Nunca he entendido muy bien la estrategia de merchandisin que intenta incentivar el consumo de un producto rebajando su precio unos céntimos. El kilo de naranjas a 0,49; la leche desnatada, a 0,95... Lo cierto es que los decimales me molestan. Prefiero el redondeo, los números enteros, sin flecos. Es cuestión de honestidad. El repunte de precios se me antoja una treta poco discreta; se aprecia sin pudor la manipulación que esconde. Por analogía: cuando uno va al cine, lo mínimo que espera es que el micrófono no se cuele en un plano. La verosimilitud lo es todo para el espectador. De lo contrario, se siente estafado.
Así me siento cuando políticos y medios añaden decimales a la lista de parados. 4,9 millones, dicen. Las cifras huyen de la numeración precisa, evitan tanto el redondeo al alza como los números de largo perímetro. No sea que el pueblo soberano empiece a pensar que la cosa pinta mal. Mejor vender esperanza, rebajas de verano en primavera. No sabemos bien si pensando en su propio ombligo electoral o para que el estatus cuo parezca menos malo. A 5 millones no llegamos, no se preocupen; aún nos quedan 80.800 ciudadanos para redondear. Virgencita, que quede como estoy.
Pero si lo miramos de cerca, cifrar el número de parados en 4.910.200 insulta a las decenas de personas que de seguro se suman hoy mismo a las centenas, y 4,9 simplifica y cosifica el drama diario de quienes ven cómo se esfuman sus esperanzas de vivir siquiera con aprieto. La aplicación de las matemáticas a las ciencias sociales es la herramienta política más recurrente del mundo moderno. El recurso a los datos como arma seudocientífica. Quizá los políticos se aprovechen del hecho de que España se sitúe en el puesto mundial 34 de competencias matemáticas, 10 puntos por debajo de la media europea. Quizá piensen que como eso de los números nunca fue lo nuestro, al ciudadano le dará igual 3 que 4. Pero como dijo aquél: yo no soy tonto. Así que dejen de comportarse como si lo fuésemos.
Ramón Besonías Román