Según Santandreu, el ser humano puede sobreponerse a todas las dificultades, incluso a tragedias como el accidente de Santiago.
El psicólogo Rafael Santandreu, autor del bestseller "El arte de no amargarse la vida"
alerta de una "plaga" de problemas mentales
Un accidente absurdo en el que mueren 79 inocentes, ¿puede borrar para siempre la felicidad de las personas que lo sufren más de cerca? ¿Cómo podrán disfrutar de la vida a partir de ahora los familiares de las víctimas, sus amigos, sus compañeros...? ¿Y el maquinista que conducía el tren?
El psicólogo Rafael Santandreu (Barcelona, 1969) tiene unas respuestas que han ineresado a más de 150.000 personas que han comprado su libro “El arte de no amargarse la vida”. En los dos últimos años, se ha convertido en el autor de no ficción más leído en España, según datos de la compañía de investigación de mercados Nielsen.
Acabamos de vivir una tragedia en Galicia. ¿Puede ser feliz la gente que la ha sufrido?
Sí puede. Así lo demuestra la Historia de la Humanidad. Las personas son capaces de superar grandes pérdidas, dejando pasar el tiempo adecuado y poniendo esfuerzo mental. Aunque parezca increíble, no nos afecta lo que nos sucede, sino aquello que decimos acerca de lo que nos sucede.
Bueno, eso lo dirá usted. En Galicia ha habido 79 muertos, y eso nos afecta mucho ya lo reconozcamos explícitamente o no.
Eso no lo digo yo solo: lo decía el filósofo griego Epicteto hace dos mil años. La muerte no siempre ha afectado al ser humano de igual manera. Ahora la llevamos muy mal, mucho peor que antes, sobre todo el fallecimiento de seres queridos o de gente joven. Esto es nefasto para la salud mental. La gente más sana comprende que la muerte es un proceso natural, necesario y bueno.
¿Bueno? Será natural, pero...
¡Claro que es bueno! ¿Te has planteado lo que pasaría en este mundo si no nos muriésemos?
Dos funcionarios de emergencias tapan restos que dejó el accidente de tren de Santiago
Que terminaríamos aburridos...
Sería un follón en poco tiempo. La muerte cumple una función esencial, tan importante como el nacimiento. Hace que la vida sea más interesante, sorprendente, fulgurante. Y esto es muy importante desde el punto de vista psicológico y ecológico.
¿Ecológico?
Sí, porque permite una renovación. La muerte deja espacio necesario para nuevos nacimientos. Las personas más ecológicas de este mundo, los indios americanos, lo tenían muy claro. Sus ancianos siempre trataban la muerte como una hermana, de la cual no sentían ningún miedo. Esa es una manera inteligente de entender la naturaleza, no la nuestra.
Eso se puede entender mejor en el caso de un anciano, pero ¿qué pasa cuando muere un adolescente o un niño en un accidente como el de Galicia?
Mucha gente que viene a mi consulta con un trauma así tratan de transmitir la idea de que esas muertes no son algo natural. Les comprendo, pero debo hacerles ver, con el máximo cariño, que están muy equivocados. La muerte siempre es natural, incluso en los casos de accidentes de jóvenes.
Pero es lógico esperar la muerte de un anciano y no la de un bebé. La muerte de un niño ni parece razonable ni justa...
Es otra cosa que repiten algunos pacientes: “¡no es justo!”. Pero si aceptamos que la muerte siempre es natural debemos entender que los hechos naturales no se rigen por conceptos humanos, como la justicia. Aplicado a la Naturaleza, hablar de justicia resulta tonto e imperfecto. Todas las especies naturales padecen muertes prematuras. Los hombres no somos los únicos.
"La muerte es una realidad de la vida; pretender ocultarla causa muchos daños mentales", afirma el psicólogo Rafael Santandreu
Tiene usted razón, pero "mal de muchos..." Es muy duro aceptar lo que dice.
Sobre todo, es muy real. Lo otro es vivir en universos Disney, que no existen aunque mucha gente se los quiera creer. Estos universos sólo consiguen defraudar y crear problemas a las personas... ¡porque no funcionan! El cielo no es fucsia ni está adornado siempre por un arcoiris. Si así fuera, alteraría de tal forma la naturaleza que tampoco seríamos felices. Los seres humanos estamos hechos para disfrutar con el sonido de un río o el cantar de los pájaros, no con los cielos fucsias.
Vale, entiendo que la muerte cumple una función ecológica. Pero dígame qué cosas positivas puede tener para quienes quedamos tan vivos como apenados.
La muerte de otros nos ayuda a desdramatizar las dificultades del día a día. En el fondo, las cosas realmente importantes en la vida son muy pocas. ¿El jefe amenaza con despedirte? Piensa en esto: nada hay que merezca una preocupación extrema. No digo que no sea importante, sino que tiene una importancia relativa.
Como tengamos que pensar en la muerte cada vez que tenemos una dificultad, acabaremos deprimidos, y más en estos tiempos.
Deprimidos acabamos cuando apartamos la muerte de la vida cotidiana. Eso es lo que ocurre hoy en día. Construimos cementerios lejos de las ciudades, enterramos rapidito al que se muere, apartamos cualquier cosa que nos recuerde algo tan natural y realista como esto: un día nos vamos a morir, de una manera u otra. Cuando ocultamos este hecho, cualquier nimiedad de la vida ordinaria se torna “mega-grave”. Te aseguro que mucha gente está como una cabra por culpa de esto.
Pero, vamos a ver, ¿de verdad cree que el maquinista del tren que se accidentó en Santiago podrá ser feliz, con casi 80 muertos sobre su conciencia?
Puede serlo, siempre que trate de reparar su error.
En la foto, el maquinista del tren accidentado en Santiago, instantes después de ser rescatado
Su error no es reparable, por desgracia...
Te equivocas; desde el punto de vista psicológico sí se puede reparar. Es algo que aprendí de Gandhi: cuando tras la independencia de la India estallaron los disturbios entre hindúes y musulmanes, hubo muchos asesinatos de carácter étnico. Entonces un hindú, agobiado por los remordimientos, confesó a Gandhi que había matado a un niños musulmanes, el Mahatma le dijo: “si quieres calmar tu alma, recoge a un huérfano musulmán y edúcalo según su religión”. Esta anécdota resume perfectamente el fenómeno psicológico de la reparación.
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Bien, pero... ¿qué ocurre en el caso concreto del maquinista de Santiago?
Él tendrá que plantearse qué hacer para salvar otras vidas. Si tiene que irse a África el resto de sus días para alimentar a niños desnutridos, que lo haga. Siendo objetivos, él puede salvar intencionadamente muchas más vidas de las que -sin quererlo- ha contribuido a perder. Cuanto peor haya sido la falta, mayor debe ser el acto de reparación.
Unas vidas no sustituyen a otras.
Lo sé, pero el dolor que siente este maquinista por las 79 vidas perdidas puede derivarse hacia algo muy positivo: la salvación de otras muchas vidas que están en riesgo de perderse, quizá cientos o incluso miles de personas inocentes... que sin su ayuda morirían. Las vidas perdidas no se pueden sustituir, pero la herida que dejan en el alma sí se puede reparar... salvando otras vidas.
Fuente: Juan Bosco Martín Algarra. Diario La Imformación.
C. Marco