Dos debates, a cual más absurdo, han copado el día a día del fútbol español en los últimos años. Aunque ambos se hallan estrechamente relacionados entre sí, no se puede hablar de un único sujeto de discusión; y como siempre, los dos limitan tristemente la realidad del fútbol español a Real Madrid y Barcelona. El primero trata sobre si los arbitrajes, a favor o en contra de Madrid y Barça, se deben a una conspiración de los más altos estamentos futbolísticos del país para que uno gane, o para que el otro pierda; o por una venganza desde lo más hondo de la oscura alma del directivo de turno de la federación de turno sobre el directivo de turno del club de turno.
El segundo, tan vano y estéril como el primero (o tal vez más), discute acaloradamente sobre cuál de los dos clubes es más señor y predica mejores valores. El cumpleaños número 110 del Real Madrid -felicidades señora, se conserva usted estupendamente- y las últimas y esperpénticas reacciones de miembros del Fútbol Club Barcelona ante la situación en liga reabre el debate de los valores donde, quien más y quien menos, deberían todos callarse y dejar de replicar “Y tú más” si aún quieren que alguien fuera de nuestras fronteras les guarde algo de respeto.
El cambio de orden en la competición liguera, con el Madrid nada menos que 10 puntos sobre el Barcelona tras tres años chupando rueda, ha tenido como consecuencia una serie de reacciones que parece haber despojado a los culés del aura angelical y la cara de no haber roto un plato que le ha acompañado en los días de vino y rosas.
Es cierto que el comportamiento del Barcelona en los últimos años ha sido correcto, aunque tampoco ejemplar. Creo firmemente que Pep Guardiola considera el mensaje del juego limpio y la humildad como un modelo que transmitir a la juventud, y por eso lo ha mantenido aun cuando ni él mismo se creía sus palabras; sin embargo, hemos visto constantes salidas de tono a la mínima ocasión por parte de estamentos más altos del club. Laporta provocando al madridismo con el 2-6, Rosell augurando una goleada en la final de Copa del Rey, el famoso anuncio de la manita, las excentricidades de Sala i Martín o la rueda de prensa de Toni Freixa… O los espectáculos teatrales que, semana tras semana, algunos jugadores como Busquets y Alves (por citar a los más célebres) regalan al respetable por la compra de una entrada para el fútbol. Nada de lo que presumir, en definitiva. Al menos, como club.
Por otra parte, ante las constantes, pesadísimas y, en mi opinión, infundadas acusaciones de villarato que hemos tenido que aguantar durante las últimas temporadas, el barcelonismo se ha defendido con el tópico y típico “A veces los árbitros te dan y otras veces te quitan.” Pero si el día que los árbitros te quitan (lo cual no hace sino refrendar tu teoría anterior) te comportas como un energúmeno y acusas a los árbitros de actuar premeditadamente, te quedas totalmente en bragas, con perdón. El hecho es que el comportamiento actual de algunos estamentos del club ante los errores arbitrales no sólo les quitan una razón que no tienen hoy, sino la que sí tuvieron en años precedentes.
Desde el Real Madrid, se observa todo con otro prisma desde la tranquilidad que da el colchón de 1o puntos que conserva en liga mientras afilan los cuchillos para cuando esta ventaja se torne definitiva. Muchos han acusado al barcelonismo de falsa humildad en la victoria, lo que, aun de ser cierto, no justifica la rabia mostrada por algunos personajes del club blanco en la derrota. Pese a que este año vemos a un Mourinho más relajado e incluso mostrando algunos comportamientos cercanos a la amabilidad, no hace tanto de su paseo por el aparcamiento del Camp Nou a dejar algunos recados o sus constantes mensajes a los árbitros, mientras que sus jugadores aún están lejos de dar ejemplo sobre el verde, especialmente en lo que concierne a la agresividad.
Ordenando este batiburrillo de hechos y divagaciones, que ni el señorío que se empeñan en redefinir unos, ni los valores que intentan inculcar los otros. En esta época se ha impuesto definitivamente la trinchera, la bajeza, la sospecha arbitral, el engaño al compañero, la picaresca, el exceso de violencia. Y esto ha calado en el público mucho más que un sermón moralista entonado de forma periódica y con poca convicción. Me vienen a la mente dos momentos que reflejan la realidad mejor que cualquier discurso ético impostado: El Camp Nou ovacionando y jaleando a Messi por una patada por detrás a Pepe una semana después que el brasileño tropezara con la mano de la pulga. Parte del Bernabéu animando al propio jugador blanco a que no dejara títere con cabeza: “Pepe mátalos”.