Lecciones Para Infelices

Publicado el 31 agosto 2018 por Carlosgu82

Cada día, encuentro en redes sociales comentarios con frases como las siguientes:

“Tienes que ser fuerte”. “Es que tienes que esforzarte por sentirte mejor”. “Muchos están peor que tú”. “Deberías ocuparte de lo que realmente importa”. “Sentirte bien depende de ti”.

Son las personas seguras de sí mismas y capaces de salir adelante diciendo al resto del mundo cómo vivir, específicamente diciéndoselo a quienes se sienten mal o pasan por dificultades.

Así que mucha seguridad y capacidad, pero poquita empatía, poquita comprensión de que las otras personas tienen sus características, historia y circunstancias.

No es que las frases estén “mal” en sí mismas. El problema es que sean parte de mensajes aleccionadores emitidos desde una posición de superioridad moral. Que se escriban sin compasión –la compasión no es “lástima”- o apurando al otro a cumplir un ideal de bienestar.

Hay personas que apuran a los demás a sentirse bien: ya: de inmediato. Pero en la vida hay momentos e incluso etapas de malestar y vulnerabilidad. En estos casos podemos acompañar y apoyar desde el respeto, con cuidado, sin minimizar los sentimientos ajenos ni sentenciar qué vale la pena y qué no.

Hay personas tristes por no poder tener hijos a quienes se les dice que no deberían sentirse mal por eso porque tener hijos no es todo en la vida, podrían adoptar, etc. Con el mismo tono se dice a las mujeres con un puerperio complicado que deberían estar felices por tener un bebé. Y por supuesto: quienes sufren por cuestiones de salud deberían dejar de sufrir porque eso no ayuda a su recuperación y hay enfermos en peores condiciones. Esto último es de lo que más se repite: que otros están peor.

Hay un mito sobre el bienestar y la voluntad: que para estar bien basta con decidirlo como quien elige una blusa, va por ella al ropero, la saca y se la pone. No es tan sencillo. Claro que la actitud cuenta: mucho; tal vez sea lo más importante. Pero no es una ecuación simple. Por ejemplo, nuestros neurotransmisores y hormonas requieren un equilibrio. Y eso es parte de lo evidente: hay historias de condicionamiento de las que no somos conscientes y que nos atan a patrones de conducta en relación con el malestar.

Sería útil, antes de aconsejar o sentenciar, preguntarnos: ¿qué es lo que sé de esta persona? Muchas veces, no tienes idea de cuánto se ha esforzado alguien a quien le aconsejas esforzarse más. Y tal vez –solo tal vez- realmente sea necesario que se esfuerce más; pero es injusto decírselo como si no se hubiera esforzado ya. Además, no necesita más cargas: “me siento mal + mi esfuerzo no cuenta + no me esfuerzo cómo debería”.

¿Hay quienes superaron las peores adversidades? Sí. Los ejemplos de vida son inspiradores. Es ruin usarlos para señalar a quien no ha superado su adversidad.

¿Y si alguien se la pasa lloriqueando? Podemos empezar por preguntarnos por qué definimos como “lloriqueo” la expresión de alguien que se siente mal. Luego, en este o en cualquier otro caso, podemos buscar el modo de mostrar aceptación y cariño.

No es tan complicado: se trata de no hacernos pasar por jueces o policías de los procesos afectivos de los demás.
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