March y Olsen establecen que los medios políticos se caracterizan por seguir dos lógicas de actuación; la lógica de las consecuencias, o la lógica de la pertinencia. En la primera uno actúa esperando conseguir sus objetivos, por tanto mide cada decisión tratando de maximizar las posibilidades de lograrlos. Mientras que siguiendo la lógica de la pertinencia, es nuestro rol o identidad lo que guía nuestras decisiones.
Analizando desde esta perspectiva el actuar del gobierno en la "mini crisis" de Gibraltar, estamos obligados a pensar si las decisiones tomadas persiguen los objetivos formulados. Dicen los defensores de la “línea dura” del ministro de exteriores, que en Gibraltar hay que resolver un problema fiscal, un problema pesquero, y un problema medioambiental.
Desde luego compartimos que un territorio con 30.000 habitantes y 60.000 empresas censadas debería ser objeto de regulación fiscal. Así lo ha defendido IU en múltiples ocasiones, con actos de protesta y con propuestas en el congreso que el PP no ha dudado en rechazar. Si este fuera el objetivo, sería al capital al que habría que poner en dificultades en sus movimientos fronterizos, sin embargo, es a las personas a las que se les obliga a guardar colas de horas mientras el dinero sigue teniendo vía libre.
Tampoco parece que las retenciones en la frontera vayan a tener efecto alguno en el conflicto de la pesca. Ni siquiera es de recibo plantear que en una zona que ha perdido más de cuatro mil puestos de trabajo por la conversión de puertos pesqueros en puertos deportivos, el mayor problema del sector sea, sin quitarle importancia, el que se da en la bahía gibraltareña. Una actuación integral en toda la zona para recuperar la pesquera sería el camino para solucionar el problema, tampoco de esto ha querido discutir ni tomar medidas el PP.
En cuanto al problema medioambiental, en estas mismas fechas se ha publicado datos contundentes sobre el desastre ecológico que ha supuesto la construcción desaforada con fines turísticos en nuestro país, sin que el gobierno haya hecho declaración alguna de medidas inmediatas para limitar que la destrucción de nuestras costas siga avanzando. Por no hablar de lo poco creíble que resulta un gobierno preocupado por el bunkering cuando el propio ministro de medio ambiente tiene intereses empresariales en el sector.
Por último queda la cuestión de la soberanía. Es curioso escuchar al PP reclamar resoluciones de la ONU en favor de los “intereses españoles en Gibraltar”, como si para el gobierno inglés o el propio gobierno español las resoluciones de la ONU fueran de obligado cumplimiento. No queda tan lejos en la memoria la actuación bélica de ambos gobierno en Irak, en contra de las resoluciones del organismo internacional al que ahora reclaman su posicionamiento. Y no hablemos ya de un virtual enfrentamiento entre dos estados miembros de la OTAN, organismo hegemonizado por Estados Unidos que no tendrían duda en apoyar a Gran Bretaña frente a España. O de la poca preocupación que demuestra el PP por la soberanía española ante los organismos económicos que nos dictan las políticas de austericidio desde el inicio de la crisis.
Así las cosas, ninguno de los objetivos formulados por el ministro en relación con el peñón están ni tan siquiera cerca de conseguirse con las actuaciones desplegadas en la última semana, sólo queda pues pensar que las decisiones tomadas se guían por la lógica de la pertinencia y no de las consecuencias.
Si pensamos quien es Margallo, a quien representa, y en qué situación se encuentra el PP, todo cobra algo más de sentido
Desde su toma de posesión, el ministro quiso presumir de identidad y rol del que describía Valle-Inclán como patrioterismo, en el que es costumbre utilizar el conflicto de Gibraltar como elemento aglutinante de sus adeptos. No se muestra educación a los mandatarios ingleses que felicitan tu nombramiento con un gracias, se les muestra firmeza espetando Gibraltar español, con dos cojones.
Esta es la clave, no es sólo una cortina de humo que busca una tregua mediática sobre el caso Bárcenas es, sobre todo, un intento de alimentar la identidad de las bases de un partido en descomposición interna, es una llamada a filas de los propios; asumiendo que los votantes menos identitarios han perdido la confianza en el presidente y en su cúpula, hay que reforzar a los de fuerte posición ideológica para iniciar la reconquista del resto cuando la marea de la corrupción se estabilice.
Es legítimo que un partido alimente en su acción de gobierno la identidad ideológica que los sustenta, pero no es de recibo que dar de comer el orgullo de los propios se haga a costa de perjudicar a la gran mayoría de actores sociales en el terreno gibraltareño. Poner en riesgo los ingresos de los trabajadores andaluces, dejar sin resolver el problema de los pescadores, usar como excusa el medioambiente y tensionar la convivencia en la zona para tratar de tapar las vergüenzas propias, supera la cortina de humo para convertirse en un incendio difícil de sofocar, ni en directo, ni en diferido.
Fuente: Tania Sánchez Melero. Blog Público.
C. Marco