las mayorías absolutas – tanto de Aznar como de su discípulo – han roto el diálogo que existió en la España de los noventa. Es precisamente este ácido del poder absoluto – legítimo, faltaría más –  sobre el cuerpo de la democracia, el que ha erosionado la influencia social de los sindicatos olvidados. Para retomar las riendas del liderazgo perdido, no basta con una unidad de la acción  al estilo de antaño sino un frente común de la izquierda que les frene los caballos a los jinetes de la Derecha. Mientras la Patronal sigue fiel al bastión neoliberal, los sindicatos han roto el matrimonio que les unía con los partidos de la izquierda. Lo han roto, entre múltiples motivos, por el bofetón que Zapatero les dio a las puertas del encuentro. Jarra fría.

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