“Sabes que soy un borracho y yo sé que eres una prostituta. Quiero que sepas que soy una persona a la que eso no le disgusta, lo cual no significa en modo alguno indiferencia, no es eso, es que confío en ti y te acepto como eres.”
Encontrar a una persona a la que querer y que te quiera, a la que necesites y que te necesite, que te acepte como eres. Posiblemente uno de los elementos fundamentales para conseguir atrapar esa escurridiza palabra llamada felicidad.
Y ellos dos lo tienen, se tienen el uno al otro, se quieren, se necesitan y se aceptan, sin intentar cambiar al otro. Pero… Siempre hay un pero en eso de la felicidad. Las cosas nunca son tan fáciles como pronunciar unas palabras en las que se cree cuando se dicen pero que las circunstancias acaban volviendo en nuestra contra.
Y en los breves momentos de lucidez dentro del delirio permanente en el que ha convertido su vida la imagen de ella con otro despertará esa mente aturdida por el alcohol de su letargo para golpear duro en el mismo lugar donde otros golpes antes ya habían dejado su huella, y sentirá un dolor demasiado parecido a aquel otro dolor que le persigue y le llevó a convertir sus recuerdos en cenizas y a emprender un viaje sin retorno a Las Vegas.
Y ella le hará un regalo que sólo un amor incondicional podría hacerle, pero descubrirá que en el amor el sufrimiento del otro duele más que el propio sufrimiento. Y su extraordinaria fortaleza, esa que la ha llevado a no dejarse vencer a pesar de humillaciones y vejaciones de quienes creen que pagar por un cuerpo es comprar su dignidad, se quebrará como aquella mesa de cristal cuyos pedazos la devolvieron a la realidad despertándola de la ilusión de un sueño. Y comprenderá que no es posible asistir como impasible espectadora a la autodestrucción agónica y degradante de la persona a la que se ama, y deseará que no beba, y en su intento inútil por ayudarle descubrirá que ni siquiera el amor sirve para salvar a alguien que no quiere ser salvado….
El problema no es que ella sea prostituta, ni que él sea un borracho. El problema no es que en esta ocasión el amor no basta. El problema es la vida, que a veces es muy puta, y cruzó sus caminos demasiado tarde, cuando él ya había decidido ir a morir a Las Vegas…
Basada en la novela autobiográfica de John O’Brien, “Leaving Las Vegas” es de esas películas que te hacen sentir un pellizco en el estómago y te dejan con el regusto amargo de haber asistido a una historia de amor que en realidad nunca tuvo opción de serlo, a una oportunidad de felicidad perdida…
John O’Brien nunca vio la película, se suicidó en Abril de 1994.
Sugerente, envolvente, enternecedora, conmovedora, por momentos agridulce, mención especial para la magnífica banda sonora.