Hoy Proust no mojaría una magdalena en el té, sino un cupcake, lo cual, tengo que decirlo, me resulta estremecedor. Por suerte, Kaplan siempre prefirió las tartas, más grandes y sabrosas, como catalizador del recuerdo. Ocho años ya, tiempo aprovechado.
Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior.
Hoy Proust no mojaría una magdalena en el té, sino un cupcake, lo cual, tengo que decirlo, me resulta estremecedor. Por suerte, Kaplan siempre prefirió las tartas, más grandes y sabrosas, como catalizador del recuerdo. Ocho años ya, tiempo aprovechado.
Hoy Proust no mojaría una magdalena en el té, sino un cupcake, lo cual, tengo que decirlo, me resulta estremecedor. Por suerte, Kaplan siempre prefirió las tartas, más grandes y sabrosas, como catalizador del recuerdo. Ocho años ya, tiempo aprovechado.