Citar en primer lugar los músicos del "ensemble" boloñés: el continuo formado por el propio Ferri al cello y dirección, Stefano Rocco a la tiorba, Giovanni Valgimigli al contrabajo (violone) y Daniele Proni doblando clave y órgano positivo, más el dúo de violines Lorenzo Colitto y Luca Giardini, y esporádicamente la viola de Gianni Maraldi.
En sexteto abrieron estos instrumentistas un concierto italiano con La Cattarina de Merula (de las Canzoni overo sonate concertate per chiesa e camera, op. XII, Venecia, 1637), destacando en la primera toma de contacto el perfecto empaste y entendimiento entre los violines.
El prólogo de L'Orfeo de Monteverdi (publicado en Mantua en 1607) era la carta de presentación en Oviedo de la soprano ferraresa Antonacci, de riguroso negro y mantón delicado, Del mío Permesso amato a voi ne vegno con voz plena, clara, de dicción perfecta para una interpretación totalmente creíble acompañada por el septeto al completo. Mejor Barbara Strozzi y Lagrime mie, a che vi trattenete (de Diporti di Euterpe, op. VII, Venecia, 1659) comenzando sola con el continuo mostrando un grave poderoso aunque algo oscuro frente al agudo más metálico (versatilidad que le permite afrontar papeles de mezzo). Partitura de endiablada afinación y dramatismo, fue centrando unos textos bien alternados con los solos de cello y tiorba, melodía de clara inspiración popular que Antonacci marcó con un timbre más natural.
Tras el esfuerzo vocal el Passacalio à 3 et à 4 (de Sonate da chiesa e da camera, op. XXII, Venecia, 1655) de Biagio Marini, septeto alternando órgano o clave de tiempo lento y mandando el primer violín, respirando el mismo aire veneciano con Monteverdi del que la soprano cantaría el lamento de Ottavia Disprezzata regina (de "La Coronación di Poppea", Venecia 1642) que resultó sólo con el continuo una auténtica lección interpretativa, imaginándomela en la ópera ovetense (donde su compatriota la mezzo Anna Bonitatibus también cantó y participó en este ciclo de cámara): todo el dolor del texto hecho voz subrayada por el acompañamiento casi desnudo para realzar aún más el drama en el que la soprano ya estaba sumergida y contagiada.
Pero llegó la alegría del carnaval veneciano con el Aria quinta sopra la Bergamasca (de Sonate, arie et correnti, op. III, Venecia, 1642) de Marco Uccellini, con un sexteto donde el clave punteaba y la tiorba rasgueaba emulando una guitarra que no había, posteriores "pizzicatti" en violonchelo y contrabajo aumentando un colorido instrumental del más puro estilo barroco.
La primera parte fue literalmente de locura a cargo de "La Antonacci" con Pietro Antonio Giramo y su Pazzia venuta da Napoli: La pazza, sin mantón para interpretar en todo el sentido de la palabra una verdadera delicia napolitana, similar a nuestros andaluces, una loca genial nunca sobreactuada pero dramatizada de pies a cabeza: cantando, riendo, acelerando el trabalenguas y el breve remanso siguiente, entendible el texto gracias a su actitud, actriz y cantante sin descanso para incluso entre dientes jugar con todo el color y acento del sur italiano, "loca de lengua infiel" como pequeña representación con los "académicos" formando parte de la misma.
Sin dejar del todo atrás "La Serenissima" el viaje musical continuaría por Módena pero también Bolonia, patria chica de estos músicos y con lamentos que aparecerían en óperas, cantatas y arias de todo tipo desde el norte hasta el sur, como bien aparece recogido en las notas al programa.
Se sumaba la viola para escuchar Sì, spegni i lumi, o cielo... Sì sì, apritevi per piangere (de "Abramo vincitor de propri affetti Bolonia", 1683) de Perti, otro descubrimiento que la soprano de Ferrara dibujó sin escatimar recursos, un recitativo con continuo y la consiguiente aria llena de matices y buen hacer.
Monteverdi es la referencia vocal, solista o coral, especialmente por sus madrigales que resultan microrrelatos u óperas de concierto, y el protagonista por cantidad y calidad de este recital barroco, exigente vocal y teatralmente, con el septeto al completo y la soprano sin mantón como escenificando la desnudez de su personaje, apareciendo en escena mientras los músicos comenzaban el Combattimento di Tancredi e Clorinda (de "Madrigali guerrieri et amorosi", Venecia 1624/38). Recitativo donde la música complementa y enriquece el texto, pequeña gran joya de acompañamiento instrumental para una melodía enorme en emoción, intervenciones de tiorba y órgano vistiendo la voz de Antonacci, cambiante en afectos y efectos con esos contrastes tutti-solo y forte-piano sin olvidar los silencios dramatizando los "intertextos", cantados con agilidades de vértigo, siempre redondas y nada punzantes o hirientes pese a toda la violencia contenida, antes del rápido trabalenguas gestionado con total seguridad. Impresionante igualmente la gestualidad escénica que ayudó a entender todo lo cantado para una auténtica lección de música.
La propina de Händel y su conocidísimo Lascia ch'io pianga (de "Rinaldo") remató una velada de perfecto equilibrio entre una excelente Anna Caterina Antonacci convincente y artista de principio a fin, recreando cada intervención incluyendo el regalo final, cómoda en este repertorio y acompañada por una formación instrumental a su servicio, que entiende e interpreta el barroco italiano con calidad y rigor, con efectismos justos y nada exagerados, bien llevados desde el cello de Ferri "compartiendo" dirección con Colitto aunque todos desde la discreción que no impide hacer grandes interpretaciones de unas partituras desiguales.